Reseñas,

Abramos los ojos verdaderos para sacar los cuervos del corazón

Balam_R

El mundo visible ha sido hecho
para ilustrar las bellezas del sueño.
Gaston Bachelard

¿Cuál será el sentido de capturar un instante si no la trascendencia de éste? Debido a que cada persona se hace una idea de la fotografía en función de lo que sabe, vio, entendió, pero también desde sus recuerdos personales y de toda clase de ecos mentales que evoca en nosotros. Naturalmente, las imágenes deberán acercar al espectador a la sensación de encontrarse frente al abismo, tal como me sucedió hace tiempo al conocer la obra de Diane Arbus: abismo en el que me encuentro frente a Braille para sordos.

“La belleza enfermó el día que Diane Arbus decidió fotografiarla” (p. 17): valiéndose de una poesía dominada por Balam Rodrigo, con un lenguaje metafórico, Braille para sordos acerca al lecto-espectador a una interpretación de la acción de fotografiar. Más que eso, hace una descripción del arte de obturar para plasmar una imagen con el sentir y con los miedos contenidos en el interior de esta fotógrafa.

Al paso de la lectura de este libro recordé la respuesta del fotógrafo y crítico Joan Fontcuberta en una entrevista que se encuentra en la web respecto al trabajo de Arbus: “Hay en Diane Arbus una búsqueda de lo monstruoso y suburbano. Hay obsesiones parecidas, pero cambia la metodología del trabajo. No hay un ápice de ironía, es cruel, severa, cosificadora. Hay una rigidez en su mirada. Deshumaniza al modelo. Muy interesante, pero terrible”.

Algunos de los trabajos escritos acerca de esta fotógrafa coinciden en que posiblemente Arbus violaba la privacidad de otros, y al hacerlo, ella ponía al descubierto sus propias angustias y temores privados. Al hablar en 1961 de los “raros” en sus fotografías, Arbus los describió como: “gente que da la apariencia de metáforas en algún punto más allá de lo que hacemos nosotros, llamados, no llevados, creados por la creencia, cada uno el autor y el héroe de un sueño real por el cual nuestra propia valentía y astucia son puestas a prueba y sometidas a juicio; de manera que podemos preguntarnos una vez más lo que es auténtico e inevitable y posible y lo que significa convertirnos en quien quiera que seamos”.

Braille para sordos también interpreta que los modelos de Arbus aparentan ser representaciones indirectas de su propio ser, como si las fotografías fueran una manera de exteriorizar las erupciones disimuladas de su propia psique. Sin embargo, el libro nos envuelve en una atmósfera poética que nos hacer sentir parte de esas erupciones.

El estilo de la fotógrafa es muy claro: formato cuadrado fruto de disparar con su Rolliflex de medio formato, con iluminación de flash frontal directo. Los personajes siempre en el centro de la foto miran fijamente a la cámara, y por tanto, al espectador de las fotografías, sin temor a ser criticados.

Me surgió una curiosidad después de leer el libro en cuestión y al preparar este texto: ¿por qué Balam Rodrigo escogió justo las fotografías que nos muestra? Me gustaría destacar el orden en el que van apareciendo, y no deja de sorprenderme la bienvenida que nos da el retrato de Diane con su inseparable cámara, instrumento que para algunos se convierte en una extensión del cuerpo y de los sentidos. Confieso que lo anterior me provocó un sentimiento de añoranza, pues no es lo mismo cargar una cámara digital que una Rollieflex, una de las cámaras más bonitas que se han fabricado y mítica en la fotografía por la gran variedad de fotógrafos que la usaron para crear algunas de las imágenes más importantes de la historia.

Pionera del flash de relleno o flash de día, Arbus presenta lo normal como monstruoso, parte de retratar lo monstruoso como normal y rompe la composición al ubicar al personaje en el centro; la mirada del personaje siempre es directa, con tensión y fuerza. Obliga a que los retratados sean conscientes de que están siendo retratados. Busca una mirada nueva, pasando del tedio a la fascinación. Diane Arbus fue a la cacería del lado oscuro de la vida poblada de monstruos arrebatadamente humanos: fotografiaba con sensibilidad y una exasperada sutileza.

“Diane también era ciega, por eso se valía de una cámara para mirarse dentro del otro” (p. 77) escribe Balam  Rodrigo, y otros poemas de este libro sobre la obra de la fotógrafa se centran en su postura para “revelar” la ceguera como en un aparador.

“Arbus misma era consciente de la manera en que su trabajo dependía tanto de la percepción que las personas tenían de sí mismas y como de la falta de autopercepción que la atraían hacia los ciegos”, escribe Geoff Dyer en el libro El momento interminable de la fotografía, que dedica un apartado a los fotógrafos de ciegos o a los ciegos de fotografías emblemáticas, donde resalta la misma fotografía de Borges, que más allá de ofrecer un testimonio físico del escritor argentino, pareceríamos estar mirando a uno más de los personajes “raros” de Arbus, destacando la afición de la fotógrafa por este tema. “Pensé que si fotografiaba algún tipo de seres humanos, todo el mundo los reconocería. Sería lo que la gente llama sentido común. Fue mi profesora Lisette Model quien me dejó claro que mientras más específico eres con un tema, más general será éste” (Geoff Dyer).

