La poesía hecha en el Sureste de México tiene voces disímbolas, voces que se olvidan, voces que se recordarán siempre. Es un sutil vericueto de sonidos, de avances. Y de retrocesos, por qué no decirlo.
En aquellos dorados años cuando encontramos la poesía del Sureste los escritores de esta región de México nos comunicábamos por correo tradicional o por llamadas telefónicas que nos hacíamos vía teléfono de aquellos de disco o después de teclado. Éramos un espacio donde todos teníamos una presencia en nuestros estados y queríamos traspasar esta ofreciendo a nuestro mundo el pensamiento, la obra, la poesía.
Entre estas voces encontramos la de la poeta Marisa Trejo.
Porque su voz es inconfundible. Es una voz que resuena entre los espacios sonoros del intenso traficar poético. Ahí está. Melosa, delicada, sutil, eufónica, deliberadamente acuosa. Eso sí, nunca podremos olvidar un verso de ella. Su obra nos endulza o amilana, nos entrega reminiscencias del pasado o avistamientos del futuro. En su obra, por demás extensa, hay símbolos imágenes, delirios. También están los tiempos nuestros, los ajenos, los propios y los extraños.
Toda su formalidad está vestida de tonos neutros o de festivos colores, no en vano pertenece a la muy colorida tierra de Tuxtla, donde sus habitantes primigenios prefirieron arrojarse al cañón del Sumidero antes que rendirse a los españoles. Quizá por ello, la poesía que se hace en el vecino estado sabe más de nosotros, de nuestros tiempos que nosotros de ellos.
Ahí donde pone un verso Marisa Trejo podemos encontrar esa raíz de versos que es la semilla del poema. Marisa tiene muchas raíces, todas importantes, claro. Todas muestran el furor de una escalada, el ansia de un tema, la conciencia de un poeta. El libro que nos convoca en esta ocasión se llama Luz de papel y aunque la autora le llama “antología” me atrevería llamarla Vivencia poética. Eso es lo que leerá quien pase la vista por estos poemas en un alcance de inmensas proporciones.
Desde los primeros instantes de este libro, Marisa Trejo propone un ir y venir por su muy vasta obra. Dueña de una pluma elegante, heredera de las plumas connotadas de la Literatura chiapaneca, pienso en Rosario Castellanos, lo más obvio, pero igualmente pienso en su hermana Socorro o en Elva Macías, por decir dos.
La pluma de Marisa Trejo se viste en sendos camerinos. La poeta sale a escena y lanza el primer dardo con el que nos encanta.
Desgraciado poeta, has perdido todo:
el amor que alguna vez brilló para ti,
en la mirada ardiente de tu amada;
las noches en que fuiste feliz en su cama.
No le escribas poemas a sus hombros
ni suspires por no aspirar el aroma
que por las noches de lunas transparentes
sobre sábanas de seda despide su cuello.
Aquí leemos la mejor línea desde hace mucho tiempo, desde hace muchos ayeres. Sin embargo, apenas se abrió un postigo. Dice Marisa más adelante.
Por sus páginas se pueden observar
dibujos hechos en momentos de tedio o de fastidio
recorridos de viajes no tan precisos
listados de poetas que alguna vez conocí
fragmentos de diarios inconclusos
correos a los que no supe enviar saludos.
Los poemas de este tiempo son, aparentan ser, frágiles, cotidianos, perennes. Marisa opone a ellos la realidad de sus estímulos. La poesía que tiene el lector en sus manos es una poesía realista, cotidiana. Severa al mismo tiempo. Risueña en pocos momentos, siempre inquisitiva las más veces. Otro ejemplo.
Las ansias de volar les bastan a los ojos,
espacio adusto, espacio sin destino.
Todo, todo se va en niebla, hielo y trigo.
Todo, todo se va perdiendo un poco,
se va nublando todo, brusco y seco.
Los sueños y los hados, poco a poco,
emigran con el polvo de recuerdos.
Las palabras se van con la llanura;
se van también los reflejos furtivos.
