Los gatos le han dado la vuelta al mundo: se les ha visto en las figuras del antiguo Egipto, en la corte de Maximiliano, en las polaroid que captan los espectros.
     Pero como todo en la vida: hay de gatos a gatos y los de este libro son de rabo corto, presencias constantes e impunes, esferas de pelo que construyen el universo en la penumbra, bajo la lluvia, sobre la resolana, a un lado de la cama, que nunca podrán apuntar al cielo, cantarito roto.
     Libro de resonancias familiares que son entrañables e indómitas: niños y niñas frente a la inminente colonización de la luna, el hombre misterioso, el fin del mundo.
     Y donde se desborda el insomnio, la memoria inaudita, las luces de una ciudad sin nombre que ennoblece el consuelo y da tierra a cada capítulo.
     Quizá hubo libros anteriores, un abismo, una niña valiente. Y un gato mocho. Porque ¿quién necesita soñar flores?
     Este, pues, no es un video de gatitos que pueden copiar un millón de servidores en el planeta.
     Es un libro –yo también sueño– de las tierras altas de Etiopía, una bolita de estambre:
     Algo tiene el ronroneo de gato que calienta la mano. Quizás sea su motorcito inagotable, su locomotora sin rieles.

—Luis Daniel Pulido