Ensayo,

Mansa presencia de la muerte, poemario de Eduardo Hidalgo

Eduardo

Impermanencia y fugacidad, ausencia y olvido configuran el envés de la existencia. Presencia y memoria la hilvanan. Correlatos gemelos. La palabra original, la escritura de poesía apunta hacia la apuesta por insertar el silencio, nuestra imagen inversa, contra el estruendo de los días, y restaurar la plenitud del presente, instalarnos en el instante mismo en el que todo es y todo está. Nombrar dota de sustancia a lo inasible, fotografía del ser en llamas. Celebración o lamento, juego de la inteligencia, la edificación de la imagen apunta al paraíso perdido y al momento exacto en que fuimos arrojados al exilio de nosotros mismos. En este sentido, simple lector, anoto algunos puntos notables de Mansa presencia de la muerte, el último libro de Eduardo Hidalgo (Huixtla, 1963).

   Notemos los epígrafes seleccionados. Los versos de José Emilio Pacheco, uno de los cuales fue elegido como título de esta obra; los del mismo Pacheco que preceden a la primera sección. Los de Sabines, Gelman y Becerra. Ausencia, soledad, melancolía y silencio. Lo humano, al rojo vivo. Las escenas suceden unas a otras como en álbum de familia. Muerte tras muerte, se entretejen, hilos de lana y plata. Diversos momentos se entremezclan, en un flujo natural de la conciencia del poeta, que recupera intermitencias: sensaciones, recuerdos, certezas y sugerencias que se anegan en imágenes poéticas elaboradas con dominio del oficio, breves y nítidas, humeantes oníricas o plásticas e iridiscentes, perspectivas del fuego hasta alcanzar a la ceniza, el reposo del canto por el canto, la poesía por la poesía.

   El poeta muestra la imagen de su madre niña y del hombre que será su abuelo, como principio del linaje de muertos que pueblan el poemario. El poeta, desde el presente continuo, observa, canta y cuenta con “mirada de atropina” y a la vez se deja ver por las “miradas que nos miran desde el fondo// de la vida”.

  

Más que testimonio, representación o evocación, la palabra poética instaura una realidad en sí, un espacio-tiempo autónomo, paralelo a la vigilia y a la historia, más próximo al sueño y al mito; además, por designio del poeta, “pequeño dios” que elige el vocablo óptimo, la frase exacta para decir su particular expresión de la condición humana. Inicia la escena primera de la obra, emerge de la penumbra devenida de la propia presencia de las cosas y los seres. Salvo en la tiniebla o en la muerte, no hay espacio libre de sombra, de claroscuros, de luz cercada. El poeta dice al principio del libro:

“En la tarde
ligeramente carcomida por minutos negros,
por un grado de oscuridad que la distancia da a la historia,
por la sombra del follaje del árbol de mango bajo el cual situé el recuento
el hombre orina”.

   Expresa situaciones singulares. Ver los rostros de los muertos, por ejemplo. Es un libro polifónico, edificación de subjetividades yuxtapuestas en el tejido del discurso: Da voz a la madre y a Francisco, el segundo hijo, (QEPD). Se habla de la abuela médium y la proximidad de su condición de intermediaria entre mundos, similar a la facultad del poeta, aquel que vincula realidades por la analogía, la metáfora o la empatía y consonancia de imágenes. La abuela poema, la abuela muerte, a decir del autor. Esa abuela cuya imagen tiene mucho de espectral y persistente:

“(En el sueño y fuera de él,
la madre de mi madre:
una imagen
de toc-toc y de queja
muy parecida a la muerte)”.

Y hubo uno más poeta que vidente. El primo Alfredo, del que se dice:

“él también creía en la ayuda de los muertos
a la hora de escribir; tal vez los atrae
hasta mí, quizá les dice
que soy su primo hermano”.

