“Eran las dos de la mañana cuando Augusto llegó hecho un guiñapo. Apenas y podía sostenerse. Tocó el timbre. Mis hijos –Laura y Ernesto- y yo lo recostamos en el sofá de la sala. Habíamos estado llamándole para avisar que su madre se había puesto mal y que el médico había dicho que era muy probable no pasara la noche. Nunca contestó”, cuenta Margarita con una sonrisa que muestra cierto dolor, mientras arrodillada acomoda flores y enciende una vela en el panteón municipal de Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, en México.