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Necrológicas literarias

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Tengo cosas tuyas

Tengo una pistola 9 mm guardada debajo de mi cama: me la diste afuera del metro insurgentes porque te el gustaba peligro, te gustaba creer que estar vivo no era solamente transitar por el mundo sino retarlo, provocar e incomodar porque ahí hallabas el sentido de tanta desolación. Me diste esa pistola el día que me dijiste que ya sabías cuándo te ibas a matar. Voy a hacer un viaje a África –dijiste– solo para recrear ese verso de Girondo: Llorar a lágrima viva, cruzar El África llorando…y luego me voy a dar un tiro.

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El que escribe y sabe cosas. Despedida para Álvaro Uribe.

Si bien había leído dos de sus deslumbrantes novelas, no fue sino hasta que leí Caracteres, editado por Alfaguara, que me revelé a mí mismo como un alto admirador de Álvaro Uribe. A pesar de mis intentos no pude localizarlo por correo, ni por teléfono para hacerle llegar mi admiración y agradecimiento por aquel libro tan fuera de serie.
No es un secreto, me gustan las cosas raras, y los libros no son la excepción. Me interesan sobre todo los géneros que no lo son, las intersecciones literarias, los proscritos del canon, los marginados de estatus dominante de la literatura y el mundo literario (que no son lo mismo).

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La mujer que pensaba en ser mujer. Duelo sin pompas para Francesca Gargallo

En los pasillos del Instituto Mexicano de la Radio me pasaron cosas gratas y curiosas, pero sin duda alguna, una de las mejores, fue haber conocido a Francesca Gargallo. No puedo precisar el pretexto con el cual nos acercamos mutuamente, pero puedo afirmar que a los cinco minutos de habernos conocido, ya estábamos riendo. Y su risa, al igual que su permanente sonrisa, eran contagiosas, y puedo decir que algo tenías de sanadoras. Francesca lo sabía; se supo siempre un ser de luz. Quisiera no tener que estar escribiendo esta breve nota, obituario a mi manera, homenaje sin fondos ni gala, y poder acudir a ella a preguntarle cosas sobre el ocho de marzo, o la Italia aquella, que olía humedad, de la que tanto me contó.

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La vida se nos volvió un frío e intransitable pasillo de azulejos

En ella estamos, esperando por la muerte, o por la noticia de la muerte de otros. Estamos huérfanos, estamos rotos, estamos en la desesperada de una lista que se acumula de nombres familiares que nos duelen. Tengo una parte de la piel abierta, y por ella han salido imágenes que me llevan a esos días de insospechada felicidad de juventud, cuando el misterio de la vida era una carne asada con los amigos y un cartón de Carta Blanca. En esos días se levantaron pilares de amistad que ningún desastre podrá erosionar dentro de nosotros

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Recuerdo presente para conjurar una presencia

Suena Chopin. Yo toco la puerta del apartamento, y él abre. Veo dos cosas: la cantidad de libros que son telón de fondo de la escena que comienza, y el brazo blanco y velludo de quien me recibe. No sé por qué me llama la atención su brazo, los libros sí. Hay un piano. Él dice: pasa. Suena Chopin, ya lo dije; y no es que yo lo sepa en ese momento, sino que él, mi anfitrión, lo dice justo después de decirme que pase.

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Enrique Servín, mago

La misma madrugada en que la comunidad literaria esperaba el anuncio del nuevo premio Nobel, escuchamos de la muerte de Enrique Servín. Siempre dule cuando un bueno se va, pero cuánto más duele la muerte perpetrada a manos de la delincuencia. ¿Dónde está el valor de la vida hoy día? En qué rinción no hemos de replegar los que creemos todavía, como Servín creyó, que la palabra vale; que el amanecer con sus colores todavía merecen la pena madrugar. Incansable luchador del derecho a la lengua, a la subsistencia de la lengua

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Toledo: sin ti, y con vergüenza

Aparte del apellido, lo que eso conlleva (una especie de Ser juchiteco), me unirá siempre al enorme Francisco, la vergüenza. Resuena en mi cabeza ahora, y siempre que lo recuerdo, una maravillosa categorización que hace Ricardo Piglia: la mansedumbre idiota… Eso, era yo muy idiota; sí, pero en mi defensa debo decir que también era muy joven. De esto hace ya, al menos, veinte años. La hoy Secretaria de Cultura era, con decirles, la coordinadora de difusión en la universidad donde yo estudiaba (mi segunda carrera).

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2×1 en el morir

El humo de un cigarro largo y mentolado envuelve el rostro de esa  “Mujer inconveniente “. Es Thelma Nava que con su voz de fumadora me habla de los poemas que leí. Va de la calidez del trato al -casi- regaño, enérgico y concreto, por algún aspecto formal del que no di cuenta, u omití. Y luego vuelve a la ternura, y pregunta por mí, por mi familia. Raquel me abraza y me susurra: ella no está tan bien. Estábamos en Minería. No me acuerdo el año, fue la última vez que las vi juntas, y la última que abracé a Thelma.

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Violeta: el color de la nostalgia en los ojos de Samperio

Tras una borrachera de mil sitios, de madrugada, mi primo Julián y yo caminábamos en la colonia Del Valle. Yo era un recién llegado; Julián, un músico en busca de sus primeras grandes oportunidades (quién iba a pensar que tocaría la batería, años después, en uno de los programas más famosos de la tele, luego sería reemplazado por un fantoche apodado Rudi, que aguantó la denigración del conductor). Vamos a casa de mi tío, vive aquí cerca –dijo–. A mí me daba pena molestar a un viejo a esas horas nomás por

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Réquiem para una coincidencia

La vida es una cadena de azares que te llevan a lugares insospechados, lugares hermosos (algunos) y otros aterradores.

Una novia que no va al teatro y tú, necio de vocación, te vas solo; sales de la función molesto por la pavada que viste, vociferando, y ahí, justo a tu lado, te planta una enorme palmada don Vicente Leñero, y te dice: te invito un café y me cuentas de tu enojo. Tú te cagas, quieres conocerlo en otras