Poco sé de Odysseas Elytis (1911-1996), pero después de leer los siete cantos que componen El Monograma, me parece que sin duda es un gran poeta. Y no lo digo como elogio servil, gratuito: lo digo como amante de la poesía, de los buenos libros de poesía.
Los cantos son breves, y el poemario, de once páginas. Sí, once páginas. ¿Cuenta la primera hoja con tan sólo dos versos que semejan un epígrafe? Bueno, que cuente. Entonces son doce. Aun así tengo la impresión de haber tardado más en el prólogo que en los poemas. ¿Y qué poseen estos escasos versos para considerar a Elytis, sin más, como un gran poeta? ¿Que haya recibido el Nobel en 1979? ¿O que varios músicos insignes de su país, como Mikis Theodorakis, Manos Jadzidakis, Yannis Markópulos hayan musicalizado parte de su obra? No. En realidad, lo único que rezuman es poesía.
En algún lugar de sus libros, Adam Zagajewski se pregunta acerca de la poesía y de la música, de la relación que establecen, qué es lo que las une. Y, sin tantos recovecos, acota: la poesía.
II
(…) Cuerpos en armonía y barcas que chocaron suavemente
Guitarras que titilaron bajo las aguas
Los “créeme” y los “no”
A veces en el aire, a veces en la música
Nuestras manos, dos pequeños animales,
Esperando subir furtivamente el uno sobre el otro
La maceta con la albahaca en las puertas abiertas
Y los trozos del mar que nos seguía
Por encima de las tapias, detrás de los cercos
Por la anémona que se posó sobre tu mano
Y por el malva que tembló tres veces tres días sobre las cascadas
Si todo eso fue verdad yo canto
Por la viga de madera y el tapiz cuadrado
Por la Gorgona, en la pared, de suelta cabellera
Por el gato que nos miró en medio de la oscuridad…
Dice Elytis “A veces en el aire, a veces en la música”. Y sí, nosotros también cantamos. Pese a ello, el canto del poeta griego es presuntamente trágico. Trágico a causa de la irremediable ausencia, del amor imposible debido ya a la pérdida. Por esto los dos versos que dominan la entrada de los cantos no ocultan la tristeza, ni la franqueza, ni su fidelidad:
Estaré de luto siempre -¿me oyes?- por ti,
Solo, en el Paraíso.
El Monograma deviene en añoranza de la amada perdida desde el Paraíso. No es el Paraíso perdido, sino la Amada perdida. Es la seña de un amor que, como en el Cantar de los cantares, se lleva sobre el brazo, sobre la piel, sobre el corazón y en la memoria. “Porque fuerte como la muerte es el amor”, dice Salomón, mientras que Elytis escribe en el primer canto:
Desviará hacia otra parte las líneas
De la mano, el Destino, como un guardagujas
Y por un instante el Tiempo consentirá
De qué otra manera, puesto que los hombres se aman
El cielo encarnará nuestras entrañas
Y la inocencia castigará al mundo
Con la aspereza de la muerte negra.
¿De qué otra manera podría ser? ¿Habrá alguna otra forma o alguien que lo impida? Porque aunque desviados por un instante “hacia otra parte” por “el Destino”, escribe Elytis, inevitablemente “los hombres se aman”, hombre y mujer se buscan, se palpan, se desean y se complementan:
III
Así hablo de ti y de mí
Porque te amo y en el amor sé
Entrar como Plenilunio, por todas partes,
Y hallar tu pequeño pie bajo las inmensas sábanas
Sé deshojar jazmines –porque tengo la fuerza
De soplar y llevarte adormecida
A través de luminosos pasajes, secretas galerías marinas
Y árboles hechizados con telarañas plateadas (…)
Siempre tú la estrellita y siempre yo la nave oscura
Siempre tú el puerto y yo el fanal a la diestra
El muelle mojado y el brillo de los remos
En lo alto la casa con las enredaderas
Las rosas sujetadas, el agua que refresca
Siempre tú la estatua de piedra y yo la sombra que crece. (…)
…Es temprano todavía en este mundo, amor mío
Para hablar de ti y de mí.
