Acervo Jalisco,

Reseña de El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy

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Allí estaban sentados, el Silencio y el Vacío, dos fósiles heterocigóticos congelados, con chichones que nunca llegaron a convertirse en cuernos. Separados por un kuthambalam. Atrapados en la ciénaga de una historia que era suya y que no lo era. Que había comenzado con una apariencia de estructura y orden y después se había desbocado hacia la anarquía como un caballo aterrorizado.

Kochu Thomban se despertó y partió delicadamente su coco matutino.

Los danzarines de kathakali se quitaron el maquillaje y se marcharon a casa a pegar a sus mujeres. Incluso Kunti, el de los pechos y el aspecto delicado.

Fragmento de El dios de las pequeñas cosas, de A. Roy.

Uno puede leer libros, tener el hábito de la lectura y sentirse fuerte o sabio porque logra devorar textos de vez en cuando, como si estos fueran pastelillos o algún platillo gourmet. Pero hay libros que tienen el poder de dejarnos callados, abatidos, llorando conmovidos o perplejos de ver, metafóricamente, nuestra sangre corriendo por las heridas que sus páginas han ido abriendo a lo largo de su lectura. Esto último fue, es, para mí, el libro “El dios de las pequeñas cosas” de Arundhati Roy.

Este libro es una bestia que pasa las horas aprendiendo cada uno de nuestros gestos, nuestro aroma, nuestros hábitos, la hora en que solemos tener sueño, la hora en que amamos o dejamos de amar; aprende, también, a entender la manera en que odiamos, la pueril forma en la que nos preocupamos por las cosas menudas, mientras dejamos hundirse en el fango a todas las muestras de cariño que pudieron ser. Aprende, día a día, a reconocer, incluso, a anticipar nuestras respuestas, lo que quisimos en el pasado y lo que proyectamos para el futuro. Como un felino hambriento que prepara el acecho final, se tiende con nosotros sobre la cama o en nuestro regazo y espera, pacientemente, a que emerja de nuestra boca la palabra “quiero”, o, “deseo”, o “aquí”, y las registra a detalle para usarla después en contra nuestra. Es una bestia que, poco a poco, toma la forma y las maneras de su presa, una bestia, lo mismo que nosotros, a medias humana, a medias animal, a medias caos, a medias orden, completamente viva. Una bestia que conoce el lugar exacto de la realidad en la que habita, y los mitos que la explican. Una bestia capaz de tomar a nuestros pequeños dioses y hacerlos retozar sobre nuestras sonrisas, sobre nuestras costumbres, sobre nuestro llanto, sobre nuestra infancia y sobre nuestro temor a morir.

La historia de nuestras orfandades (sur-asiáticas o latinoamericanas) la hiere, pero la remonta como solo los dioses saben remontar los ciclos y aparecer en un No Tiempo engulléndolo todo, jugando a tener la seriedad suficiente para hablar acerca del poder, de las autoridades, de la miseria, como si estas fueran seres creados de barro sin cocer, y echados a correr a la intemperie en un día de copiosa lluvia. Una era de barro sin cocer, un sol sin sentido, mas divino.

Este libro es una bestia, una bestia que todos los días me permitió acurrucarme sobre su dorso y que, en las últimas páginas, acercaba sus fosas nasales a mis ojos, a mis ojos de hace treinta y un años, y pensó: en este olor hay miedo, hay ausencias, hay un dolor hondo que la hace diminuta ante sus diminutos 8 años, hay una tierra que sangra…y así, este libro, en toda su bestialidad, como un dios de las pequeñas cosas que está seguro de sobrevivirnos a todos y a todo, espero paciente a que mis ojos pasaran por sus últimas letras para devorarme y hacerme saber que, del otro lado, del otro lado de él, ahí donde los libros no son libros, sino la vida, hay un universo esperando, con sentido o sin él, a que de nuestra boca salga un: mañana.


(San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, 1984). Es Antropóloga Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Maestra en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y doctorante en Filosofía por el Colegio de Morelos (COLMOR). Es diplomada en Teología y en Gestión Cultural. Como creadora, resultó ganadora, en la rama de poesía, del Primer Concurso de Ediciones Digitales Punto de Partida 2018, convocado por la división de Literatura de la UNAM, por su libro: Invocaciones (UNAM, 2018), así como del Premio Nacional de Poesía Anita Pompa de Trujillo en 2018, con el texto: Los ministerios del polvo. Ha publicado Espejos (Public Pervert, 2015). Poemas suyos han aparecido en diferentes antologías y en revistas como Rio Grande Review y Letras Libres. Desde 2019, forma parte del comité editorial de la revista digital de literatura “Carruaje de Pájaros”. Actualmente es profesora del área de artes y del área de ciencias sociales, en el Bachillerato de Innovación en Artes, Ciencias y Humanidades de Chiapas (ICAHCH), perteneciente a la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH).

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