   Por este primo, por cierto, nuestro poeta supo de Hart Crane. Y hablar de Crane es hablar de poesía y muerte; referir la culpa, la ansiedad y la desgracia que lo arrojó al Golfo de México en el cruel abril de 1932. Puede decirse que el poeta norteamericano es un referente para Hidalgo, no es la primera vez que aparece en su obra. El tema de la muerte por agua, del ahogamiento, es de interés para el autor. Consideró incluir una sección constituida por poemas sobre ahogados. Al final, esta sección impedía el desarrollo del libro y al retirarla permitió la conformación del corpus definitivo. En el poemario Viene de antes -con el que obtuvo el Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa en 2006- le dedica, a propósito de su muerte, similar a la del marino Flebas, el poema “Ulises”:

“Hay que ser todo oídos, no irse, estar.
No lejano como estrella sino atento,
no atado al mástil ahora y oír
a las sirenas que me llaman Ven
como si ése fuera mi nombre:
Ven,
aún es temprano”

  En el libro, es palpable el drama interior que la muerte del hermano mayor provocó a los miembros de la familia. La culpa por sustituir al ausente primogénito en el orden familiar. La desgracia de la madre a la que le han muerto un hijo un día antes de cumplir un año más y el gran muerto que anida en ella desde entonces. Y también por la muerte de la hermana y del tío que se suman a los pesares de la madre. Hidalgo dice:

“A esta hora,
mi madre
debe de estar soltando cascadas,
arroyos verticales,
maravillas naturales que deberían
ser ya considerados patrimonio nacional”

   El poeta habla del padre y de la muerte de los abuelos paternos. En “Orfandad” la sugerencia se torna claridad, la economía del lenguaje es óptima: se dice de otra forma lo mismo y más, encantamiento de la comprensión y de la lógica poética. También escuchamos al poeta cifrar el día y la hora de la muerte del héroe, del rostro de la ley, 04:00 am del 10 de noviembre. Como en las coplas de Manrique y en el último gran poema Sabines, se nos participa de este recuerdo fijo como un hito, comulgamos gravemente en este registro hondo. Y esta hora situada entre espejos, se multiplica y repite cada noche con su eco de malestar. Hidalgo ha sabido asimilar el pathos sabiniano y verterlo en expresiones propias, una de cuyas principales características es la dimensión lúdica, pero también el desgarramiento, el dolor y la negación. Leemos en la página 63:

“De quejas y sueños estás construido.
éste es tu inexistir,
éstas no son tus manos sobre la mesa,
éstos no son tus dedos describiendo el tiempo.
Lo que te parte el pecho ya no es tuyo.
De quién es la palabra que ahora nombra este momento?”

    Más allá del tono – tufo- confesional o coloquial, y el tono sentido al recitar con el que se imita al autor de “Lento, amargo animal” hasta el límite de la parodia, la poesía de Eduardo Hidalgo, hereda de Sabines y honra esta influencia.

   Si es posible afirmar que “morir es retirarse, hace a un lado”, también podemos decir con Eduardo Hidalgo que “estar solo es estar sin uno mismo”. Es clara la proximidad entre este verso y “noches de exacta soledad/ —maldita y arruinada soledad/ sin uno mismo—”. El poeta comenta que esto no fue intencional o, al menos, no lo recuerda. En reconocimiento de la cercanía e influencia asimilada, optó integrar la expresión sabiniana como epígrafe de la sección “Una gran pregunta” (pregunta a la cual se asemeja la noche cuando cae):

 El poeta explora formas de aproximarse o conocer la realidad, como el filósofo, el científico y el religioso. Señala sentido donde no lo había. Define lo que no se había dicho. O dice, de otro modo, lo mismo: Si alguien inquiere ¿cómo cae la noche?, el poeta responde, deslía el silencio y elabora la imagen, su decir se elonga, se refleja entre espejos y la forma se funde con el fondo; movimiento cíclico, expresado con reiteración en el poema:

“La noche cae a veces como un hacha,
como un largo machete
o cuchilla pesada
y limpiamente hace que la cabeza vuele,
que vuele y caiga y ruede
y ruede y ruede y ruede”
hasta quedar muy de noche de cansada”.

   O, alejándose de lo furtivo de la decapitación, sombrío y seco, sentencia: “La noche cae siempre como una gran pregunta”. Y ha dicho todo al respecto. Y en cuanto al dolor, al padecer, Hidalgo no amonesta al punto de maldecirnos si pensamos que esto es un poema, no obstante, advierte sobre la proximidad de lo indecible, del terrible silencio, del eterno oscuro, del no ser que se ofrece como un remanso a la conciencia exhausta ante el ascenso del catálogo de difuntos:

“Qué más decir,
         si ahora lo que soy está sitiado
   por esta oscuridad y su deseo
profundo y obstinado de ser yo?”

