Si bien había leído dos de sus deslumbrantes novelas, no fue sino hasta que leí Caracteres, editado por Alfaguara, que me revelé a mí mismo como un alto admirador de Álvaro Uribe. A pesar de mis intentos no pude localizarlo por correo, ni por teléfono para hacerle llegar mi admiración y agradecimiento por aquel libro tan fuera de serie.
No es un secreto, me gustan las cosas raras, y los libros no son la excepción. Me interesan sobre todo los géneros que no lo son, las intersecciones literarias, los proscritos del canon, los marginados de estatus dominante de la literatura y el mundo literario (que no son lo mismo). Caracteres, es definitivamente un libro raro. Por cierto, siempre me pregunté la razones de Alfaguara para publicarlo; qué buscarían, qué valor (comercial) le vieron. A mitad de camino entre la observación antropológica y stand up literario, este libro, que abreva de Gutiérrez Nájera; lleno de Ibargüengoitia, de Monsiváis, de una frescura tan particular y precisa, me hizo reír desde la primera página. Yo solo, en mi lectura, -como las lecturas son- asentía con la cabeza como si aquella colección de descripciones personales, fuera una íntima charla con Uribe. Qué manera de poner en fichas de reconocimiento a tanto fulano existente en las calles de esta vida. Qué zanja tan exacta traza este libro, que no podemos huir del tropiezo de encontrárnoslo de frente. Eso es sin duda poesía de la buena.
Y la poesía tiene sus misterios, porque en el año 2018, en los pasillos de la feria –no sabíamos que sería la última a la que asistiríamos- de Minería, a lo lejos vi a Álvaro Uribe que se acercaba al salón donde yo presentaba mi libro más reciente, y cuyo título (El fervor de la materia) le había llamado la atención al novelista, lo suficiente para asomarse a curiosear. Aquel fue un bello encuentro. El fue amable y generoso, tanto y más que me invitó un café que se convirtió en muchos, y en cena. Hablamos mucho de su libro y poco del mío, porque las proporciones se guardan solas y el universo se equilibra.
Este libro –me dijo, refiriéndose a Caracteres– lo escribí porque un día, al terminar mi desayuno, pensé si en ese momento hubiese una invasión extraterrestre, los alienígenas deberían tener cierta información, ciertas descripciones de carácter que les permitieran entender un poco mejor al ser humano mexicano. Entonces, me dije, alguien tiene que hacerles ese servicio, y me puse a escribir.
Descubrí en Álvaro aquella tarde de marzo un maravilloso y ameno conversador. Me dijo dos o tres cosas que probablemente ya olvidé sobre el hacer libros, sobre hacerlos en todo el sentido de la palabra. Hubo ahí, en esa mesa, un choque entre su nostalgia y mi entusiasmo, que nos permitió coincidir. Y, como yo no llevaba mi ejemplar de Caracteres, me firmó una dedicatoria en una hoja amarilla de un bloc que luego engrapé en la primera página del libro. Creo, o así me gusta pensarlo, que nos hicimos amigos. Durante la pandemia nos escribimos algunas veces, e intercambiamos recomendaciones de lecturas. Leyó con generosidad un ensayo mío que recientemente fue finalista de un premio en España; y lo fue, sin duda, gracias a los comentarios que él me hizo.
De noche, me avisan que ha muerto. Me sorprende y la tristeza me humedece los ojos (suelo ser a ultimas fechas más llorón que nunca). Se me revuelve el estómago y digo en voz alta tonterías y lugares comunes que uno dice cuando la gente muere, como un sortilegio de salvación para quienes sobrevivimos: pero si apenas hace una semana le escribí… ayer hablábamos de él en la sobremesa (cosa que es cierta)…
La muerte nos está mal acostumbrando, anda desatada últimamente –escribo esto también como un abracadabra que nos salve del dolor y la tristeza, pues así ha sido siempre–. Pero sonrío y pienso que, de ser invadidos por alienígenas hoy mismo, alguien debía escribir una ficha de identificación informativa:
Álvaro Uribe. Autor de esos que quedan pocos; capaz de trazar historias con estilo propio y sin colgarse de modas ni tendencias. Generoso y con sentido del humor. Escribió, supo cosas, y no dudó en compartirlas.