En literatura en general, y en poesía en particular, hay que ser valiente para hablar de ciertas cosas, o hasta para decir en serio ciertas palabras, peligrosas por su peso enorme. Hay que (dicen algunos) huir de los lugares comunes, de los tópicos que han sido ya dichos y redichos, porque es imposible, o cuando menos casi imposible, ofrecer alguna novedad a su genealogía simbólica: decir algo no dicho antes.
Pero a veces sucede que un poeta se lanza a la aventura de hablar, otra vez, del mar o la noche, de la luna o las nubes, de la muerte o la lluvia. El pudor literario no es nada frente a la urgencia creativa porque, a final de cuentas, el verdadero poeta puede hablar de lo que le venga en gana, con la única condición de hacerlo con belleza y verdad.
José Antonio Santano, poeta premiado y seguro de su trabajo (menciono ambas cosas porque es importante partir de la certeza de que este libro es el resultado de la experiencia vital y literaria: es una apuesta fuerte), es el autor de un libro pluvial y milenario titulado (¿cómo es posible que este título, tan elemental y hermoso, haya nacido apenas ahora y no hace mil o dos mil años?) Madre lluvia, en el que no se habla de la lluvia, sino en el que se vive todo mientras llueve. Y llueve no solamente agua sino realidad, recuerdos, reconstrucciones.
Es difícil establecer una sola narrativa en este libro. Hay, porque no puede ser de otra manera hablando de la lluvia, una melancolía recurrente y varias despedidas, varios momentos en que el tono del texto lleva al lector a una lluvia interior. Tuve la suerte, al leer este libro, de que lloviera un par de veces mientras lo tenía en las manos. Llovía afuera y adentro del poema. Pero eso es circunstancial. Lo que yo quiero decir de Madre Lluvia es que está lleno de dolor y de fecundidad. Hay poemas en que puede leerse la lluvia elemental, dadora de vida, la lluvia madre. A esa primera forma de maternidad y de lluvia, José Antonio Santano le dedica este poema con el que el libro empieza a cerrar su libro:
Plegaria
Madrenuestra que habitas
en el aire y la rosa
toda tú en los campos
en el agua de lluvia
en la aurora celeste
en la música clara
de la luz en los sauces
de regreso a la tierra
una tarde de enero
en las nubes grisáceas.
Madrenuestra de lluvia
Madre Lluvia la vida.
Disculpará el lector que empiece mis citas por el final del libro, pero me parece muy importante decir que esta madre lluvia, esta madrenuestra, es una contraposición del padre nuestro cristiano porque no está en los cielos, sino que ha bajado: se ha precipitado sobre el mundo y su reino es todo esto que ha tocado, bautismalmente. Gracias a la lluvia el cielo y este mundo se comunican. La lluvia es nuestro inicio y el inicio de la trascendencia. Para Santano, esa lluvia, Madrenuestra que cae desde los cielos, es el inicio de la palabra y el trasfondo musical del poema. La madre lluvia inicia, protege, guía y es testigo de la vida de los hombres, de sus horribles dramas.

Portada del libro Madre lluvia, de José Antonio Santano.
El libro está lleno de personas y momentos recordados. A veces, Madre lluvia es como un álbum de fotografías, una antología de imágenes con aguacero, con llovizna de fondo. El poeta, incluso, le dice al lector claramente lo que libro hace. Le desnuda el recuento y le habla, por ejemplo, de las memorias (escuchadas, leídas, vividas desde quien conjuga literatura y vida) de la postguerra:
Los años se suceden,
cae la lluvia en las aceras
lenta y apacible
en su rumor de hoja y de sirena,
como la seda que al tocarse
vuelve a la luz de la sonrisa.
