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Poesía,

Cuatro poemas de José Falconi

by Carruaje de Pájaros8 julio, 20191 comentario
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José Falconi

(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1953). Es autor de diez libros de poesía, un libro de cuentos y dos novelas, tres libros de ensayo literario y uno de historia regional. Obtuvo, entre otros, el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer (1978), el Premio Ciudad de México (poesía, 1986)  y la beca del Centro Toluqueño de Escritores, A. C., Alejandro Ariceaga para Primera Novela (2009). También ha sido becario del Conacyt, del Focaem (en los años 2010 y 2011, en la categoría Creadores con Trayectoria) y del PACMyC.


POEMAS

Raúl Garduño

extendíamos la noche sobre una mesa del quin’s y la diseccionábamos con habilidad de cirujano en el café no hay nadie excepto raúl sergio octavio y yo y la noche que raúl lleva a sus labios y la hace rolar y la aspiramos                   a las diez las calles de tuxtla están solas        otro golpe de alcohol otro golpe de noche de otra que no ésta y que nos hemos sentado a construir         “los cabellos de la selva a caballo” raúl dice sergio escribe con un trozo de vidrio un nombre      en la madera graba este ♥ con las iniciales s y c y una flecha que lo hiere       octavio guarda la noche en el bolsillo de su saco             cerca del corazón        cada uno coloca su pedazo de noche sobre la mesa mientras un hombre fantasmal dentro de mi taza de café se decapita

Canción

Este poema es un cuchillo de bruma,
es una broma que brama y siembra confusión
como una flecha que atravesara una parvada.
Este poema es un cielorraso de armadillos
que cardan besos en las rodillas de la tarde;
está hecho de nada y genuflexiones de orquídeas
en las exequias de una zarigüeña.
Es un águila. Se derrite en vuelo.
Águila que en su levitación
le pone más velocidad al sueño.
Este poema es un recién cadáver
que resucita entre el mito y el deseo,
es el presagio de que nada existe
y nada hay más allá del hoyo en mi zapato.
Este poema es la danza desgarbada de la muerte
en su cuchitril atávico.
O bien, es tan solo un pensamiento
que rumia ruinas y ripios en el enigma del poniente.
Este poema es una cabellera enloquecida,
la noche adicta en la llanura inmóvil
venida de muy lejos, desprovista de mensajes.
Este poema creció con largueza entre mis huesos
como una herida de fuego bendiciendo mis sonajas,
como una imagen bíblica de languidez extrema
en la ventana aullante en que cavan mi sepulcro.
Este poema es el viento:
Me trae el sabor de tus labios y sus enjoyados besos.
Este poema
es el camello equivocado y el ojo de la aguja;
este poema no es muerte ni vida
ni humo ensangrentado
ni mi nagual de fuego;
es —ya lo dije— un cuchillo de bruma,
una broma que brama,
un puñal que despierta en el rojo follaje de tus ojos
para obsequiarme la otra vida.
El sueño.

EL pianista

El pianista sin piano toca un piano imaginario y nos mira con su mirada luminosa.

Mientras el pianista, olvidado de sí mismo, toca en su no pianouna dulce sonata que no suena, sueña que la realidad ocurre: un pescado sangra. Después piensa en la luna, vacía. En un final que no tuvo principio, que ya estaba vacío.

Piensa en una piedra con posibilidades secretas; en sus harapos bailoteando en un campo de fresas silvestres.

Mesmamente, al contar nuestras respiraciones, retornamos una y otra vez al uno, al así ido, al que cruzóa la otra orilla.

Da igual, siéntate y continúa soñando con el nagual de cinco puntas cayéndose de borracho por la Calzada de los Muertos: senderos oscuros en que perdemos nuestros cuerpos.

No hay ojo—oreja—nariz—lengua—mente, no hay color—sonido—olfato—gusto—tacto, ni cabellos ni uñas hechizadas, ni un hueso de eternidad para roer,

ni una extraviada soledad ajena a las palabras.

El ojo que no hay enloquece por los pistilos de un lirio: delirio que añora un pie femenino que besar hecho añicos en la ansiedad de tu boca.

<<Azotan a un  hombre mientras come la mierda de una doncella>> —escribió el Marqués de Sade—. El Marqués de Peralvillo babea en el deseo, detiene la eyaculación para convertirla en ojas.

Túmbate aquí, amor, mientras los mariachis tocan el Son del vacío: canto de la ventana abierta a la fatalidad de la Muerte que me niega una caricia.

¿Por qué no me tocas como se toca un perro, con la punta de tu pie fantasma hoy que hace calor—calor—calor? << ¿Qué dice de la calor, maestro? >>

Que una plancha de acero no es un árbol.

((((((((El ácido lisérgico entorpeció el paisaje. Alumbró un país extraño: navegación de imágenes sexuales en mi espalda adolescente))))))))

.

Nada sirve de nada, Perro, nada sirve de nada…

Max Rojas

Elhombre aquel de la esquina cuando se va nace en mí. Un hombre sin plan alguno, una serpiente o una manzana o una caña salvaje en una selva sin senderos, un dios contradiciendo el aire suelto de levante, alimentando pájaros tornasolados con el gesto de un poeta morboso y aburrido. El hombre aquel esparce despojos en la acera y la calle se llena del más viejo misterio. Chispas de Dios cuajan en sus ojos como si él no supiera que fluye hacia la nada. El hombre carga un dolor de metal y sin embargo el sol ha madurado su cuerpo. El amor lo ha poblado de llagas divinas, pequeñas depravaciones en su sangre mordida y el peso muerto de la muerte pronto doblará su testa. Él tiene horas en que no reconoce su propia voz doméstica. Se rompe en soledad, se siente resto de ruinosa ruina.

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1 comentario

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Francisco Álvarez Quiñones

julio 8, 2019

De vez en cuando en lo etéreo de la vida se nos ocurre, a José Falconi Oliva y a mí, intercambiar sintagmas, tal vez rememorando simultáneamente las nocturnas aventuras de los ávidos poetas, “Como aquél Octavio que llegó a la “noche”, tal como fueron llegando Raúl Garduño, Sergio Peña y el más que siempre atento José Falconi Oliva… con los cabellos de la Selva a Caballo, y eran los 4 en la Casa del Silencio… un hondo GRITO, así el Poema- Eco espantoso que rueda en azul por la marea, en las orillas del clamor la nada, velero de viajantes en la aurora, ignora inmóvil lo que sabe; no dice en movimiento lo que Dice”…

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