Reseñas,

La sombra de Hugo

Hugo_Raymundo

Raymundo Zenteno

Hugo, le dije, tú no eres Montaño, tú eres Montaña, eres Kagemusha…

Suena bonito, maestro… Pero, decime qué es eso que soy ahora.  

Entonces le conté lo que apenas recordaba de una película de Akira Kurosawa.

Le dije a Hugo que el Kagemusha es un disfraz. Y es que, allá por los días de Shakespeare y del Quijote de Cervantes, allá por mil quinientos y tantos, en un lugar de Japón, un señor feudal, Takeda Shinguen acaba de morir. Su pueblo lo amaba y lo respetaba. Decían que en sus años de juventud Takeda había sido  “Rápido como el viento, fiero como el fuego, Sereno como el Bosque y Firme como una Montaña…”

Durante los combates, si Takeda Shinguen veía a su ejército debilitarse, subía al lugar más visible y, con la espada en alto, se convertía en Montaña al son de tambores y movimiento de banderas. Los soldados tomaban nuevas fuerzas al ver la silueta y la sombra de su caudillo.

Pero Takeda Shinguen murió de pronto y si los enemigos se enteran, será el fin del imperio Shinguen.  Entonces contratan a un Kagemusha, un hombre vago, un poco ladrón, descarado y timorato. Su única virtud es ser idéntico a Takeda. ¡Lo entrenan para que ocupe su lugar! El experimento parece condenado al fracaso, porque el Kagemusha no tiene la estatura espiritual del auténtico guerrero. No es ni la mitad de su sombra.

Pero sucede que, aquel Kagemusha, ya vestido de guerrero, ya en el lugar del combate, se llena del espíritu de Takeda Shinguen y se convierte en viento, fuego, bosque y en Montaña.

Al final de la película el Kagemusha muere acribillado, sin soltar la espada de la mano mientras lo arrastra un río… ¡Muere como un héroe!

Ohhh, maestro… Me dijo Hugo, con risa y con asombro, creo que si me parezco un poco a ese sinvergüenza. Me gusta la guitarra y la vagancia… Y a veces me da por sentirme un gigante de fantasía, más ogro que Goliat. 

 ¡Así es! Y lo Montaña ya lo tienes en el tamaño, y en el apellido.

Pero Hugo se convirtió, sin pretenderlo, casi sin darse cuenta, en un guerrero de espada redonda, donde el verdadero filo está en la lengua que  narra cuentos y leyendas, que habla poesía y llena orejas y corazones del imprescindible arte.

Hugo se hizo Montaña inamovible en Coneculta, y su sombra y su reflejo, su voz, con su impulso y su resorte, ayudaba a que las cosas funcionaran en Coneculta; era el capitán que reparte juego y hacía a todo el equipo jugar bien, aunque más hasta mero arriba, como casi siempre sucede en los equipos de futbol, fuera todo desastre, malamaña y despilfarro.

La obra principal de Hugo no fueron sus cuentos. Abandonó un poco su pluma y su guitarra (tampoco soñaba en premios y reconocimientos) porque su obra principal era hacerse Kagemusha, convertirse en personaje ágil como el viento, sereno como bosque y siempre lumbre de alegría para llegar a tantas escuelas, a maestros y maestras; a tanta muchachitez y a juventud; participaba en congresos, talleres, conferencias, charlas con cafecito y galleta. Un poco mago, le brotaban libros por todos lados, para repartir y hacernos leer como conejos.

Y cuánto nos alegraba escucharlo, desde la radio universitaria. Hugo convocaba lechugas, tomates, cebollas, nueces, pasas… ¡todo lo que lleva una buena ensalada literaria!, para dejarnos las orejas contentas y bien nutridas.

Y con todo y su desvelo madrugaba a cocinar haikús, para ofrecernos un desayunito de 17 sílabas. Y luego nos daba la receta.

Hugo era muchas cosas. Pero era también el papá de Iñaki, a quien debemos agradecer por prestarnos a su padre. Hugo, desde la cima de sus hombros montaña, nos enseñó que solo desde un corazón bueno y noble se pueden alcanzar horizontes más horizontales, o verticales, o como sean, pero más bonitos y más dignos.

Hugo nos quiso tanto,

y nos dejó de pronto,

con la pena de no haberle dado todo lo amor que merecía. 

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