Hace algunos días —entre abril y mayo de 2016— tuve el gusto de platicar a través de una de las redes sociales con la poeta María Gravina. Fue precisamente ella una de las primeras escritoras que conoció la poesía de Julio Inverso (Uruguay, 1963-1999), poeta que cursó estudios de Medicina y quien es autor de varios títulos de obra literaria, entre los que destacan, publicados en vida del autor, Falsas criaturasy Milibares de la tormenta. No obstante su temprana muerte por suicidio, Inverso fue un escritor prolífico que incursionó en la narrativa y, mucho antes de eso, en el grafiti. En los párrafos que siguen, María Gravina da cuenta de su encuentro con Julio Inverso, a quien rememora como un poeta que “le gustaba impresionar”. He decidido prescindir en el siguiente texto de las preguntas que le realicé a Gravina durante nuestra charla, para que sólo sea su voz la que se escuche al describir la poesía y la personalidad de Inverso.
La escritora Andrea Blanqué, que era mi amiga, me llevó a la casa de Julio. Allí lo conocí. Ese primer día nos recibió en una casa, al lado de la suya, que era donde vivía su compañera, la madre de su hijo. No había nadie más que Andrea, Julio y yo. Hablamos de nuestras vidas y él nos mostró algunos poemas, sentados los tres en una cama. Los poemas que nos leyó hablaban de ogros. Me gustó esa fantasía suya y los textos en general. Otras veces nos recibió en el altillo de su casa, que era su habitación muy pequeña comunicada con una azotea. Después empezó a ir a mi casa donde hablábamos de todo. Pero en su casa las reuniones eran más artísticas y bastante alucinadas, porque cuando Julio hablaba, soltaba sus fantasías sobre la vida y el amor, leía sus poemas y siempre ponía música en cassettes —le gustaba mucho la música de R.E.M.—, y hablaba de las drogas, relatando experiencias de sus amigos.
El día que lo conocí habló de un compañero de sus estudios de Medicina que había muerto por tomar pastillas. Yo creo que Julio tomaba todo tipo de drogas, empezando por el alcohol. Me imagino que le gustaba más hablar de ellas que tomarlas, porque nunca lo vi excedido, y yo lo veía mucho. Yo nunca lo vi drogado, pero sí desesperado por no encontrar lo que lo calmaba; además no tenía dinero nunca.
Como persona, Julio era una especie de niño encantado. Acostumbraba llamar por teléfono a cualquier hora de la madrugada para leernos los poemas que siempre encontré muy buenos. No recuerdo haber compartido con él tertulias literarias ni talleres; sí le dábamos nuestra opinión, y cuando me invitaban a leer mis poemas a algún lugar, yo le daba participación a él con sus obras en mis recitales, porque no era muy conocido. Mis opiniones sobre sus textos eran críticas, ya fueran de admiración como de aspectos que no me gustaban, y él escuchaba de buena gana las opiniones. Al principio —como ya dije—, cuando me invitaban a leer poemas en bares, yo lo invitaba a compartir lecturas.
De su depresión no hablaba; es decir, él no hablaba de la depresión suya en términos psiquiátricos. No acostumbraba presentarse como triste o decaído. Él, con algún elemento de su naturaleza poética, daba belleza y felicidad al entorno. Al final, ya no, por aquella búsqueda de alivios. Él dijo una vez que era borderline, pero era más bien alegre y gozador. Yo no catalogo a la gente con diagnósticos, o sea que lo sentía un igual. Julio hablaba mucho de él y de sus amigos, y también, con gran cariño, de una pequeña sobrina. De sus andanzas con la Torre Maladetta pintando muros de la ciudad. No recuerdo qué decía una pintada de la Torre Maladetta que estaba frente a una cinemateca. El texto aquel estaba escrito en forma primitiva, sencilla, nada especial. Y siempre tenía sus poemas en los bolsillos. Tenía una ingenuidad que lo desacomodaba de este mundo que nos resultaba bastante loco en cuanto a lo institucionalizado. Ingenuidad porque parecía actuar sin analizar sus actos, esperando siempre una buena respuesta, hiciera lo que hiciera.
