La poeta y traductora Elisa Díaz Castelo es una de las voces jóvenes más importantes de los últimos años en la poesía mexicana. Su nombre aparece en las marquesinas más importantes de la literatura nacional y podemos leerla en diferentes medios de difusión digital. Ahora que la pandemia por el COVID-19 nos ha limitado a todos la convivencia presencial, y hemos tenido que migrar a las faenas virtuales de los encuentros, festivales, tertulias, recitales y demás, el timeline de las redes sociales nos ha permitido como espectadores estar en cualquier momento. Estoy seguro que estas prácticas se seguirán haciendo para siempre.
Elisa, entonces, es una mujer que se ha consolidado en estas plataformas, y nos ha llevado a seguirla en todo lo que emprenden en materia poética y literaria. Talleres, conferencias, presentaciones de libros y columnas que se publican constantemente. Esta breve entrevista es un foquito más que titila en el vasto océano de las redes.
Díaz Castelo nos responde cuatro preguntas sobre su nuevo libro de poesía Proyecto Manhattan, editado por Ediciones Antílope en coedición con el Instituto Sinaloense de Cultura, y como primicia nos comparte un poema de este material.

Fernando Trejo: ¿Elisa, qué te llevó a consolidar el proyecto de escritura de Proyecto Manhattan, y cómo iniciaste su estructura?
Elisa Díaz Castelo: Pensé en escribir un libro que girara en torno a la creación de la primera bomba atómica, en 2015. En sus primeras versiones, el libro se enfocaba en el punto de vista de los científicos involucrados con el proyecto pero, conforme investigué y leí más sobre el tema, me di cuenta de que me interesaban mucho más las historias de mujeres involucradas directa o indirectamente con él. Y me enfoqué en su perspectiva. El fragmento que incluyo aquí, por ejemplo, está narrado por Kitty Oppenheimer, la esposa de Robert Oppenheimer, director del proyecto. Para ella imaginé una voz profética que vaticina continuamente, en un estado de delirium tremens, un nuevo apocalipsis desencadenado por la creación de la bomba atómica. Sin embargo, su voz también explora y canaliza lo que yo interpreto como un clima apocalíptico en la actualidad; vivimos asediados en todo momento por el cambio climático y la extinción masiva.
FT: Mencionas que son monólogos en donde distintas voces femeninas, a lo largo del libro y de manera intercalada van apareciendo y que, además, tomas algunos elementos de la dramaturgia. ¿Este proceso fue así desde un principio o en el transcurso hubo modificaciones?
EDC: Desde las primeras versiones del libro pensé en incluir acotaciones imposibles de llevar a cabo. Creo que este interés surgió gracias a mi estancia en la Fundación Para las Letras Mexicanas, donde conviví cercanamente con dramaturgos y leí bastante teatro.
FT: Es tu tercer libro. Principia obtuvo el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal en 2017; posteriormente obtienes el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 con El reino de lo lineal, y en 2021, nos sorprendes con Proyecto Manhattan, editado por Ediciones Antílope en coedición con el Instituto Sinaloense de Cultura. Cuéntanos un poco sobre cómo se dio el proceso de edición.
EDC: Terminé de escribir este libro con el apoyo de la beca Jóvenes Creadores del Fonca. Por suerte, (Ediciones) Antílope se mostró interesada en el proyecto desde que les hablé de él y, gracias al generoso apoyo del Instituto Sinaloense de Cultura, el libro pudo editarse y salir en pleno 2021, una año muy complicado para la edición de libros, como para tantas otras cosas.
FT: Antes del 2017 tu voz empezaba a leerse en pequeños círculos y esferas de la poesía nacional. En sólo 4 años, el nombre de Elisa Díaz Castelo es un referente inmediato en la poesía contemporánea. ¿Cómo ha sido ese cambio en tu vida personal, y sobre todo, en tu poesía?
EDC: En el último año he tenido más trabajo que nunca antes. Me siento afortunada puesto que es una época tan difícil para lo laboral, pero también ha sido más complicado organizar mis tiempos para darle prioridad a mi escritura. ¡Es algo que todavía estoy aprendiendo a hacer!
