Estudiante de Letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Autor del poemario Eróstrato (PECH, 2019), textos suyos aparecen en la antología Otras voces nos agitan (Capítulo siete, 2019) así como en la revista Metamorfosis. Durante algún tiempo fue guardia de seguridad y hasta la fecha duda de si es pirómano o no.
POEMAS
Veo un rostro que se dibuja en mi ventana
Es de noche y nada ha cambiado.
Comienza el eterno protocolo,
ese de morder una pastilla a la mitad
para ir a que mamá me mienta y diga que descanse.
Luego vuelvo, a tientas, al sueño.
Y me miento, no duermo, no intento hacerlo.
Veo un rostro que se dibuja en mi ventana
no es de nadie.
Su nariz huele la noche
y sus ojos no me alcanzan a percibir.
Los perros, lejanos, ladran
y el que tenemos en casa, duerme.
Ni el perro, ni mi familia que descansa,
sabrán que hay un rostro en la ventana.
Es de noche y todo sigue como siempre,
nada ha sucedido y pareciera que no amanecerá.
El rostro de la ventana se despidió.
Estoy durmiendo y ya no podemos vernos.
Pronto amanecerá y nadie sabrá
que esos ojos y los míos estuvieron viéndose
sin saberlo. El espejo miente
nunca fue una ventana.
.
Óbito
Ya vi a mis amigos en estado putrefacto
muchas veces,
en una vida compartida
de trocito en trocito.
Los amigos son de épocas,
le dije a Miguel
y lo comprendió a la primera.
Ya les vi a todos,
ahorcados,
ahogados,
vomitados boca arriba,
con las camas empapadas y las sábanas duras por la sangre seca.
Ya les vi muertos,
pero no podría tolerar verles morir.
Ya les vi enfermos,
llenos de vida
retorciéndose,
gritándole al aire que deje de susurrar.
He visto muertos a mis amigos,
a mis contemporáneos
y congéneres.
Les vi perder la vida cuando alguien más moría.
Les he visto muertos
en noches en que el hígado no quiso seguir jugando.
Les he visto muertos,
mientras su mirada se perdía
con rumbo a la punta de sus pies
que besaban el suelo.
Les he visto volver a la vida
sólo para quejarse de esta.
Le vi morir entre las grietas
que se le formaban en los pies
por querer convertirse en estatua y no avanzar.
Les he visto muertos una y mil veces
pero no podría verles morir.
Vi cómo la sangre les caía
por la punta de los dedos
y creaban
o compartían algo de sí.
Le vi morir en el piso de su cocina,
justo entre su máquina y sus plantas.
Les vi morir en espacios pequeños con rentas muy altas.
Les vi morir desde la azotea, mientras se reían y cantaban.
Les vi morir camino a un bar
y de regreso
hablándole a las meseras
de lo bonito que es estar muerto;
les vi dejar el diez por ciento de su vida de propina.
Les vi morir a cientos, o tal vez miles, de kilómetros.
Le vi morir en una caja,
pequeñita
donde no podía estirarse y convertirse en montaña.
Les vi morir junto a las líneas amarillas,
por no esperar semáforos
color agonía, muerte y fuego.
Les vi morir,
perdidos de ciudad en ciudad
en las que había fiestas de centenarios
y alucinógenos
que decían conocerme.
La vi morir
mientras escupía al suelo
y me pedía lo último de mi cigarro
para no matarme.
Les vi romperse brazos y piernas para no irse completos.
Les vi caer de la cama
y levantarse
para ponerse otra ropa
e ir a dormir al ataúd.
Les vi morir
porque no soportaron el peso
que se generaban.
Vi cómo la vida se les fue de las manos,
cómo yo me fui de sus manos,
cómo se soltaron a sí mismos de las suyas.
He visto a todos morir y renacer,
me he visto muerto y vivo,
después de un tiempo.
Hoy vi a un anciano,
a media calle,
muriéndose por vivir.
Pensé que la vida es una contradicción
y les observé vivos a todos, de nuevo.