Confesadamente o no, la vida y la escritura tratan siempre del problema de pertenecer, de ser (o no ser) de un sitio que también nos reclama, que nos busca por nuestro nombre, por nuestra voz, por quienes somos. En poesía, pertenecer a un sitio fuera del poema siempre es más difícil, porque la patria del poeta es lo que escribe, lo que otros han escrito, las palabras. La poesía es la patria que un poeta se construye, su origen, y también su destino final.
Sin embargo, a veces la patria existe y los milagros suceden. Uno de ellos (merecido milagro logrado con trabajo y con versos delicados pero firmes) le ha sucedido a mi amiga, la poeta Cubano-Americana Yosie Crespo. Ella tiene más de dos patrias, y su último libro ha sido publicado en su Isla, Cuba, y la tierra de todos y de nadie que es Nueva York. La edición americana es, además, bilingüe.
Queríamos saber qué era una rosa es el nombre de este libro que ha nacido dos veces, y que seguirá naciendo mientras en el mundo haya gente que busca la pertenencia, y mientras los poemas sean espacios abiertos para todos los humanos: oquedades vivas que llenamos con el cuerpo, con el propio corazón.
Son poemas llenos de resiliencia, y de una firme calma que solamente puede tener quien ha marchado y regresado por los caminos de la experiencia humana, la soledad y la búsqueda. Dice la poeta:
y acaso ganar sea lanzarse al vacío con los ojos vendados/ o abandonar poco a poco la inocencia.
Pero ahora solamente quiero presentar lo que Rogelio Riverón, uno de los más importantes escritores cubanos contemporáneos del ahora, dice sobre este libro de Yosie Crespo, y sus dos ediciones, en este lúcido ensayo que tenemos el honor de presentarle a los lectores de Carruaje de pájaros.
Manuel Iris
No han dejado de sorprenderme estos versos de Yosie Crespo:
Aquí estaban las rosas
como aves atadas al suelo.
Parece puesto al inicio de un poema como algo preexistente, una pequeña pieza que puede ser situada aquí o allá, porque su valor es modular, y encaja en más de un objeto. Creo, a propósito de esta y otras imágenes, que al renunciar resueltamente a la altisonancia, la voz central de este libro se apropia de una energía, diría yo radical, y confiere al conjunto una coherencia envidiable. ¿Cómo se ajusta un argumento contra la represión homosexual y a favor de los que aman sin miedo, según dedicatoria expresa de la autora, sin que de inicio afloren la tristeza y la demanda? A las posibles hipótesis, me aventuro a agregar una observación: este poemario no incurre en el alegato absolutista, no es ni siquiera un intento por aportar solidaridad, porque el viaje exploratorio de Yosie Crespo comienza antes, en el segundo previo a toda parcialización. Así, cuando entra en escena es ya una voz penetrante, hablando por ella y por algunos otros, repasando segmentos de vida, pensamientos, incertidumbres, en este libro ético sin ser pedante; un libro contra la destrucción.
Comprendo que la ética no es una categoría artística, aunque puede estar —remotamente— entre las razones para escribir un libro de ficciones. En este —presumo— habita un sujeto que se explora con insistencia y es dado a la confesión. En la nota de contracubierta de la edición cubana (2019) alcancé a resaltar el carácter reflexivo de estos versos y su vigoroso emplazamiento en el yo. Obviando el posible efectismo de la frase, me atengo aún al estilo oracular de Queríamos saber qué era una rosa, teniendo en cuenta que las intérpretes del lenguaje cifrado en el mundo greco-latino, compuesto según las culturas que lo han practicado no sólo por palabras, sino también por sonidos, sombras y disímiles combinaciones, son todas mujeres. A través de ellas habla el destino o, si se quiere, el universo. Aquí el universo, eso sí, no habla desinteresadamente, sino que proviene de la experiencia, que es decir el tiempo, o mejor: la duda en el tiempo. En 42 poemas divididos en 2 secciones, a saber, I. La piel cubierta de banderas rosas, y II. La otra felicidad, este libro representa —insisto— una suerte de discurso en espiral, cuyo sentido se completa de un poema a otro, y cada asunto: la vida, la muerte, el ser, la ilusión, el carácter, el amor y la dimisión son contemplados a lo largo del ascenso desde diferentes posiciones y distintos estados. Esa acción de complementariedad renueva el punto de vista del sujeto lírico sin contradecirlo y es en sí una metáfora de la existencia.
