Nacido en Tuxtla Gutiérrez en 1983, Marcelino Champo ha venido haciéndose de cierta notoriedad en el ámbito local debido a sus cinco breves libros —cuatro de cuentos y una novela reciente—. Pero llamar novela a Vida y destino en un corrido. Grandes éxitos de Valentón Grajales (Tifón, 2020) es un equívoco. Se trata, dada su verdadera extensión —unas 76 páginas en el formato usual de un libro y no las 152 que resultan de achaparrarlo para que tenga el tamaño de una caja de disco compacto—, de un cuento largo, una novela corta o una nouvelle.
El libro narra el ascenso y la caída de Eloy Chanona Grajales, reconvertido en el famoso y desaparecido cantante Valentón Grajales, tal vez un trasunto de Valentín Elizalde (1979-2006), asesinado como Grajales, y quizá también del conocido chiapaneco Julión Álvarez (nacido en 1984). El tema es, pues, la construcción de los ídolos populares. ¿Pero quiénes los crean? Sus admiradores, sus enemigos y los medios de comunicación; es decir, la sociedad, cuyas variadas voces se escuchan y se complementan o se refutan a lo largo de los veintitrés brevísimos capítulos de esta novela corta. Sobre Valentón Grajales hablan sus familiares, ex parejas sentimentales, excolegas, conocidos y sus asesinos.
A la pregunta expresada en este volumen de “qué convierte a un hombre común en ídolo, en mártir o, peor aún, en la combinación de ambos” se obtiene una contestación simplista, cursi y enigmática: “La respuesta es sencilla, si tenemos en cuenta que a este país lo único que lo mantiene con vida, o por lo menos con una mínima dosis de voluntad, es la esperanza. ¿Y qué significa la esperanza en un lugar como México? Tal vez sea una palabra tirada a la suerte. Una moneda que gira en la oscuridad”.
A pesar de haber utilizado en obras anteriores el recurso de las múltiples miradas o voces que se enfocan en un mismo asunto a través del discurso en primera persona —en este caso, los personajes hablan sobre el cantante desde un “yo”—, Champo no lo domina por completo. Hay cierta torpeza al intentar darle a estos personajes un tono característico. Así, un acordeonista de cantina de Tapachula se expresa de forma achilangada: “muchachito nalgas meadas”, dice Pacho Madrigal para referirse a Valentón Grajales.
Me parece que traspiés como ése constituyen no un rasgo del personaje, sino un defecto del autor, que a la hora de escribir no puede desprenderse de la fraseología citada, producto, tal vez, de una década viviendo en la Ciudad de México. El problema es que un viejo acordeonista que nunca salió de Tapachula difícilmente hablaría así (otras de sus expresiones: “así es esto, mi buen”, “me faltaba lo que ese escuincle tenía de sobra”). En un libro tan breve, los desaciertos de este tipo se notan más.
“La artisteada es como el box: gana el más mañoso, el que sabe moverse, el que pega justo en el momento adecuado. Lo demás es resistir, da igual que seas malo, que no tengas talento, que seas solo un fraude, lo que importa es resistir, resistir de pie hasta que suene la campana y la gente nomás te vea y permanezca callada o te aplauda de pie”.
Puesta en la contraportada de su libro, esta cita del capítulo decimotercero parece una declaración de intenciones del autor respecto a su propio oficio: más que el mérito, nos dice, importa el trabajo. Puede que sea cierto: quien insiste, suele medrar. Sin embargo, ¿cuáles son los resultados del consabido esfuerzo en este volumen en particular? Me temo que son decepcionantes.
Lo que se objeta de este libro es, entonces, su falta de ambición para explorar más que superficialmente las preguntas que plantea, así como la docilidad de su estilo, su pobreza expresiva. ¿Deberían estas limitaciones aplaudirse de pie?