La novela es el género de la libertad: carece de poética (principios o reglas estables de composición), es mutante y mutable en cuanto a la forma del discurso se refiere (puede aparecer como historia, antropología o confesión legal), permite decir aquello que en nuestra pequeña realidad se nos niega contar y, por si fuera poco, escapa a todo propósito moralizante. La novela breve, además, intenta robarle al cuento una economía de elementos que salven de cualquier morosidad que pueda desembocar en el aburrimiento del lector. En dos ágiles novelas breves que gritan libertad en su estilo y en los temas abordados y que jamás aburren, Complejo y Taco bajo, Santiago Vizcaíno nos presenta algunas aventuras –acontecimientos decisivos– en la vida de Willy, que es el personaje y narrador principal de las historias. Estas novelas son las memorias de Willy, de su vida en España y de su retorno al Ecuador.
En Complejo (la caída editorial, 2017) Santiago Vizcaíno aborda lo que significa ser ecuatoriano en el extranjero, hace un retrato de la ecuatorianidad desde un personaje-narrador, Willy, y de sus esperanzas, defectos, virtudes y decepciones. Es la historia reinventada de forma retrospectiva de las migraciones del tercer al primer mundo (debido a diferentes motivaciones), con la amargura de los personajes de Houellebecq y episodios modernizados del pícaro Lazarillo. Porque en los orígenes de la novela latinoamericana está, además de las crónicas históricas, la picaresca, y Willy es una suerte de desarrollo del personaje del pícaro, porque ya no les teme a los dictados de la ley y se ufana en su desparpajo y en la vulgaridad con la que aborda el erotismo y la sexualidad suya y de otros personajes.

La prosa de Vizcaíno, impactante y audaz –optó por despojar a la totalidad de su relato de toda mayúscula– parece buscar la renovación de la literatura nacional valiéndose de la lengua que hablan los ecuatorianos en todo lo que tiene de cotidiana, inmediata, pragmática, conjugada con un registro más trivial, grotesco, para producir un efecto de choque, el de Europa y América que se (re)encuentran en la lengua. Así, Santiago Vizcaíno logra imprimir relieve a una historia, la de Willy, pero que bien podría ser la de muchos ecuatorianos del siglo XXI, pues el problema del complejo identitario de los ecuatorianos (y de muchos latinoamericanos) que no acaban de resolver si se reconocen y cuánto en lo español o lo indígena es esencial en estas páginas.
La renovación del canon literario ecuatoriano pasaría, de acuerdo al arte de Vizcaíno, por la transgresión de los códigos literarios. Con la eliminación de las mayúsculas, va creando la impresión de un diálogo verbal espontáneo de la consciencia y la inconsciencia; es como si el lector estuviera en la cabeza del protagonista experimentando sus sentimientos, sus pasiones, sus dudas, su fragilidad. Con un léxico fuerte, combinado con vocabulario de registro alto, esboza la complejidad de la sociedad y sus frustraciones. De esta forma, logra captar la complejidad de la vida y sus contradicciones intrínsecas y adentrarse en el complejo de inferioridad que los ecuatorianos pueden sentir frente a la cultura europea. En Complejo, salir del Ecuador es descubrirse a sí mismo como ecuatoriano en Europa: en esta búsqueda de sí mismo, en este afán por definir la literatura, Vizcaíno termina definiéndose a sí mismo, casi a su pesar, casi implícitamente, como ecuatoriano.