En el cuaderno hay, efectivamente, poemas con cierto sabor a nostalgia («Eran los días»; «¿Te acuerdas cómo era la vida?»; «La puerta»; «Profundo en un sueño»), aunque es una nostalgia proyectada, como una imprecación a la existencia. Pues bien, detengámonos un instante en «Eran los días», que comienza así:
Eran causa de los pájaros
y de la tranquilidad de la juventud…
A primera vista estos versos hablan de un preludio, del momento anterior a una puesta en camino. Lo que venga después será de algún modo el desengaño, pero también la experiencia, materia de la poesía. Sin masoquismo, sin fanfarronería. Si algo irradian estos poemas es tenacidad, aceptación de la idea de que la vida es persistencia, en lo difícil, pero además en lo hermoso.
Por su parte, en «Profundo en un sueño», una de las piezas más bellas del libro, la voz un tanto elegíaca del sujeto dice:
…cuál flecha soy yo
cuál mancha de tiempo en el sillón
me hizo creer que conocía a Dios
y por qué al llamarlo ya no me tiembla la voz…
Da la impresión de que el poeta es ahora un poco menos inocente, de que haber sobrevivido lo autoriza a una conversación con «lo más grande», entendido —perdón, Señor, por la blasfemia— que tan grande como Dios es la resistencia. Con algún sobresalto podemos comprobar la coherencia del discurso de Yosie Crespo de una pieza a la otra de este libro compacto, y preguntarnos cómo consigue esa concentración en el territorio si se quiere breve de 77 páginas. Corro el riesgo de equiparar a la autora con el sujeto lírico, sin dejar de tener presente ninguno de los pactos entre quien se decide a escribir ficciones y la inercia del discurso, el espacio donde este gravita en la órbita de quien escribe, pero no es quien escribe. El tono confesional de este poemario no es ni siquiera una estratagema. En ocasiones el poeta (regreso a la neutralidad por mera convención) se reconoce confundido, obnubilado más bien, dice:
Las perdidas ciudades de la desesperación
se sacuden inquietas en un barrio de ¿Brooklyn?
y es la abrumadora sensación de estar lejos…
Esta vacilación momentánea se repetirá a lo largo del libro, como aviso del problema de la reconstrucción, en el plano del discurso, de las obras (entendidas como hechos y también como trabajos) y de las circunstancias. Se trata de un asunto caro a la poesía. ¿Para qué se escribe un poema de amor? ¿Para dejar constancia de que existió una trabazón entre dos almas y que fue durante un tiempo más fuerte que los ulteriores desajustes? Casi todos diremos que esa no es razón suficiente. En el Pasarás por mi vida sin saber que pasaste, de José Ángel Buesa hay mucho más que aguamiel para el oído de las señoritas latinoamericanas de la mitad del siglo XX, incluso si el autor villareño se hubiese conformado con los aplausos que jamás le faltaron. Cuando un texto conquista la categoría de poema cruza ante el espejo de bronce de la filosofía. No se limita a pertenecer a un autor. No se recita a sí mismo; ya no cabe recitar. Los poemas de amor de Queríamos saber qué era una rosa son algo más que poesía de amor, dicho esto sin desdoro del enamoramiento. O tal vez el amor sea mucho más de lo que yo mismo comprendo, pero, por ejemplo, en «Yo, jaula» veo una sosegada declaración de principios, pero además una de las tantas explicaciones de la fatalidad. Es un poema de amor/desamor en tanto es un poema sobre la personalidad, la idiosincrasia, los límites del carácter y el capricho.
