Confesadamente o no, la vida y la escritura tratan siempre del problema de pertenecer, de ser (o no ser) de un sitio que también nos reclama, que nos busca por nuestro nombre, por nuestra voz, por quienes somos. En poesía, pertenecer a un sitio fuera del poema siempre es más difícil, porque la patria del poeta es lo que escribe, lo que otros han escrito, las palabras. La poesía es la patria que un poeta se construye, su origen, y también su destino final.