(Ciudad de México, 1985). Estudió Literatura en la UAM-I y en la Universidad Veracruzana. Poemas suyos han aparecido en el Periódico de Poesía de la UNAM, Tierra Adentro y otras revistas digitales. Un relato de su autoría apareció en El Libro Blanco de Bengala (Agencia Bengala / UANL, 2018) y está próximo a publicarse Cómo me convertí a la fe de las lechuzas (Malabar Editorial), un cuento ilustrado por María José Ramírez. También ha publicado ensayos sobre cine en la versión digital de la revista Cuadrivio, Correspondencias.
POEMAS
VI
No perder de vista la generación de humanos.
No perderla! Puestos a engrandecer la vista de uno,
nunca hubo fin. Ni aun conquistando la sabiduría inmoral
de túnica y alambre, o simple paso de los años.
Ponga atención, señores! A la generación de humanos.
Trato con la historia y sus índices iluminados de primacía
genética.
O será cierto aquello de la lingua?
No es como esas historias magníficas?
Vayamos a desearle bien, para que duerman
en su cueva y vivan. Pues rugimientos van y vienen
aunque del otro lado hay su razón. Razón de la de los libros,
me explico? Fundamentada en años.
En personas que de por sí sabían bastante.
Y en la conversación salió llamarle de una forma
que otro no aceptaba y después fue un tema.
Hasta aquí todo bien claro, señores. No contaban
con el experimento de horas. Que va así.
Lanzamos una roca hacia el espacio y de vuelta
en su voz tenía marcado el aspecto final de
nuestro fin. No teman. No por ahora. Colmaremos Raderia y yo
un nuevo astro con ejemplares genuinos. Seres capaces
de asombrar y de alear. Seres de lágrima y espuma
en las entrañas. Hijos de mí. Con alguna descalificación
en su estructura ribonucleica. Mas no teman,
con sangre de verdad para cumplidas fiestas
en honor del cosmos último y por ustedes.
Todos batidos en los órganos, y a celebrar
la producción de omnívoros de amor repleto. Pero tiemblen, fríos
hombres del pasado. También con sangre de extinción anticipada.
VII
Había luz al principio?
O entraban los susurros sin ver nada.
Así como el sentido de mirar puestas magníficas
en los rincones
de la elemental caja. Pregunta algo feroz
de esas distancias:
Sobre el calor minúsculo, qué hay?
Sobre los átomos vibrando en ese sueño
auténtico. Qué hay?
Sonaba la caja como un tambor hueco o permanecía
dormida en son de no existir?
Vaya Cristo a saber de tan remoto pasado. Él mismo,
se calcula, fue polvo de estrellas a mil, dos mil o dos
millones de km/s. Hijo de la explosión como la cruz
en donde muere.
Estamos justos? Estamos lejos de pertenecernos. Tú en vista
de informar, y mí en segundos antes de cada vindicación.
Aletargado encontrará al planeta. Tan solitario
y azul.
Fue tanto como dicen, hasta lo incomprensible?
Cuesta mirarnos y pensar fragmentos, si
tanta vida somos. Si tan hijos de la predilección.
Por qué inventar un corazón repleto y que vaga
nieve abajo junto a pingüinos humorísticos.
Por qué dejarnos ver la luz y no el calor
o la intención de adormecer el cráneo.
Hechos para cuidar nuestras sorpresas.
Viste sentido? Acabaremos con la lluvia cuando
empiece a congelarse el firmamento. El sol
va a girar más mientras se acerque.
Y aún jugaremos con la entrada de los coros
de la naturaleza, aunque han de ir apagándose.
Tranquila, que un día
salvaremos al final de terminarse.
El humanismo que infligimos años puede acelerar
grandes medidas el planeta. De poco serviría tramar
ventajas o alientos al murciélago que nada el aire
en nuestra dirección. Aceptaremos la piedad
del hombre estoico, que toma en dirección y luego embiste.
No van a responder cuando el espacio me colme!
Vas principalmente tú a dejarme otra vez sin lugar. Y
de hacer guirnaldas con los huesos ni hablaremos.
Pues alejarnos por la vía del derrumbe sólo nos deja
con la posibilidad de enjambres lúdicos, danzando
en el fondo de la oscuridad de nuevo. La lengua disecada
en nuestro hogar.
Y cuando al fin se enrosquen los futuros
por ahí, como quien dice sobre sí mismos, y enuncien con sonorro grito
la calamidad de un mar sombrío que renuncia más a estar pegado.
Entonces volverán luciérnagas
a salpicar la noche de nuestra ventana. Y habrase terminado
otro mal sueño:
—Héctor, lo juro: no dejabas de reír mientras te separaban
nervio a nervio con sus dientes. —Ya, divina. Cierra y volvamos
que mañana.