Publicada en 2019 por la caída editores, pero ambientada en el cercano año de 2014, Taco bajo es una novela breve en su extensión pero larga por sus caracteres meditativos. Todo en esta novela hace de ella una lograda reconstrucción de una sociedad y de un mundo decadentes y a punto de derrumbarse: el lenguaje poético del que está impregnada –resalta la metáfora del corazón en llamas–; el buen humor del protagonista, Willy, y su relación con lo grotesco; y la reconstrucción de la dimensión espacio temporal que hace que el devenir de la historia ecuatoriana sea un marco excepcional para el desarrollo de la trama.
En esta novela geométrica hay un corazón en llamas, el de Willy, que como el de Agustín de Hipona –pero no arrepentido de vivir y de fallar– rebosa de pasiones. La primera pasión de Willy y de la que se desprende el título de la obra es el billar, al que él considera una ciencia. Esta pasión que puede parecernos vulgar en no pocas ocasiones, nos habla más bien de la construcción del relato, cuidadosamente medido, pues el narrador no puede fallar, no quiere, en su voluntad de representación de la vida y de la muerte.
Willy es quiteño, ha vivido en España, y eso ha reforzado su complejo de mestizo, de no pertenencia racial, ni social, ni de clase. Fue deportado de Europa y llegó en 2014, año en que había en el Ecuador un gobernante que se quedó diez años en el poder presidencial. Al llegar, y viéndose en el desempleo, debe aceptar un puesto de docente en un colegio fiscal y eso le da pie para confesiones de su vida de colegial y de su vida sexual, de la historia de su sexualidad.
De la Costa a la Sierra, de Manabí a Quito pasando por Zaruma, la vida de Willy está atravesada por la presencia de mujeres, nacidas como tales o fabricadas: Mireya, Sharon, K. Mujer fabricada es Sharon y uno de los indudables logros de esta novela es darle voz a una transexual. Willy, además, al final de la historia elige a Sharon como compañera y cómplice de su vida. La mirada de profundo desprecio de la sociedad ecuatoriana hacia las trans es representada de manera impresionante para el lector, que reconoce en las descripciones de maltrato el machismo, la misoginia y la intolerancia de un país decadente.
Taco bajo, además, está salpicado de historia. La ambientación es del siglo XXI, estamos en la década correísta y eso se siente en el clima de sordina y de humo de cigarrillo que rodea la novela. Es una época no muy clara en la que, escondidos por el humo de tabaco, la gente hace o deshace a su conveniencia. También está la historia de Hideyo Noguchi y la del presidente de la Audiencia de Quito Antonio de Morga. Este regreso al pasado, cada vez más atrás, primero al siglo XX y después al XVII, nos habla de la importancia de la historia, del acontecer histórico, del devenir humano para la literatura latinoamericana. Noguchi es un viajero científico que redescubre América. Antonio de Morga es un pícaro del siglo XVII. Creemos que Vizcaíno haría bien en ahondar aún más en la historia latinoamericana que, dicen los críticos, es la trama con la que en la novela se construye el mito.

Al contrario que en Complejo, Taco bajo respeta el uso de mayúsculas y minúsculas. El narrador se ha liberado de este recurso que, a fuerza de repetirse, puede más bien convertirse en falta de estilo. Y ha hecho bien porque el español de Willy en Taco bajo es más fluido, y esto en sentido extensivo, porque el lenguaje explícitamente sexual fluye a veces hasta la sorpresa y el susto porque si hay algo que esta novela no elude son los tabúes y, sobre todo, aquellos que tienen que ver con la sexualidad del propio Willy y de otros personajes. En esta novela hay fuertes representaciones de violencia que son el símbolo de la decadencia de la sociedad ecuatoriana del siglo XXI.
Taco bajo retrata el fin de una época, de una era, de una edad histórica. Retrata decadencia, pero de una manera geométrica. Y aunque Willy resulte ser la encarnación de esta decadencia es también, sin embargo, un personaje que nos resulta entrañable porque no es difícil reconocerse en su inseguridad, en su picardía, en su desparpajo sexual. Y aquí habría que andar con cautela, con la cautela del artista que sabe que aquello que se deja de decir, o a lo que solo se alude a veces, es más importante que aquello que se describe con profusión.
Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador, 1982). Su primer libro de poesía, Devastación en la tarde, recibió el Premio Nacional de Literatura en 2008 por parte del Ministerio de Cultura y ha sido publicado por Dialogos Books (EEUU) en 2015, traducido por Alexis Levitin. Su libro de ensayo Decir el silencio, en torno a la poesía de Alejandra Pizarnik, también fue premiado en ese concurso y publicado en 2008. Recibió el segundo Premio Pichincha de Poesía 2010 por su poemario En la penumbra. En 2015 apareció su libro de poesía Hábitat del camaleón (Quito, Ruido Blanco) y una plaquete de su poema «Canción para el hijo» (Lima, Hanan Harawi editores). Ha publicado también un libro de cuentos: Matar a mamá (Buenos Aires, La Caída, 2012, 2015), una novela: Complejo (La Caída, 2017), y el libro de ensayo «Casa Tomada». Reinvención de un mito, recogimiento de un espíritu (La Caracola, 2018). En 2018 fue ganador de la convocatoria del Sistema Nacional de Fondos Concursables del Ministerio de Cultura por su novela Taco bajo (La Caída, 2019).
RESEÑISTAS:
Benjamin Aguilar Laguierce (Bordeaux, 1984) Tiene un Máster en Traductología de la Universidad Michel de Montaigne Bordeaux III y una Licenciatura en Lenguas y Civilizaciones con especialización en el idioma español. Además de sus tareas de traductor jurídico y técnico, ha traducido varias novelas cortas, relatos, poesía, ensayos y artículos de investigación científica y periodística.
Juan E. Cruz Tobar (Quito, 1985) estudió Historia y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y ha trabajado como librero, bibliotecario, editor y profesor. Vive inmerso en proyectos de investigación histórica y filológica. Desde hace poco ha incursionado en la traducción.