   En el mejor sentido, Hidalgo juega con la palabra, prestidigita, diestro, sonidos y significados, inicia a erigirse como el maestro del juego verbal, eficaz en el ingenio y a distancia del artificio y la ocurrencia. Juegos de la inteligencia, reitero. Eufonía, aliteración, anáforas y más recursos, hasta la construcción de nuevos términos, una especie de neologismos, se advierten con soltura en la plasticidad de la poesía y cumpliendo con su función, reorientando el sentido, dotando de belleza la expresión o modulando el ritmo de los artefactos u objetos autorreferentes llamados poemas. Leemos:

“Cuando sobran las sombras,
cuando en balance tenemos de más
 y posan como cuervos las palabras
―palabrájaros negros como sombras obrantes―
esa hoja de decir “ya no”
cierra la hora
 y nos pone a soñar
como campanas”.

  Estos palabrájaros recuerdan, claro a las “golontrinas” y “ulamentos huidobrianos” y el “mitrado monodáctilo” de Vallejo.

   Palabrarista, como se define en la semblanza de la solapa, en Mansa presencia de la muerte, Hidalgo ejerce la facultad de jugar con la palabra, asume el oficio poético en tanto tiene de ser la más inocente de todas las ocupaciones y da forma a los motivos principales del libro, la ausencia, el drama de los decesos familiares, el dolor. Los mismos sucesos, elaborados como recuerdos en imágenes inéditas, el milagro de la poesía. “Áspera memoria en que devino esa hora de enero (…) como futura cicatriz”, dice, el poeta. En esta parte es posible no fue difícil traer a la mente “áspera cicatriz”, el heptasílabo título del segundo libro de Óscar Oliva, maestro del poeta y a quien menciona en los agradecimientos. Por otra parte, en “Cuerpo roto”, Hidalgo escribe:

“Poner algo ahora en esta línea:
un nuevo algo,
un largo algo,
un algo amargo;
poner la estela que dejan los aviones en lo que siempre irá papá a recoger el cuerpo de mi hermano, caído unas horas atrás”.

   La actitud lúdica contrasta con la hondura del leit motiv de la obra y a la vez induce la acumulación de los significados y sentidos, que se dejan venir en cascada, como en el poema “Sonido de mi” (a la vez señala la nota mi y, a una tilde de distancia, al pronombre personal “mí”, así como al idéntico adjetivo mi, lo que sugeriría completar la frase). La cuerda en sí, de una guitarra, y la memoria como la cuerda que al pulsarse se convierte en la música que ahorca la calma nocturna, como cierto sonido que acompaña al poeta cada día, un tinutus provocado por exposición a impactos acústicos. Porque la estructura microscópica de una cuerda metálica, sin la cual no vibraría de forma óptima, provoca callos en las yemas, así como cada experiencia dolorosa prepara al individuo para resistir y aceptar las futuras situaciones trágicas. Transcribo este poema cuyo último verso remite al primero, que muestra el acierto de la circularidad:

“Una cuerda y su pulsación,
 una cuerda y su sonido,
una cuerda y su tensión,
una cuerda y sui estructura,
una cuerda y su locura compartida.
(Hablar del latido; de la sangre que se bombea;
del hijo que ya no está;
que, entorchada en lo hondo,
la memoria me muerde las uñas
en el soliloquio de una cuerda
cotidiana y campante
alrededor del cello de la noche)”

 La música, como el mar, la noche y el sueño, si no es un motivo, da pie o traspasa varios de los poemas del libro, como en “Frecuencia” y en “Hora de abril”, en el que se lee:

“El Mar sale de estéreo y lame la sala
se estira hasta el balcón
y se derrama”

   El Mar, como una bestia sonora, marina, ocupa la hoja en blanco, se distribuye palabra a palabra descendente, hacia la derecha de la página, hasta alcanzar a mover el ánimo, antes petrificado, del poeta. El Mar, por cierto, es un álbum del pianista noruego Ketil Bjørnstad, una colección de piezas tristes y propicias para la concentración e introspección, idóneas como banda sonora para el recogimiento y la gravedad, que nunca gimoteo, ni siquiera lamento, del poeta. Las horas de abril, tan opuestas a las de junio, en efecto, hacen patente su definitoria crueldad, en ellas se mezclan, bien se nos ha dicho, “anhelos y recuerdos” hasta fundirse en la suspensión del presente. El poema finaliza:

“Sobre la arena oscura de este abril
en el que estoy tendido,
pauso el presente
Las olas empiezan a moverme”.