Él se relacionó con autoras y autores uruguayos como Marosa di Giorgio y Silvia Guerra. Creo que buscaba reconocimiento, aprobación y también enseñanza. En una ocasión le escribió a un tal Leonardo Garet, del departamento de Salto, pero no le contestó y a él le dolió. Julio le expresaba admiración en la carta, y esperaba una respuesta que no llegó, al menos en el tiempo en que me habló de eso. No hablábamos tanto de autores como de nuestras vidas. En cuanto lo conocí dijo que se había tratado de suicidar, y, más adelante, ya cerca del final me contó que lo había intentado otra vez pero yo no le creía. Dijo que se había tratado de suicidar con pastillas, que él llamaba “bolos”. Yo no creía que realmente tuviera un instinto suicida. Era una actitud negadora por mi parte. Aunque en sus últimos tiempos andaba siempre en busca de estimulantes y sin dinero. Sé que buscaba drogas y no tenía dinero porque él lo decía y lo repetía. Al final, eso sí era algo que molestaba. Sin embargo, la obra de Julio tiene una magia sinigual, por su arte, su belleza.
A Julio le gustaba impresionar. Hasta la muerte. Pero no dar lástima. De eso se defendía con sus poemas que regalaba. Yo tenía un cassette grabado por él con música, cuentos, textos ajenos y poemas. Recuerdo su apego a la gente, sus enamoramientos, su aspecto siempre igual, vestido de oscuro… Impresionó con su propia muerte espectacular y horrible. Yo estaba en un café cuando me avisaron de su muerte —no voy a sepelios ni entierros—, y me impresioné pero a la vez me pareció algo natural, dada su grandísima ansiedad de esos últimos tiempos y su desacomodo social. Pero también Julio impresionaba a través de su conversación, con sus historias de suicidios, con los cassettes que grababa, con su sobretodo negro. Trataba de impresionar con los manifiestos que escribía, por ejemplo. Y por otro lado, también era un muchacho común en los encuentros más íntimos. Creo que él se veía a sí mismo en son de espectáculo. Tal vez en su obra se note eso, cuando se mira a sí mismo como Morgan, o cuando grabó una historia de la Torre Maladetta, o con un altercado que tuvo con un amigo. No es que hiciera payasadas, era su forma de contar su vida. Él se veía como un maldito o como un surrealista de manifiestos.
A veces Julio hablaba de Medicina, y cuando estábamos con algún dolor nos ayudaba. No sé por qué estudió Medicina, pero estaban presentes sus conocimientos en las conversaciones. Intentó retomar la carrera, pero no pudo. Dejó de estudiar la segunda vez por problemas de la universidad y el hospital. Yo no participé mucho en reuniones con él, quien venía solo a mi casa. Él sabía que generalmente en mi casa no había alcohol. Recuerdo una noche que se enteró que mis hijas y yo recibíamos a un amigo que venía de Europa, y sabiendo que habría cerveza, quería venir inmediatamente, y yo me enojé. Una vez fuimos a hacer una especie de taller a casa de una amiga, y él revolvió toda la casa —la dueña no estaba, yo tenía la llave— buscando algo de alcohol. Se lo tomó y le dejó un libro en pago.
A Julio lo recuerdo vendiendo libros en la calle, aunque también trabajó vendiendo fuegos artificiales para las fiestas, y en el hipódromo, recogiendo apuestas o algo así. Pero su ser poético era tal que escribía unos textos maravillosos, como el de las brujitas de cara azul. Un poema suyo que distribuí mucho se llama “Matando perros”. Aún me lo imagino andando por las noches sin un peso para tomar un ómnibus. Él hablaba de esas caminatas, y yo lo imaginaba como en una película: caminando bajo cielos oscuros o iluminados, con las manos en unos bolsillos que en lugar de monedas tenían poemas.
Quise mucho a Julio, aunque también peleamos alguna vez, como buenos amigos. Peleé con él cuando se hizo novio de mi hija Fabricia, por los cuentos que hacía de sus reuniones con drogas. Pienso que lo ayudé a hacer conocer su poesía. Yo lo consideraba un hombre muy verdadero, un amigo ultrasincero, muy inteligente y culto y un gran poeta, pero con una vida demasiado “in extremis” en los últimos tiempos.
Poemas de Julio Inverso
María Gravina (Montevideo, Uruguay 1939). Ha sido profesora de francés y coordinadora de talleres literarios. Radicó en Cuba como exiliada durante varios años. Es autora de Lázaro vuela rojo (1979), título que obtuvo el Premio Poesía Casa de las Américas, Que diga Quincho (1981), libro de testimonios, La leche de las piedras (1986) y Que las cosas fabriquen sus finales (2010).
Julio Cesar Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países. Es autor de Rescoldos, 1995; Brevesencias,1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003;Una vez un hombre, 2004, 2007; Laconsigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de loinvisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/Laconvocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013, y Aleteo entre los trinos, 2015. Traducciones suyas sonCon ansiaenamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006;Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras,de Janet McCann.