Poesía,

Trenzas, poema de Adriana Ventura

ADRIANAVE

Ha realizado estudios de licenciatura en la UAG, de especialidad en la UAM-Azcapotzalco y de maestría en la UNAM. Publicó las plaquettes, La rueca de Gabrielle (Editorial de otro tipo, 2014), Elogio a las rain boots que no tengo (Editorial de otro tipo, 2015) y Café Bausch (Colección La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Obtuvo la beca PECDA de Guerrero en el 2011 y 2014. Logró el Premio estatal de poesía joven en 2014 y de ensayo en 2015. También ha merecido el Premio al Mérito juvenil de Guerrero en el 2014. Fue becaria del FONCA en 2016.

TRENZAS

1
Él dijo:
No soy hombre ni bestia.
Mi debilidad son las preguntas.
No insistas, mujer.
Nada hay que pueda vencerme.
Alguna vez despedacé a un cabrito,
maté a treinta hombres.
Suelo ser así,
cuando me lo proponen.
El destino
debe ser trazado por uno mismo.
Pero Dios se ensaña
y quiere inmiscuirse en la vida de uno.
Quiere convertirnos en bestias
para que matemos a otros.
Nos deforma.

2
Llega el turno,
el tierno momento
para tener en las manos
la miseria de su cuerpo,
la zona cutánea
que Dalila puede acariciar
cada dos meses.

Ella va tras el cofre
donde atesora la fuerza.
Lava las hebras
que recogen el polvo
de cada mujer
en la que Sansón se fue quedando.
Con agua y champú barato
limpia su pasado.
Ella lo ignora,
pero él pone en sus manos
la fuerza de un ejército.

3
Sansón pide corte con navaja,
siente el vértigo.
A ella le gusta
oler, al menos,
un poco de su miedo.

Le pertenece.

Dalila corta, arranca,
y nota que cae el cabello.
La caída es natural
como cualquier desprendimiento.
Es lenta la caída.

Las hebras húmedas
se mantienen unidas,
sujetas a la materia
rodando por la capa de plástico
como la misma cosa
sin ser distinta del cuerpo.
El cuerpo que resguarda el torso,
la piel, los vellos, el latido.
El ritmo nervioso
del hombre fuerte,
bellísimo,
a quien le quita el vigor
cada martes,
puntual a las cinco.

Dalila corta con la precisión
de un confesor,
supongo.
Corta como quien se vende
por mil monedas de plata.
Divide.

4
Imagina una recta en el cabello,
eje terráqueo,
línea franca que va de oreja a oreja.
Traza un mapa
para vivir con él en Gaza,
en Sorec,
al lado de las fieras,
entre versículos y señales de tránsito.
Viaja entre sus curvas,
por súper vías,
incluso por callejones
y se enreda en las hebras de sus rizos.
Corta. Cepilla. Sujeta.
Pregunta qué es lo que puede vencerlo
y él no responde.
O responde que nada puede vencerlo.

5
Miente,
el bellísimo miente,
porque ella no es dueña de su corazón
ni de su rostro ovalado.
No merece sus secretos
por eso juega
y ella lo deja jugar.

Mienten sus labios
mientras ata su nuca,
con odio,
con desprecio,
como quien siente ira
por no tener derecho
a escuchar cada noche
el latido del corazón que ama.

6
Le quita la capa,
extiende la mano.
Cobra por lavar,
cortar, secar.
Y barre
mil y más cabellos
esparcidos por el piso,
mil y más cabellos
que no valen
mil monedas de plata.

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