Braille para sordos de Balam Rodrigo, ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012 (en el que fungí como jurado calificador junto con María Baranda y Juan Domingo Argüelles) es un libro complejo, raro y curioso, un libro experimental. No por el recurso de glosar o poetizar las imágenes fotográficas que lo sustentan —el autor no se contenta con escribir un poema sobre estas inquietantes imágenes— sino que intenta que el lector se vuelva tan complejo como barroco al mirar las fotografías y establecer sus tentáculos de asombro con el mar de lo escrito. De este entrecruzamiento nace violentamente el asombro. Un asombro hilvanado desde su título, Braille para sordos, entrecruzamiento de lenguajes y sentidos corporales: entre la ceguera y la sordera, entre la mirada cáustica de las imágenes fotográficas y la mirada condensada de la poesía como comentario al margen, entre el tacto que despierta el braille y la sordera que imposibilita escuchar las múltiples versiones de una misma realidad, entre las formas de mirar y comprender el mundo, códigos fotográficos y metafóricos. El libro es también un homenaje a la fotografía y más explícitamente a Diane Arbus con algunas de sus creaciones más célebres. Miradas y lecturas como espejos enfrentados en un diálogo abierto: a la izquierda la fotografía de Arbus y a la derecha el poema de Balam Rodrigo. Y en este sentido es importante la cita de Federico García Lorca que funciona como plácida advertencia: “Un pájaro tan sólo canta. El aire multiplica. Oímos por espejos”. El pájaro nos indica la sordera; el aire la realidad y por lo tanto el lenguaje braille y el espejo son la síntesis de ambas realidades. Evoquemos a quien ha inspirado este libro. Diane Arbus, fotógrafa estadounidense nació en una adinerada familia judía en Nueva York en 1923 y falleció en la misma ciudad en 1971. Diane Nemerov —su nombre de soltera— se casó a los 18 años con Allan Arbus y la pareja se dedicó profesionalmente a la fotografía de modas para destacadas revistas como Esquire, Vogue yHarper’s Bazaar hasta 1955 en que la pareja se separó. Y en los años sesenta surge la otra cara de Diane cuando circula por los barrios bajos de Nueva York en busca de seres marginados para retratarlos, mientras por otro lado retrataba destacadas personalidades que publicaba en revistas: Norman Mailer, Mae West o Jorge Luis Borges. En una larga depresión, Diane Arbus se suicidó en 1971. Un año después sus fotografías se exhibieron en la Bienal de Venecia.
Esta inquietante obra es el espejo que desata el diálogo desde su claridad, espejo que nos guía a partir de la ambigüedad del libro y determina el asombro. Ambigüedad que se plantea en dos niveles claramente diferenciados: el lenguaje y la forma del texto. Un lenguaje que es el centro de la monstruosidad despierta un texto para ser leído desde el margen de lo que, canónicamente, se puede definir como poema. Porque Braille para sordos son más bien apuntes al sobrevuelo de un pájaro negro —pienso en el cuervo de Edgar Allan Poe— de las fotografías de Arbus donde la metáfora se desata en alto voltaje. Apuntes raros, curiosos, producto de un entrecruzamiento de ideologías entre un barroco de selva chiapaneca y un surrealismo mestizo —porque al pisar nuestro suelo latinoamericano las vanguardias europeas se volvieron mestizas y formaron una suerte de vanguardia original que nada tiene que ver con los cánones de la vanguardia francesa—.
Si he mencionado el espejo como símbolo de la identidad no fue por casualidad. Estos apuntes curiosos se estructuran mediante una técnica de espejos enfrentados. Por ejemplo, el primer poema que es una suerte de arte poética dice:
“Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo grave” prefiguró Vallejo en Trujillo al escribir Espergesia. Sin embargo, los seres fotografiados por Diane Arbus nacieron cuando Él dormía en su hamaca celestial y soñaba que Dios fotografiaba a César Vallejo —ese monstruo— mientras caminaba desnudo por las calles de Nueva York cargando un letrero negro en letras blancas donde aún puede leerse: “La belleza enfermó de poesía el día que Diane Arbus decidió fotografiarla”.
Este breve texto es importante para la comprensión general del libro porque como una advertencia en sombra de arte poética se maneja el tema de la identidad, el mito romántico de la dialéctica entre creador y creación, el papel del poeta como un pequeño dios que se afana en crear monstruos como el Frankenstein de Mary Shelley en 1816 o el biólogo Geoffrey Saint Hilaire (1792- 1844) quien inaugura en el siglo XIX la ciencia de los monstruos. Porque a lo largo del siglo XIX la exposición del monstruo tiene una finalidad ejemplarizante, es el momento de la consolidación de la siquiatría y de las disciplinas humanas que buscaban promover la formación de individuos normales, sanos, productivos y moralmente correctos. Aunque la influencia directa que Arbus recibió fue la película Freaks de Tod Browning de 1932 que hoy es un clásico. De aquí se deriva el término freak para designar algo anómalo, extraño y marginal. Freak es también una novela gótica o un cuento de Poe. Y lo freak se genera mediante una mirada anómala, extraña y marginal. No la mirada rutinaria, diaria y desgastada sobre las cosas; sino esa mirada que invierte los valores, establece la ironía y nos hace contemplar a través de un espejo la realidad cotidiana. Toda belleza es monstruosa, aunque no hay más monstruo que el corazón, dirá Balam Rodrigo. Tanto el espejo como el corazón son axis mundi de la identidad humana. El corazón es el centro del microcosmos o cuerpo humano. Y el espejo duplica ese axis. Es probable que lo que intente el poeta es establecer la fotografía del monstruo como un espejo del poeta, y por ende de sí mismo, como ocurre en la fotografía de Arbus que tiene como centro y espejo la imagen de Borges en Central Park. Borges como un personaje freak como el Frankenstein de Mary Shelley. Y entonces la ironía es un recurso para verse como Narciso en la fuente. Y todo el libro se construye como un reflejo de los sueños de Balam Rodrigo para entender qué es la escritura. Allí el asombro estalla porque el libro no se lee sino que se sueña —hasta podría decirse de manera freudiana— y la lectura se transmuta en un dejarse llevar por el río vaporoso de las imágenes del inconsciente como ocurre con un Aldo Pellegrini o Enrique Molina.
Es así que lo freak es lo marginal que puede definirse como un secreto que habla de otro secreto. Así como definía Arbus la fotografía. Y todo esto puede aplicarse a la poesía de Balam Rodrigo: un barroco que siempre se encuentra en ese trance de capturar el asombro de una manera secreta y vertiginosa, de una manera secreta y original centrada en la imagen y sus destellos.
Este libro ha suscitado interesantes comentarios en prensa como el de que ahora cito:
Después de una decena de libros publicados en escasos ocho años, Balam Rodrigo entrega un poemario que ostenta la rara condición de ser su primer libro «maduro». Y lo pongo así, entre comillas, porque Braille para sordos, además de representar el refinamiento de un estilo, también es el más audaz de sus libros.
La poesía de Balam Rodrigo nos recuerda como punto de partida la densidad imaginaria de los primeros libros de Efraín Bartolomé: «La poesía es un profundo tatuaje en la piel del silencio, y Diane Arbus tatúa las sílabas cuneiformes del asombro que crecen como una flor de fuego sobre la pústula negra de las pupilas”. Entre la lucidez y el vértigo se desata el asombro de un libro que quema la mirada para reducir a monstruosa la cotidiana condición humana.