De mayor clasicismo en cuanto a la lírica amorosa resulta «Único movimiento de la luz cuando queda en los ojos», aunque es también más predecible. Una voz que se reconoce más sabia que antaño, deletrea una añoranza en clave de luz y sombras; de cosas a la vista y cosas que el recuerdo, presumiblemente, acabará por embalsamar. Una de sus estrofas es nada menos que un conjuro de liberación:
…nombre que alguna vez sentí
nombre que limita el cuerpo
nombre que me mueve
prende esta lámpara
para que el espacio que se anuncia entre nosotros
permanezca encendido
para que vengas a salvarme
al menos hoy…
El poema cierra en tono sentencioso, pero no doctoral. De hecho, la de definir es una de las cualidades de Queríamos saber qué era una rosa (al fin y al cabo este libro se lanza desde su propio título en busca de una definición), pero no se trata de verdades levantadas hacia el cielo, sino del efecto parcial de un aprendizaje. Desde bien temprano (en el segundo poema, en el supuesto de que se prefiera definir el texto inicial del cuaderno como un preludio reivindicativo en prosa), nos topamos con una enunciación, si bien un tanto inestable, a causa del adverbio:
…y acaso ganar sea lanzarse al vacío con los ojos vendados
o abandonar poco a poco la inocencia…
En adelante continúan las aseveraciones por el estilo, incluso en algunos títulos, en cuyo caso el poema resulta una especie de ensanche en relación con lo postulado, aunque es evidente que no se limita a consolidar esa hipotética inferencia. Debemos tener presente que cualquier operación de esta índole tiene más de confesión que de jactancia; la sentencia es provisoria, es sobre todo una parada forzosa, dialécticamente hablando y si poco después se completa o se descompleta lo hará en función de la experiencia del sujeto lírico, de sus obras y de las obras de interlocutores a quienes no siempre le fue dado escoger. Su interlocutor es a veces un hecho, un libro, un elemento, un sueño, el tiempo.
Alguna vez José Lezama Lima aseveró —quizás bromeaba— que no había mayor misterio en la poesía cubana que el contenido en la redondilla de José Martí acerca del canario amarillo con el ojo tan negro. Por esa ruta se topa uno con el conocido axioma de Gertrude Stein: A rose is a rose is a rose…, y sabe que no es tiempo de chistes. Stein llegó a afirmar que gracias a ese verso, inspirado por la tragedia Romeo y Julieta y también por una mujer, la rosa era roja por primera vez en todo un siglo de poesía en lengua inglesa. ¿Qué robusto sentido hay bajo ese nombre? ¿Es solo un asunto de identidad? En todo caso, salir a investigar el significado de la rosa puede resultar en una pesquisa para la que no alcance la vida.
Rogelio Riverón (Villa Clara, Cuba, 1964). Narrador, poeta, crítico, editor y periodista. Ha obtenido, entre otros, el Premio de Cuento de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1999 y 2002); la Mención de Honor en el Premio Casa de las Américas, 2001; el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2007 y en 2008 el Premio de Novela Ítalo Calvino. Es director de la editorial Letras Cubanas, lo cual evidencia su capacidad de dirección y gran acervo literario. Ha publicado los siguientes libros: Los equivocados (Ediciones Extramuros, La Habana, 1992); Subir al cielo y otras equivocaciones (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1996); Mujer, Mujer (Editorial Capiro, Santa Clara, 1998); Buenos días, Zenón (Ediciones Unión, La Habana, 2000); Palabra de sombra difícil (antología, Casa Editora Abril-Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2002); Otras versiones del miedo (Ediciones Unión, La Habana, 2002); Cuentos sin visado (antología del cuento cubano, Ediciones Unión, La Habana-Editorial Lectorum, México, 2002); Llena eres de gracia (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003, 2005); Mi mujer manchada de rojo (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005); Conversación con el búfalo blanco (antología de cuentos y entrevistas, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005); La línea que cruza el agua (antología del cuento cubano, Monte Ávila Editores, Caracas, 2006); Bailar contigo el último cuplé (Premio de Novela Ítalo Calvino, Ediciones Unión, La Habana, 2008; Editorial Lectorum, México, 2009); Diez cuentos afortunados (en idioma ruso, Editorial Text, Moscú, 201O); Lonely People (Ediciones Cubanas, 2013); El tigre y la mansedumbre (Editorial Verbum, Madrid, 2012; Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2013); Pelos en el jabón, una antología personal (Editorial Capiro, Santa Clara, Cuba, 2016).Forma parte del Consejo de redacción de la revista electrónica La Jiribilla, así como de El Caimán Barbudo y La Letra del Escriba. Su exquisita obra literaria aparece antalogada en Cuba y el extranjero. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).