El rugido que se estruja en nuestros cuerpos
Alejandra Muñoz
La poesía elaborada por mujeres tiene una historia de largo aliento. Y no me refiero únicamente a aquella que se escribió o inscribió en algún material que pueda traspasar las barreras del tiempo. Si no también a aquella voz poética que se crea desde la oralidad más secreta, la de las madres y abuelas que buscaron contar la historia de sus pueblos, y su propia historia, a su descendencia. El eco de la voz de las mujeres se encuentra en todo espacio de lo doméstico, en el espacio del sostén de la vida humana. Sin embargo, a pesar de esta larga tradición, los pasos de las mujeres que han caminado por los cadenciosos senderos de la poesía, han sido constantemente retrasados o frenados. Ya sea por una beligerante cultura patriarcal que calla las voces públicas de las mujeres, o por los igualmente violentos mandatos del género que nos han impuesto el espacio doméstico y las labores de cuidados como única aspiración para verter en ellos nuestros días y sueños.
La poesía escrita por mujeres en Chiapas se ha consolidado durante más de siglo y medio de historia registrada. Las mujeres chiapanecas comenzaron a publicar sus escritos en las últimas décadas del siglo XIX en la prensa local. Iniciaron con colaboraciones esporádicas, que las estudiosas del presente hemos tenido que rastrear dentro de los archivos, hasta consolidarse con una de las poetas más grandes de México: Rosario Castellanos. A pesar de todos los obstáculos, las mujeres que escriben o cantan desde su más ancestral oralidad, han resistido y florecido en nuestra tierra. El libro Tenbilal antsetik. Mujeres olvidadas, de Susi Bentzulul es testigo y herencia del andar de todas esas mujeres que decidieron hacer de la palabra su morada.
Pero Susana no sólo es heredera de la poesía escrita por mujeres, también lo es de los cantos de sus ancestros y ancestras, hombres y mujeres que han resistido a la violencia colonialista y racista, que han resguardado la lengua de los primeros pobladores de las tierras altas de Chiapas. La poeta escribe en la lengua de sus muchas madres y abuelas, la lengua tsotsil, y nos permite adentrarnos a su mundo poético en una edición bilingüe bajo el sello editorial de Tierra Adentro.
El libro está dividido en tres apartados: “Almas heridas”, “Cuerpos y sentimientos despojados” y “Voces silenciadas”. Al inicio de cada una de estas partes, la autora colocó epígrafes con las voces de tres grandes poetas, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Araceli Patlani, dándonos a conocer que se sabe heredera de la larga tradición de mujeres que escriben en nuestra Abbya Yala.
La poesía de Bentzulul está atravesada por el profundo sentir de las mujeres que han sido acalladas y que han vivido y muerto en el silencio. Una sensación de amenaza y muerte recorre el libro de la autora, y palpita en las sentencias con las que terminan algunos de sus poemas, mostrando una estética que se sostiene a lo largo del poemario: “Yo muero”, “No pude hacer nada”, “Empiezo a ahogarme”, “Yo maldigo a mi padre”, “Mis asesinos huyen”. En estas sentencias se condensan los miedos y los días de las mujeres de un territorio habitado por el despojo.
El cuerpo es vivenciado desde las emociones de la experiencia: el cuerpo no es cuerpo, es tristeza, soledad, miedo, rabia, esperanza. Y en el interior del cuerpo de la voz poética hay algo más que entrañas, hay sueños de una niña que juega entre las flores de un cementerio. En ella persisten las historias de su abuela, cuyo nahual descansa en una cueva recóndita. Los poemas de Susi son una forma de desenterrar esos silencios que habitaron el corazón de su yaya.
Pero las mujeres, cuyas historias habitan en este libro, no son solo mujeres, están atravesadas por tres niveles de discriminación que confluyen en sus vidas: el sexismo, el racismo y el clasismo. Susi, en su compromiso con su historia y con su pueblo, atestigua el andar de las mujeres tsotsiles [parafraseando a la autora] “mujeres olvidadas […] despojadas de sus territorios, con sus almas pisoteadas por el dolor y desterradas en un inframundo de soledad”.