En las referencias que nos da Balam Rodrigo para adentrarnos más en la vida y obra de la fotógrafa, reconoce también a la impulsora de la obra de Arbus, la mítica fotógrafa austriaca Lisette Model, quien instruyó a sus alumnos (entre los que se encontraba Arbus): “No pulsen el disparador hasta que el sujeto que enfocan les produzca un dolor en la boca del estómago”.

Me parece que Diane llevó este principio al extremo con sus fotos en blanco y negro que trabajan exhaustivamente la luz y las sombras. No obstante, los personajes retratados eran tan impactantes que el espectador se fijaba muy poco en la calidad.

 “Trabajo con la incomodad, pero no me gusta colocar las cosas. Si estoy enfrente de algo, en lugar de arreglarlo, me arreglo a mí misma”, aseveró Diane en una clase que grabó en 1970.

Por lo tanto, al término de la lectura deLa jaula de los espejos—apartado de Braille para sordos dedicado a esta fotógrafa— queda en entredicho que lejos de ser injustificadas o sensacionalistas, las fotografías de Arbus se transformaron en metáforas de su propia travesía traumática. No obstante la explosión de sentimientos que nos ha provocado Balam Rodrigo hasta aquí, el contenido se complementa con los Collages oníricos, donde concibe obras de Louis Daguerre, Joseph Cornell y Nicéphore Niépce que sin pretender evocar la nostalgia de lo que se consideran algunas de las primeras fotografías en la historia, sí me remite nostálgicamente a la pérdida del valor de esta manifestación artística con el avance de la tecnología.

La postfotografía—término utilizado por Joan Fontcuberta— sitúa la producción de la imagen lejos de sus valores fundacionales como la memoria, la verdad y la temporalidad para ubicar la foto en una producción masiva, sin normas ni pautas. “Asistimos a un proceso de disolución de la fotografía en la imagen. Y esto sucede en un mundo caracterizado por la brutal masificación de imágenes, por su vertiginosa circulación y por su accesibilidad absoluta”, ha declarado el fotógrafo acerca de este término.

En la actualidad las cámaras se disparan interminablemente reduciendo el acto de capturar un episodio, pues el registro ya no está reservado a lo extraordinario. “En el reino de la banalidad, los momentos extraordinarios quedan eclipsados”. La propuesta de los especialistas es promover un “humanismo digital” en el que la imagen recupere la esencia creativa sin perder la prontitud que permite la tecnología.

Con lo digital la fotografía pierde credibilidad; sin embargo, el fotógrafo es quien la gana. Así, una de las descripciones de Braille para sordos redime la esencia del acto de fotografiar: “Aprieta el obturador y rebana la sangre, decapita el olvido y sirve nuestra cabeza risueña en bandejas de celulosa” (p. 33).

Finalmente, celebro Braille para sordos y el premio al que ha sido acreedor por adentrarnos al mundo fotográfico, la espera poética, la glorificación del deseo, el lapso entre el disparar y la aparición de algo que nos satisface o no, sobre todo en esta época en la que cada vez nos cuesta más discernir la frontera entre la realidad y la ficción. Por ello resalto lo siguiente como principio fundamental para recuperar los valores de esta manifestación artística: “Cría ojos verdaderos y te sacarán los cuervos del corazón”, ha escrito Balam Rodrigo.


Jeanne Enríquez (Toluca, Estado de México). Estudió la licenciatura en Letras Latinoamericanas en la UAEM; fotografía en la Escuela del Laboratorio Mexicano de Imágenes (LMI) y el taller de Manipulación digital en la Escuela Activa de Fotografía. Desde el 2002 ha laborado en distintos medios de información locales y en la corrección de estilo. Luego de dedicarse a la fotografía por varios años, en 2007 fue beneficiaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico del Fondo Especial para la Cultura y las Artes del Estado de México en la categoría de Artes Visuales. Sus fotografías han sido publicadas en libros y revistas; además han sido vistas en cuatro exposiciones individuales: Reflejos y Realidades, Cuidado con las Señales, Legado otomí de Toluca y Duplicidades Ad Hoc; y en siete muestras colectivas. Fue seleccionada en el Segundo Concurso de Fotografía Contemporánea de la revista Farenheit para la exposición colectiva del mismo en el Polifórum Siqueiros en la Ciudad de México. En el 2011 fue acreedora de la Beca Para Artistas convocada por el Ayuntamiento de su ciudad. Impartió el Taller sabatino de fotografía con cámara digital, en el Centro de Estudios Cinematográficos de Metepec en marzo del 2012. Actualmente es instructor en el Diplomado en Fotografía en el Colegio de Formación y Artes Larrañaga. En la web cuenta con una galería permanente: http://jeannenriquez.blogspot.com

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