(Tierra Colorada, 1994). Licenciada en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Guerrero. Mención honorífica en el III Premio Estatal de Cuento, Poesía y Ensayo literario joven 2014, en el género de poesía. Participó en el curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2015 y 2016. Participó en el Festival Cultural Interfaz en 2016. Ha publicado en revistas como Asalto y en la Revista Mexicana de Literatura Contemporánea. Ha participado en talleres literarios impartidos por escritores como Balam Rodrigo y Antonio Deltoro.
Travesía del duelo (fragmentos)
2
He llegado a la iglesia para arrancarle sus labios a la muerte.
He llegado para aminorar lo hinchado de tu rostro herido de bala.
No vine a casarme,
No vine a perpetuar una especie que me ha ofendido,
que apabulla a la primera luz de la mañana.
3
Sólo unos días para desollar el rostro de la tarde.
arrancar de tajo la pesadumbre de mi cuerpo.
Mi voz se ciñe a tu manera de volver,
de querer acariciarme a unos días de la boda.
No reconozco tus manos.
Tu mirada me observa desde los espejos
que se sostienen en los pilares de la casa.
4
Poco falta para la fiesta,
para verte de blanco
con lo entristecido de tus párpados
mirando a mi madre bajo el atuendo del luto.
No entiendo el vuelco de las heridas
que se estampan con un beso.
5
No hay boda.
Mis manos resuelven la búsqueda del ataúd
que tenga la medida exacta de un cuerpo en plena descomposición.
Todo lo que es propio de la flores,
de las velas, del olor a parafina invade la casa,
la misma en que vio mi padre crecer a sus hijos,
todos nos reunimos.
Ese día no faltó ninguno.
6
Mi padre es el espectáculo principal,
gente a su alrededor y una bala en su cabeza.
La bicicleta pronto deja de rodar,
me detengo envuelto por el morbo,
no hay engaño en el duelo;
una multitud también abre orificios en mi sien.
Pronto, la bicicleta deja de rodar.
Una llanta gira con toda su fuerza al caer.
Cae sobre el asfalto,
Cae como cayó mi padre,
Pronto la bicicleta dejará de rodar.
Uso mis manos como único vehículo
para salvarte, caigo de rodillas ante la mirada
de los transeúntes, caigo de rodillas ante el miedo
de quedarme sin escuchar el perdón de tus labios.
No puedo detener tu sangre, no puedo detener
la bicicleta que nos vio caer, que cayó de sí misma
hasta agotar sus fuerzas de tanto repartir la correspondencia.
Pronto la bicicleta dejará de rodar.