La violencia feminicida navega por las palabras de Tenbilal antsetik. Mujeres olvidadas, la violencia que condena eternamente a las almas de niñas a vagar en los cementerios; la violencia que viola los cuerpos, las almas, los sueños, los deseos; la violencia que no solo mata al quitar el aliento a las mujeres, sino que mata en vida al arrebatarles el gozo y la felicidad. Ante el terror que propagan los corazones en los que se anida el odio contra nosotras, Susi cuenta las historias de las que ya no están, para que no queden en el olvido. Es esta una acción de combate ante la guerra silenciosa que por siglos nos ha arrebatado nuestra condición de seres.
El libro de Bentzulul es una declaración política. Desde el entendido amplio de lo político como el espacio público en el que se debaten las ideas y el ser en sociedad, y desde la particular práctica política feminista, en la que lo personal, lo que nos ocurre a las mujeres en nuestro espacio más íntimo, también es político. Este es un libro que le habla a otras mujeres, ya no desde el susurro de nuestras abuelas, sino desde el rugir del tiempo que se estruja en nuestros cuerpos: “¡Mujer! Danza con la fuerza de tus abuelas. Danza. No te detengas”.
Ante el silencio patriarcal y feminicida, se encuentran nuestras voces; ante las miles de historias de mujeres olvidadas, se encuentra el libro de Susi Bentzulul.
De las madejas del olvido, se pueden tejer amaneceres
Tania Ramos
Siempre he pensado que las lenguas originarias y, sobre todo, sus hablantes, tienen más claro que nosotros (entendiendo por nosotros, a todos los hemos cifrado bajo la abstracción de la lengua castellana nuestros entendimientos del mundo), la relación entre las palabras y el cuerpo, o entre las palabras y el mundo, ya han dado cuenta de ellos los antropólogos que abordan el tema de los cantos rituales en diferentes pueblos de nuestra entidad. A partir de esto había elaborado una diferenciación, que ahora considero ingenua, entre hablantes de lenguas originarias y hablantes castellanos. Ahora pienso distinto, todas las palabras de todos los lenguajes construyen, rasgan, petrifican, amoldan, golpean al cuerpo, sobre todo, de las mujeres, y aquí, no hay distinción. ¿Por qué no la hay? Porque aún no existe sociedad en que la violencia no deje su marca imborrable, esto, las mujeres de todo el mundo lo sabemos. Entonces, de esto emerge mi nueva premisa: para conocer la profunda relación que existe entre la conciencia de la palabra y la conciencia del cuerpo, basta con ser mujer. Pero quién erigió antes que yo, y mis lecturas románticas de la otredad, esta premisa, fue Susi Bentzulul.
Ya varias mujeres han advertido la naturaleza performativa del lenguaje, pero, acá, se dibuja la segunda premisa que emerge del libro de Susi: para entender la performatividad del lenguaje no hay que visibilizar el lenguaje, sino su efecto concreto, su carne, su sangre, su brotar de la piel de todas las mujeres, como del suyo, como una soga que se tiende para someternos y alejarnos, a todos, de la esperanza, de la felicidad, de la justicia. El libro de Susi es la soga, la sangre, y sí, también es la esperanza.
