
Escribí Solana a mitad del año 2013. Ahora puedo decirlo: tuve miedo. Escribirlo era escarbar no sólo en el recuerdo sino en el dolor de quienes conocimos a Carlos, mi primo, su protagonista. Sin embargo, fue él quien me palmeó los hombros, se ajustó las botas y emprendió conmigo el viaje a la solana de los departamentos de la octava norte, a nuestra niñez, a nuestra adolescencia, a nuestra juventud. La infancia –puedo atreverme a decir– es la etapa de la vida más sincera, la que forja.
En 2014 Solana obtuvo la mención honorífica del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino y su primera edición estuvo a cargo del Fondo Editorial Tierra Adentro. Honorable, a gusto, por supuesto. La proyección inmensa hizo que Carlos y yo recorriéramos el país: Solana nos había vuelto a la vida.
Sin embargo, siempre imaginé un libro acompañado de guiños, resbalones y pequeñas fechorías en su recorrido. Por eso le pedí a mi amigo de la infancia Adrián Maza, editor de Carruaje de Pájaros, trabajar en un proyecto más cercano a la naturaleza de mi primo y acompañar el poemario con imágenes del álbum familiar de mis compadres Carlos y Berthita, así como incorporar algunos de los textos críticos que varios amigos han escrito. Además, tuve la fortuna que mi amigo Rodrigo Argüello estuviera de paso en Chiapas, y participara en la edición. Rodrigo y Carlos también fueron amigos.
Con este trabajo, no sólo cumplo con aquella vieja promesa que me hice, sino que, además, procuro, sin pretensiones y con la ayuda de todos ustedes, mantener viva la esencia y la figura de Carlos.
Espero que esta edición, estimado lector, te acerque al recuerdo de tu infancia y logres escuchar más allá de sus ecos.