El día se torna denso en su grisura,
corre el agua calle abajo
hacia la vieja Plaza de la Cárcel,
soledad en ramas de la acacia
que los juegos reviven en los ojos,
en las esquinas de aquellas casas blancas
donde habita el luto y los lamentos
después de haber llorado largamente
los años opresores de posguerra,
que el miedo hizo suyos
y cobijó el silencio en su morada,
porque la vida toda fue osario
y podredumbre,
ni una sola voz que dijera
hacia dónde, qué camino,
quién vendría con nosotros
una vez más
en peregrina promesa
a buscar los cadáveres
¿en las cunetas,
acaso al pie de los olivos,
en fosas ocultas
o secretos crematorios?
De nuevo, me disculpo: no he podido evitar poner el poema completo. Me ha parecido importante presentar al lector con todo el peso de este tópico del libro. Otros poemas, igualmente duros, dicen palabras como las siguientes:
(…)
¿Dónde hallar el rostro del hermano
desaparecido a los dieciocho
y del que nunca más se supo?
¿Qué habría sido de él,
con quien habló sus últimos días,
le acreció una muerte dolorosa,
quién fue su verdugo,
quizá una bala anónima y veloz
derecha al corazón?
¿Estuvo solo en la hora última,
quién cerraría sus ojos infinitos,
sirvió su muerte para algo,
dónde?, que alguien me diga,
la razón, una sola
y clara, solo una, de la ignominia
y tan hórrida barbarie,
de aquella infértil guerra.
Sin embargo, este no es un libro sobre la postguerra, sino uno sobre una lluvia que moja y que (a diferencia de la guerra, que es infértil) lo fecunda todo. No debemos olvidar esa Plegaria que leímos al inicio, y que está en el otro extremo de lo humano: lo que busca trascender el cuerpo, el mundo mismo.
Tenemos, pues, dos extremos: la guerra y la plegaria. En ambos, la lluvia como bautismo. Entre los dos extremos, la lluvia como testigo de todo lo que pasa, de las pequeñas y las grandes tragedias de nosotros, los que estamos bajo el cielo:
Madre lluvia gozosa
en la estancia y los hijos
que el invierno reúne
al calor de los besos
del picón en las brasas
y a la mesa leyendas
una taza de leche
y en los ojos brillantes
fantasías galopando
en las noches de insomnio
que el vacío de la ausencia
orfandad viva siempre
enclavó el cuchillo
en la espalda del tiempo…
Este libro, como la lluvia, cae sobre todo, pero todo (recordemos ese verso de Borges en su soneto La lluvia) sucede en el pasado: José Antonio Santano nos entrega recuerdos que, luego de haberlos leído, nos pertenecen porque nos han dolido, porque también le hemos dicho adiós, alguna vez, a lo que amamos.
Madre Lluvia es un libro que habla de muchas cosas, y por ello no es uno al que deba entrar el lector buscando nada. Hay que leerlo con las palmas y los ojos sedientos de fecundidad verbal y de belleza. Es, en pocas palabras, lo que debe ser: un libro de poesía que lo toca, lo bautiza y lo fecunda todo, como la lluvia misma. No es poca cosa lograr un libro así. Hay que buscarlo, hay que leerlo. Yo lo celebro, desde esta orilla.
José Antonio Santano nació en la localidad de Baena (Córdoba, España), en 1957. Es Graduado Social por la Universidad de Granada, Técnico Superior en Relaciones Industriales por la de Alcalá de Henares y Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería. Es autor de Canción Popular en la Villa de Baena (1986), Profecía de Otoño (Sevilla, 1994, Premio Internacional de Poesía “Barro), Exilio en Caridemo (1998, Premio de Poesía “Ciudad de El Ejido”), Íntima heredad (1998, Accésit Premio Internacional de Poesía “Rosalía de Castro”). La piedra escrita (2000, Finalista Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de Poesía), Suerte de alquimia (2003, Finalista del Premio Andalucía de la Crítica 2003), Lunas de oriente” (2018), y varios títulos de poesía. Igualmente, es compilador de la Antología de Poesía Iberoamericana Actual (2018). Poemas suyos han sido traducidos al gallego, catalán, vasco, inglés, francés, italiano, alemán, búlgaro, rumano, ruso, árabe, portugués, griego y chino.