Nacido al final de los 80, Mario Carrillo es un poeta joven que desciende de una larga tradición de escritores que cuidan del decoro poético. No quiero decir que Mario es un poeta sin propuestas novedosas, porque las tiene —su primer libro, Roldán, es una reescritura del poema épico francés en el contexto del narcotráfico mexicano, por ejemplo— sino que su modo de asumir la literatura, lejana de las prisas por la fama que suelen acompañar y a veces definir a los poetas jóvenes mexicanos, le ha sido heredada por autores que no buscan el gesto iconoclasta, sino el vértigo de la elaboración orgánica. El talante de Mario, cuando escribe, es el de un joven milenario.