No es la palabra lo que se asienta en el Tenbilal Antsetik. Mujeres olvidadas no es lenguaje verbal, es el cuerpo, es Susi Bentzulul. Qué más dan las grafías, las morfologías, la gramática, la sintaxis, los ritmos, si aparece ahí, concreto, develado en su pureza de espejo más puro, el mundo. El lector podrá verse o no verse en los textos, podrá sublimarse o no, podrá llorar o no, sin embargo estará ahí, sin ninguna salida, apresado porque es su propia existencia la que está irremediablemente encajada en cada una de la imágenes de cada verso, aunque el lector se crea ajeno o ajena, estará, en cada una de sus aspiraciones, en cada uno de sus discursos, en el cotidiano ajetreo de levantarse, comer, dormir o vestirse, estará irremediablemente nombrado, creado y recreado en cada verso de Bentzulul. En el caso de este libro, no es el lenguaje el performativo del mundo, este libro es en sí mismo la realidad construyéndonos a nosotros mismos: todos somos la fosa, el olvido, el destierro, la vergüenza, el odio.
Pero la poeta nos dice, salgan, caminen en otra dirección, dancen, no vayan más hacia allá donde:
“Mi cuerpo es una fosa
una fosa que se traga el dolor
de los días carcomiendo mi infancia.
Una fosa agrietada
con las paredes al borde del derrumbe.
Ahí muere mi historia
ahí muero yo.”
Aún, ahí, en esta inmensa desesperación, la poeta también escribe:
“si un día no vuelvo a casa
no olvides que nos encontraremos
en otro amanecer.”
Susi Bentzulul ha construido su propia dimensión escatológica, la ha formado con pedazos de sí y de todas nosotras, ha fraguado los surcos posibles, ha bordado un sol propio, ha descrito el altar dentro de sí, ha elaborado las ofrendas diarias, se ha dedicado a erigir un cielo para ella y para todas, ha develado la puerta, los puentes, las ventanas, ha suscitado la luz, ha nombrado las alianzas. Ha erigido su propia voz, sin miedo y si reverenciar a nada, más que a la verdad.
Su libro bien pudo terminar, también, sin necesitarlo, con aquella conocida frase:
“quien tenga ojos que vea,
quien tenga oídos que oiga”
A ella ya no le falta nada, ha cumplido con apuntar hacia su nuevo reino, a nosotros, sólo nos resta tomar los caminos correctos, dejar que esa nueva aurora nos derribe y nos haga restituir este mundo que hemos creado y hemos llenado de las fosas de nosotros mismos, participar de la verdad, de otras maneras, participar del cuerpo y del lenguaje, de otras formas, encarnar, como ha hecho Susi, a través de su poesía, la posibilidad de un tiempo Otro.
Alejandra Muñoz (Chiapa de Corzo, 1992). Escritora y activista feminista. Doctorante en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato. Maestra en Ciencias sociales y Humanidades con especialidad en Discursos literarios, artísticos y culturales (CESMECA). Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericanas (UNACH). Premio Estatal de la Juventud; ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del PECDA, Chiapas. Autora del libro Gatos de rabo corto (Carruaje de pájaros, 2019); ha publicado en revistas, antologías y fanzines. Es integrante de diversas colectivas feministas en el estado de Chiapas. Ha sido reconocida por su trabajo como activista en defensa de los derechos de las mujeres y las niñas por la asociación Keremetic Ach Ixetic.
Tania Ramos Pérez (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, 1984). Es Antropóloga Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Maestra en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y doctorante en Filosofía por el Colegio de Morelos (COLMOR). Es diplomada en Teología y en Gestión Cultural. Como creadora, resultó ganadora, en la rama de poesía, del Primer Concurso de Ediciones Digitales Punto de Partida 2018, convocado por la división de Literatura de la UNAM, por su libro: Invocaciones (UNAM, 2018), así como del Premio Nacional de Poesía Anita Pompa de Trujillo en 2018, con el texto: Los ministerios del polvo. Ha publicado Espejos (Public Pervert, 2015). Poemas suyos han aparecido en diferentes antologías y en revistas como Rio Grande Review y Letras Libres. Desde 2019, forma parte del comité editorial de la revista digital de literatura “Carruaje de Pájaros”. Actualmente es profesora del área de artes y del área de ciencias sociales, en el Bachillerato de Innovación en Artes, Ciencias y Humanidades de Chiapas (ICAHCH), perteneciente a la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH).