Reseñas,

Crónica en luces que regresan de algún lugar.  A propósito de Luce sotto le pietre, de Jorge Ortega

Foto: Alejandro Meter.

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El poeta Jorge Ortega es uno de mis mejores amigos y compartimos continuamente nuestras búsquedas literarias y más reveladoras lecturas. Fuimos a beber unas cervezas a un sitio público en el preludio de la cuarentena. Era marzo de 2020 y yo regresaba de Monterrey, de la que fue en México la última feria del libro de la vieja normalidad, la UANLeer, celebrada esos días. Volvía después de la fiesta de la literatura y del reencuentro con queridas amistades. Volvía a la vida cotidiana.

En la mesa del bar El Mariachito, en el centro histórico de Mexicali, abrimos la plática más titubeante que habíamos tenido nunca, alrededor de la inminente emergencia sanitaria: yo suponía que no tardaríamos mucho en permanecer aislados, trabajando cada cual por su cuenta a costa de una división imaginaria de actividades, mientras que Jorge se mostraba menos optimista y vaticinaba meses duros por venir. Meses de pérdidas y producción en la penumbra, a la espera de que el mundo exterior recuperara una forma reconocible.

Puse en sus manos mi nuevo libro, Consomé de piraña, añadí con la debida calma una dedicatoria, y tomamos unas fotos. Creo que nos dimos el último abrazo en largo tiempo.

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Luego, tras varias semanas, Jorge Ortega se convirtió en la única visita que recibí en casa durante el confinamiento pandémico. Por lo regular, las cervezas en el balcón y la charla en la cocina giraban en torno a la poesía y el modo de aferrarse a ella como a un clavo encendido. Se hicieron costumbre las bromas sobre los títulos que empezarían seguramente a desfilar en breve, en sintonía con el más chato y predecible oportunismo: “Poesía desde el encierro”, “Versos encuarentonados”, “Lírica del cubrebocas”, “Visiones bajo llave”, “Hágase p’allá, más p’allá. Compendio de poemas en Susana Distancia”. Comentábamos los pormenores de la conferencia mañanera y la súbita irrupción de Hugo López-Gatell como el silverdaddy del noticioso acontecer nacional; la suspensión de labores de las empresas dedicadas al ocio y la proliferación de eventos culturales vía Zoom. Nos curamos en salud, pero no demoramos en comenzar a participar en algunos, imbuyéndonos de la naciente dinámica. Presentaciones editoriales, lecturas de poesía, diálogos relativos al impacto del Covid y, en concreto, de la consabida reclusión en los procesos de creación artística.

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Las risas duraron poco. La muerte hizo de las suyas como un ente capaz de provocar un desastre natural y firmarlo desde lejos. Nuestros proyectos se quedaron latiendo en la sombra. Intentar escribir no dejaba de ser un acto de contrición, un ejercicio catártico; intentar otra cosa que no fuera un duelo triste y solitario, un dolor adelantado por el mundo. De pronto, en septiembre, Jorge me informó del fallecimiento de su padre y la vida cambió de color para siempre.

Su antología poética bilingüe Luce sotto le pietre (Edizioni Fili d´Aquilone, 2020) ya era para entonces una realidad, pero no los ánimos para brindar. Llegó de Roma la primera remesa: una portada minimalista y una tipografía discreta. A la par, un amigo de Italia me hablaba del enorme daño causado por el coronavirus en su ciudad de residencia. Me enviaba fotos desde su ventana y el conteo oficial de las víctimas mortales de su país. Conversaciones taciturnas del final del verano de 2020. Recuerdo los poemas de Jorge Ortega bajo una escala de ocres. El otoño se avecinaba. Recuerdo poemas que conocía previamente en Devoción por la piedra (Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, 2011; Mantis, 2016) o Guía de forasteros (Bonobos, 2014) relucir bajo un matiz distinto. También los inéditos que, como una suerte de bonus track, recoge el apartado conclusivo de la antología curada y traducida al italiano por el poeta Alessio Brandolini y que Jorge compuso en los tres meses iniciales de la pandemia. Así germinaron, en circunstancias de contrariedad íntima y global, y con un paradójico trasfondo de risas y lutos que tal vez, en un todavía retirado futuro, sea recuerdo borrado del recuerdo.

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Tengo en las manos mi ejemplar de Luce sotto le pietre. En la dedicatoria las palabras larga, incierta, lengua, Dante. Pienso en el buen tramo de tiempo que ha implicado esta historia y en que estuve a punto de morir en diciembre de 2020, cuando el Covid tocó a la puerta de casa y entró a mi habitación. Pienso igual en los prolongados coloquios y las holgadas sobremesas con Jorge Ortega en tardes luminosas y lúdicas. Maestro, amigo entrañable, cómplice de cuarentena. En su Luce sotto le pietre —selección poética de Jorge de la década más reciente— hay instantáneas de luz pura que migran hacia acuarelas en tonos sepia. Se trata de un resplandor que lleva denominación de origen, pero cuyo destino es el viaje. El poeta traza una arquitectura poética de la memoria, la intuición; una penetrante reflexión filosófica, una meditación encubierta sobre el significado de la poesía misma, sin olvidar las pulsiones del presente que contiene la inquietante fatalidad de lo que nos rodea y sucede aquí y ahora.

La adorable Italia se halla del otro lado del mar, y hoy, desde el presente en que redacto estas líneas, Jorge Ortega y yo nos acompañamos en el borde que nos sigue siendo familiar, la esquina del lenguaje, los márgenes del vocabulario, un fenómeno que se anticipa a las maneras de decir futuro, de nombrar, en la alta orilla mexicana del océano Pacífico, el fragmento de territorio amado que se vuelve uno con ardientes piedras de fulgor, como aquellas con las que sólo puede escribirse en los desiertos del norte.


Antonio León es un poeta nacido en Ensenada, Baja California. Radica en Mexicali desde 2014, donde se desarrolla en diferentes ámbitos de la promoción cultural universitaria. Es autor de los libros Busque caballos negros en otra parte (Pinosalados, 2015) y :ríos (Ojo de Agua, CETYS Universidad, 2017). En 2016 obtuvo con El Impala rojo (Instituto de Cultura de Baja California, 2017) el Premio Estatal de Literatura de Baja California en el género de poesía. En 2018 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artísticos de Baja California en la categoría de Creadores con Trayectoria. Consomé de piraña (2020), obra editada por el sello Carruaje de Pájaros y el Instituto Sinaloense de Cultura, es su publicación más reciente.

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