   Más allá de la mansa presencia de la muerte, Eduardo se solaza en la palabra y juega al final del libro, y ensaya calambures y le guiña el ojo a la muerte y a Villaurrutia. Y define, y dice y crea y recrea.

“Estallo en llanto,
estallo orando por mis muertos;
es tallo el pensamiento que la lluvia dobla,
es flor el pensamiento que la lluvia corta y levanta y
  [lleva y muestra y pasea y transporta hasta el río”.

   Pone en escena la conciencia sobre el acto escritural, creativo, poético, el decir pleno del poeta, que la palabra que se afirma y se niega, recargada en su propia dialéctica, en la tensión de su propio parto y muerte instantáneos, como en el poema “Escribes (2)”:

“Escribes “soledad”, “silencio”, “noche”;
escribes “lluvia” y el sonido niega todo
 y todo anega el sonido de la lluvia.
Dices noche en voz alta y te iluminas”

   Por otra parte, en “Poema?” señala los límites de la comunicación y cuestiona, claro, la posible función comunicativa del poema, en general.  Decir, escuchar y comprender son contrastados entre sí. Con aire oracular poeta dice:

“La noche es un enjambre de palabras
sobre la hoja del día”

   ¿Cuál es la razón del poeta para decir eso? ¿Por qué en ese momento o siempre, habla así, metafórica “Y no hay respuesta clara”, escribe más adelante, pero pienso en unos versos de Efraín Bartolomé “hay un enjambre luminoso en mi palabra negra// yo soy la lengua de la noche”, o sea, la función poética del lenguaje enciende a la palabra oscurecida por su uso meramente instrumental, comunicativo, justificado. Resuena esta noción en el poema de Hidalgo.

   Por otra parte, Mansa presencia de la muerte es un libro sabio. No por ofrecer epigramas y sentencias o aforismos. Sino porque, como Viaje a Ixtlán de Carlos Castaneda, nos advierte de la proximidad de la virgen de las vírgenes, la muerte. Hidalgo nos dice en el poema “La muerte de su hermano”:

“Nacemos con una hermana muerte,
gemela que nadie ve,
pero imagina y teme:
siamesa interna que crece
hasta aprender a desprenderse”

   Y a partir del siguiente poema “Hasta el cielo”, es posible pensar en la vieja noción semita de los impulsos o inclinaciones al bien y al mal, yetzer tov y yetzer hará, de las modernas pulsiones de vida y muerte, eros y thánatos que fundamentan nuestra dinámica anímica:

“nacemos a la sombra de los muertos,
rodeados de energía,
            conectados
           por el bien, por el mal;
hermanados, redondos, verticales”.

   Destaco el último poema del libro, “Canción” que enfatiza con refinamiento la preponderancia de la melodía, el sustrato fónico y la contundencia del significante, de la palabra en sí, más allá del contenido y que prepara nuestro ánimo para advenimiento del sentido. Sonidos que dicen y dicen más. La poesía como fenómeno lingüístico, y en tanto ello, humano, pues nuestro mundo se halla en la región de lo decible.  En este punto es necesario leer y escuchar el poema completo en voz del autor.

   Pero antes, invito a ustedes a que adquieran el libro y se careen con la propia finitud. Si la poesía “es la única prueba concreta de la existencia del hombre”, como dijo Luis Cardoza y Aragón, entonces, es posible afirmar que Eduardo Hidalgo ha demostrado la suya; hagamos lo propio y leamos Mansa presencia de la muerte.

Promotor cultural y secretario técnico del Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura. Estudió física y matemáticas en la Universidad Autónoma de Chiapas. Trabajó en proyectos de investigación de carácter literario y filosófico. Ha colaborado con el Sistema Chiapaneco de Radio y Televisión y con la Radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas con programas de rock. Poemas suyos han sido publicados en New York Poetry Review y La Otra; ensayos sobre poetas mexicanos en diarios de circulación local y nacional, así como en las revistas Taller Ígitur y Altazor.

1 comentario

Patricia Villalba

agosto 4, 2023

Excelente muchas felicidades

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