(Por cierto, por estos versos “Siempre tú la estrellita y siempre yo la nave oscura / Siempre tú el puerto y yo el fanal a la diestra”, recordé a otro músico y compositor italiano, pero esta vez quizás influido por el autor de Sol el primero, a Lorenzo Cherubini y su Stella Cometa, cuando dice, por ejemplo “jardinera del corazón”, “yo te amo y huyo lejos”, “de cada viaje lejano tu eres la meta”, y “yo el rey mago y tú la estrella fugaz”…).
Presuntamente trágico: en el prólogo de la obra Natalia Moreleón anota: “un amor irreal, un amor insinuado o quizás es el poeta quien decide omitir deliberadamente el nombre de la amada”. Y según el tono sentido de los cantos, las imágenes y metáforas “que nos acercan a los sitios históricos, a la mitología, al mar, a los paisajes y tonalidades mediterráneos que son el hábitat de su poesía”, tal como señala Moreleón, considero más cierto que sea un amor apenas entredicho, sutil pero verdadero, real si bien no evidenciado. A no ser por la fuerza del sentimiento y la nostalgia. O, como lo pronuncia Elytis en el cuarto canto en un verso con reminiscencias de El cantar más bello: “Tan sólo por la fuerza del amor”
Es temprano todavía en este mundo, me oyes
No han sido domesticados los monstruos, me oyes
Mi sangre derramada y el filoso, me oyes
Cuchillo
Que corre como carnero por los cielos
Y quiebra las ramas de las estrellas, me oyes
Soy yo, me oyes
Te amo, me oyes
Te tengo y te llevo y te visto
Con el blanco vestido nupcial de Ofelia, me oyes
Dónde me dejas, dónde vas y quién, me oyes (…)
Y ningún jardinero jamás logró en otros tiempos
Con tanto invierno y tantos bóreas, me oyes
Que brote una flor, sólo nosotros, me oyes
En el medio del mar
Tan sólo por la fuerza del amor, me oyes
Levantamos una isla entera, me oyes
Con cuevas, y cabos y acantilados floridos
Oye, oye
Quién conversa con las aguas, quién llora -¿oyes?
Quién busca al otro, quién grita -¿oyes?
Soy yo que grito, soy yo que lloro, me oyes
Te amo, te amo, me oyes.
La insistencia al oído de la amada perdida pareciera un canto desdichado, una música elegíaca; sin embargo, a lo largo de los siete cantos subyace un sentimiento asimilado, un deseo y un recuerdo que se manifiestan si bien a veces triste (“Estoy de luto por la prenda que rocé y el mundo fue mío”), y dolido (“Que ya no tengo nada más / Entre las cuatro paredes, el cielo raso, el suelo / Que llamarte y que mi voz me golpee”), también a veces con frecuencia es luminoso y esperanzador:
VI
Mucho he visto y la tierra en mi mente parece más hermosa
Más hermosa en medio de los vahos dorados
La piedra cortante, más hermoso
El azul de los istmos y los techos entre las olas
Más hermosos los rayos que sin tocar atraviesas
Invencible como la Diosa de Samotracia, sobre las montañas del mar
De este modo te he mirado y me basta
Que el tiempo sea declarado inocente
En la estela que deja tu paso
Seguirte como un delfín novato
¡Y que juegue con el blanco y el azul mi alma!
Cantos atravesados “con la aspereza de la muerte negra”, no importa, El monograma es más bien lo que significa: iniciales de un amor perenne, nunca olvidado “No voy a ninguna parte, me oyes / O los dos juntos o ninguno, me oyes”; figura emblemática de los siempre enamorados, de los no dispuestos a morir con todo y las distancias, de los siempre fieles aunque la espera se prolongue y sólo el amor los sostenga:
VII
En el Paraíso marqué una isla
Igual a ti y una casa cerca del mar…