Niebla, hielo, trigo. Pareciera que la poeta no solo nos ofrece un excelente almacén de poesía. Igualmente nos da su dieta literaria, permeada de niebla, hielo, trigo. Luz de papel es un aparente muestrario de la poesía que fue. Sin embargo, es el retrato de lo que la poeta es. Así, sin más intento, reúne la fortaleza de lo premuroso. Por ejemplo.
¿Es trigo lo que ven mis ojos
mientras el tren se aleja?
Da la impresión de ser
un pasto cultivado.
Los poemas que conforman esta antología dan paso a la premura de quien ha fustigado los avatares de un tiempo que ya no anda, anduvo, andará. La poeta conjuga los tres tiempos, los tres métodos para evocar el Verbo con lo que se delinea un tropo que sorprende o aminora. Es elegante o de circunstancias, es plena o inerme, es aguerrida o silenciosa. Otro ejemplo.
Prefiero caminar
a tomar trenes veloces
Me gusta mirar cada paisaje en las carreteras
entrar con la imaginación
a las casas de campo.
Lo mejor de su poesía lo tenemos ante nuestros ojos. Marisa Trejo sabe estas cosas, las demás las intuye. Pule sus versos como una máquina decisoria de diamantes. Cosecha su tiempo, administra sus áreas de trabajo, incide en la elección de imágenes. Además, se da tiempo para decirnos que la vida es algo más compleja de lo que pensamos.
Un ejemplo final para darle pie a la voz de la poeta.
El plumaje de un ave exótica
se quedó en el recuerdo
un hermoso ejemplar traído de otras tierras
El ave adormecida en la ostentosa jaula de bronce
Ni qué decir que ese balcón lleno de geranios
sería adorable para cualquiera
No falta quien quisiera vivir
en la casona señorial de este barrio de ricos
El ave está quieta
ya ha dejado de cantar
y quizás solamente espera la muerte.
Cuando encontramos en un libro de poemas un resabio de filosofía, de tirantez en las palabras, de hermosura en las imágenes, podemos decir que estamos ante un delicioso homenaje a la palabra misma, al Verbo que inicia la creación.
Un último dato. El lenguaje que utiliza Marisa Trejo es un aéreo lenguaje de sonidos, como lo definiera el poeta Gorostiza. Hay una percepción de la imagen, hay un conocimiento de lo dicho porque lo dicho y la imagen se funden en la línea perfecta. La autora no es una poeta de silencios. Hay estruendo sí. El silencio, cuando aparece, deja una sensación ambiental, de espacio que llena la plenitud del espíritu. En esas líneas de silencio y estruendo encontramos la otra faz de la poeta, la que sabe estas cosas, las aplica para olvidarlas después, totalmente. Ejemplo, y juro que es el último.
¿Qué puede hacer, amigo,
esta ciudad de luz cosmopolita?
¿Qué puede hacer París
en tiempos tan ingratos?
¿Cómo podría complacer
a tantos comensales venidos
de todas las esquinas del mundo?
¿Qué puede hacer París
en tiempos de desgracias,
de bombazos en las discotecas,
de metros desbordados,
de torres de Babel sin traductores?
París ofrece lo que puede
y se brinda toda y hermosa
a quien quiera buscarla
para salir a bailar con ella.
Estamos ante la insignia que ondea por sobre la techumbre literaria de la que hay mucha pero de eso se hablará en otro lugar, no en este. Por lo pronto, hay que felicitar a Marisa Trejo es de ley. Una antología que abre y cierra, contundentemente una prolífica carrera literaria. No es poco, es mucho en estos mundos de la Literatura del Sureste.
Vicente Gómez Montero, (1964). Escritor. Tiene publicados Las puertas del infierno, relatos, 1996; Cuentos con las vocales, cuentos infantiles, 1999; La enfermedad de la rosa, (novela) 2006. Publica en 2010, El cargador de juguetes, editorial GUESA. En 2013 publica el libro de cuentos El aquelarre barroco. En 2022 publica su novela La tumba del andrógino, con ediciones Kolaval, entre otros.