Acervo Jalisco,

Acervo de Poetas Jaliscienses: Gerardo Villanueva

Gerardo_Villanueva

De Feu G Rare (UANL, 2016)

En tout cas, l’autre m’est hostile…
G. de N.

Suplanta el envés
de la fotografía. En ella, otro viste
el traje smoking de Labrunie, otro
calza irrestricto los pseudónimos.

El otro y su hostilidad, alertas
desde el reverso, se dan la espalda
desde un lejos espectral.

El hombre de la imagen padece trastornos
mentales, dicen.
El crónico de sepia y sus perturbaciones
de remate, insisten.

Ante el visaje del ojo
mecánico
grita: “Yo soy
el tenebroso, no
el diafragma.”

So pretexto de la necrológica
debe, en otro cuerpo y
con horror, posar
otra vez.

El vesánico solía devorar
bestiarios
(¿o ellos a él), dirán
quienes
redacten —entre certeza y
duda— esta biografía
ajena a G.

No obstante, la sensación del endriago
con múltiples extremidades
que asciende ahora mismo
por su espalda, no
podrán
siquiera
describirla.

Cala al paciente cada espina
de la corona monarca en su cabeza siembra.

Extiende sus brazos y simula
ser un árbol milenario.

“Nada de perturbación”, sostiene
al salir de consulta.

“Y díganme
ustedes —paletos—
¿a dónde va un cataléptico
cuando se va quedando? ¿a dónde
va cuando se va quedando
en estado de alerta?”

.

De Calabozo cuatro (Periferia de Escribidores Forasteros, 2019)

Quiero desfigurarlos. Doblarlos. Triturar el esternón asiático. La corona yanqui en mi cabeza. Al Swift, al Siberiano, al Monster Inoue.

Quiero hacer mi trabajo energúmeno.

Estoy tirando desde fondo, de todos los ángulos y con toda la fuerza posible, por eso no ha llegado al límite ni un solo rival. Avanzo al costado. Aporreo. Remate. Vuelvo a reventar caretas, partirlas en pústulas, desfiladeros. A mí me gusta boxear, a mí me gusta puño, a mí me gusta partirme la cara con un hombre que esté enfrente de mí. Por eso me aviento, rústica punción, aunque la realidad sea pago por evento con tres o cuatro espectadores.

Recluido. Sin correas en calzado ni argolla en anular, hilo rodeos. Circunloquios en celda gazapo. Secuelas. Cabalgata de impronta falopa. Síncopes que replican. Ante cada quebradero, indicios asomándose con furia. Sobreviví a un huracán, a enganchamiento —que no hepático— para colarme a cepo dónde mostrar músculo, mi tesón tan exangüe. Transpiro bajo rigor encierro, tras vitrina, con un solo arquetipo como atracción. En este nidal no superviven santos ni invocaciones —más alevosas que promotores de tongo en Las Vegas—, no revientan partículas bajo luz. En corredor, nadie eleva súplicas a Ubaldo de Gubbio ni a Kid Helicoide. Luego de arcadas me contraigo, búfalo vulnerado, ejemplar que mis pares asumen rumbo al prestigio. Aquí delirio galopa, punción aguda. En esta mazmorra se expande aturdimiento, se atomiza aturdimiento y el hígado es encajoso repizco. Viene concierto: expectoración y tráquea. Y cornetes. Y tímpanos. Nunca sudor tan gélido. Tras resaca asoma fisura que no respira bien. Entre rejas fisuras son mayores pero no bastan. Hay fisuras en mis párpados. A dos pasos, crujías olor micción. En cautiverio estalla de tiránica abstinencia un ladrido, vacío que ensordece. Al síndrome llamémoslo cóctel de inopia, aguja ponzoña, inyección en vena incorrecta. Sabotaje que se resiente. Mil novecientos noventa y seis arrastra grilletes, año del cometa Hyakutake y visita papal bajo envenenamiento televisivo. Secuencia de tropiezos. Barriada hechizándose en melodramas venevisión. El señor Dimas —púgil retirado, mi jefe en venta bicicletas— dice boxeo es peligro, gente que lo practica podría coger demencia, mas yo afilo proyectiles, mientras vecinos —primeros sparrings—, pierden al sonido clang de sacos que pendulan en oleaje. Estoy en sombra, la que hacía en El Morochito Rodríguez y Boxing Zona Las Mercedes. Fui clang, eco que sería alarma. Me han confinado, me han desplazado de palestra. Vaya pabellón en que me sembraron. Ya no podré ver a mi hija ¿en qué peo estoy metido cabeza? ¿Y dónde está La Asociación? ¿El Consejo? Esto no es el Intercontinental. A viento plegarias, docenas, pero mis santos no conocen indulgencias. Familia confirma paranoia y remueve caldo de rumores: escapé a Cuba en barcaza; me mató otra vez la apnea cavernaria de mi Harley; apagué luces de mi carrera. Papá atestiguará que su hijo militaba en hampa; mamá tomará entre sus manos cadena jaculatorias; mis hermanas dirán Rito Mortecina no quería bañarse. Veintiocho años en limbo y récord dorado. Ansiedad contenida como polvorín. Borrón y nueva cuenta al tiro. Esta obra es tinglado, testamento que pulí sin vísceras. Mi primera riña en Bolívar y Rojas Queipo.


(Guadalajara, Jalisco, 1978). Es autor de los títulos de poesía: Calabozo cuatro (Periferia de Escribidores Forasteros, 2019), patrivium (Mantis Editores, 2016), Feu G Rare (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016) y Transterra (Literal, 2009) Con El vuelo de Luci (cuaderno de tareas) (Fondo de Cultura Económica, México, 2013) obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños en 2012. Su trabajo se encuentra incluido en Diez y nota, selección juvenil Jalisco (Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Jalisco, México, 2011) y en la muestra de poesía visual mexicana La palabra transfigurada (Ediciones del lirio y Conaculta, México, 2013). En 2021 publicó el libro de cuentos Inquilinos invisibles (Grafografxs, UAEM).