La autora de Proyecto Manhattan es también Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019 por Cielo nocturno con heridas de fuego, de Ocean Vuong. Con el apoyo de las becas Fulbright-COMEXUS y Goldwater, cursó una maestría en Creative Writing (Poetry) en la Universidad de Nueva York (2013-2015). Ganó primer lugar en el premio Poetry International del 2016, el segundo lugar del premio Literal Latté 2015 y quedó entre los semifinalistas del premio Tupelo Quarterly 2016. Poemas suyos aparecen en Letras Libres, Nexos, Hispamérica, La Revista de la Universidad, Tierra Adentro, Este País, y Periódico de Poesía, entre otras, y han sido incluidos en la antología de poetas jóvenes españoles y mexicanos Fuego de dos fraguas, en la antología Voces Nuevas 2017 de la Editorial Torremozas y en la antología Liberoamérica, en España. Ha sido becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA en los periodos 2015-2016, 2018-2019 y de la Fundación Para las Letras Mexicanas (2016-2017, 2017-2018). En 2018 fue seleccionada como una de las dos poetas jóvenes de América Latina invitadas al Festival Internacional de Poesía que se celebra en Trois Rivières.
A continuación te presentamos el poema:
II. (Entra Kitty Oppenheimer al escenario vacío. Camina zigzagueante y con la boca seca. Se desliza de su mano un vaso de vidrio y queda suspendido a la mitad de su caída unos instantes. Cuando intenta tomarlo de nuevo, el vaso termina de caer y se hace añicos. Kitty se inclina sobre el piso y levanta los vidrios uno a uno. Se endereza. Sostiene los fragmentos en sus palmas abiertas con los brazos extendidos hacia el público. Cierra los puños con fuerza hasta que la sangre escurre. Apenas le duele. Mira directamente hacia el futuro. Habla sola. Como todos).
Soy una en la jauría de ángeles
que imaginaron un cambio y terminaron aquí,
cultivando nubes en el desierto.
Sabemos pasar invertebrados:
cruzamos a caballo las montañas
con el pasado sin sombra y llegamos
a nuestra nueva casa: pino, lodo y chicoria.
Conjugamos todos los verbos en futuro.
Yo cabalgaba hasta adelante
enumerando los nombres de las plantas:
reino, clase, orden, y familia.
Especie. No sólo el curri y la pimienta.
El eneldo también. El azafrán, la albahaca.
Y sigo aquí, rocío los guisos
con vino blanco, cada vez
que enciendo el horno intento
no incendiar la casa.
Sigo, aunque sea
de un destino a otro,
enhebrando una a una
las cuentas transparentes de los días,
deposito sobre la lengua el sabor del vodka tonic,
una moneda de plata,
y miro la quietud estúpida de las montañas
que tanto le gustan a mi esposo.
A veces es difícil creerlo
pero este lugar existe.
Y nosotros también
aunque no tanto
y no por tanto tiempo.
Es absurdo:
crío a mis hijos aquí
mientras mi esposo crea
una forma brillante de la orfandad.
Pensar que fui una sola niña
con tantos pares de zapatos. Aprendí
a montar a caballo sin montura.
Mis padres hablaban alemán y mi abuela
comía duraznos prensados cada domingo
antes de morirse. Siempre hacía frío
en la voz de mi madre. Y ahora hace tanto,
pero tanto calor. Por eso tomo. Pero la sed
es más larga que la vida y es híbrido
el dolor, es lúbrico,
y se adapta a todo ecosistema.
Crío a mis hijos
en el centro del mundo,
porque todo empieza
en el lugar del crimen
y es absurdo que aquí también
crezcan las grosellas
y nazcan tantos niños
y se remienden medias.
Afuera de la casa prefabricada en la que vivo,
mi esposo le recita ecuaciones a las montañas.
Sabe de memoria todo lo que he olvidado
y al llegar a casa toma el cigarrillo
que dejé encendido entre mis dedos
y me lleva a la cama y me besa la frente.
Cuando un futuro es ineludible,
¿lo es realmente? Futuro, quiero decir.
Tal vez sea absurdo conjugarlo,
tal vez sea sólo un presente que se oculta
y estos campos ya están envenenados,
arreciados por la lluvia negra de los isótopos
y, para esto, todos los niños allá afuera,
sus voces escondidas detrás de los arbustos,
sus pasos apenas escuchados,
ya son recuerdos,
menos que eso
y estamos todos muertos de algún modo.