El día que decidió adoptarla se veía como una perla. La guardó en una caja alta de cristal con un ramito de hojas y la acomodó junto a la ventana grande e iluminada de la cocina. María estaba feliz. Ahora tenía a quién cuidar.
Por las tardes, María regresaba del trabajo y tomaba un baño caliente de burbujas. Al salir, se cubría con una bata roja de algodón, servía un poco de vino, tomaba su libro favorito: El túnel, de Ernesto Sábato y se sentaba junto a la ventana, ansiosa de pronto poder escuchar el “crack” de la perla al romperse.
Los días pasaban iluminados, llenos de flores y Louis Armstrong musicalizando la escena que María había congelado.
Al octavo día, notó que el ramito de hojas había empezado a desaparecer. Sólo podía significar que por fin había nacido. Sintió tristeza de no presenciar el momento exacto del “crack”, pero al ver a la pequeña larva caminando sobre las hojas que iba devorando, sus ojos se llenaron de lágrimas que empapaban su creciente sonrisa.
Durante una semana se dedicó a conseguir las hojas más verdes del jardín para alimentarla. Servía más vino, leía su libro, observaba.
La larva creció muy rápido y pronto formó una crisálida con la que se cubrió. En la cocina todo era luz. María veía su espacio con los ojos inundados en belleza y se sentía orgullosa de sus buenos cuidados. María cantaba y bailaba, esperando ansiosa ver a la larva convertida en mariposa. Ojalá también le guste el jazz, pensaba.
María arreglaba a diario el jardín. Debía estar listo para cuando llegara el momento. Terminaba con las manos negras de tierra. En sus manos sucias, sentía todo el amor del mundo.
Los días pasaron, ocho más para ser exactos. La crisálida se rompió y empezaron a asomarse unas enormes alas con escamas color azul. Unas patas negras y delgadas que sostenían un cuerpo con pequeños pelitos y manchas blancas. María agradecía tener ojos para poder presenciar tal espectáculo.
Una vez el cuerpo fuera de la crisálida, María debía abrir la caja de cristal. La mariposa saldría a ver con sus propios ojos y no a través de la ventana, los rayos del sol. Saldría a perderse entre los árboles del jardín que María había llenado de flores. Saldría a dejar sus propias perlas en las hojas más altas.
María abrió las ventanas y comenzó a abrir la caja de cristal. Quería sentir las pequeñas patas de la mariposa recorrer su mano y acompañarla al borde de la ventana, para que pudiera volar. Antes de dejar el suficiente espacio para que la mariposa saliera y se posara en su mano, volvió a cerrar la caja. No podía dejarla ir. ¿A quién le iba a cantar en las tardes?
Arrancó del jardín las flores de colores que ella misma plantó. Con mucho cuidado las metió a la caja. María seguía cantando, ahora también leía para la mariposa que volaba en círculos y subía a la superficie de la caja de cristal que se había convertido en su hogar. Así por horas, hasta que se posaba en una flor, donde María la observaba atenta.
Un día, la mariposa dejó de volar y subir a la superficie. Caía sobre las patas que sostenían su cuerpo. María desesperada abrió la caja y la levantó al sol. Esperaba que el calor la animara, pero la mariposa no voló, ni siquiera al sentir el aire de libertad que la caja abierta significaba. María volvió a poner la caja de cristal sobre la ventana y cuidadosamente introduciendo su mano izquierda dentro de ella, tomo a la mariposa. Con su mano derecha comenzó a acariciar sus coloridas alas que se mantenían inmóviles.
Era un hecho, la mariposa que María había protegido, visto crecer y cuidado como si se tratase de su vida, había muerto. ¿Qué hice mal? gritaba y lloraba, mientras veía desde la ventana su jardín marchitarse.
María ahora está sola, con un par de alas rotas que después de secarse, puso como separador entre su libro favorito. Lo cerró para no abrirlo jamás.
(Ciudad de México, 1994). Licenciada en Comunicación y Medios Digitales por el Tecnológico de Monterrey. Sus poemas forman parte de la primera publicación de Casa Tomada “Poesía sin paraísos”. Actualmente cursa el Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra.
Jose Luis Gil
noviembre 27, 2020Excelente narración