Se presentan tres poemas de Todas las ballenas, el más reciente libro de Renato Tinajero, poeta mexicano. En esta ocasión, Tinajero suma a su cosmogonía personal la honda humanidad de las ballenas. Las siguientes palabras aparecen en la cubierta de su libro: “Cada poema, exigía Adam Zagajewski, debe contener el mundo entero. La vastedad o profundidad de sus misterios, el carácter universal de sus revelaciones, deberían hacerlo parecer, de golpe, un historia entera de lo humano. Los poemas de Todas las ballenas cumplen con esta alta demanda. En cada uno de ellos, el lector se encontrará… en un sitio construido por una imaginación que se extiende infinitamente hacia todos los costados…”.
Carruaje de Pájaros
Todas las ballenas
CASA EN EL MAR
Tú no habitabas la casa. Era el mar lo que habitabas.
Las paredes de coral. El ropero lleno, a reventar, de arenques.
En tu buzón las cartas metidas en botellas.
Dos pulpos se turnaban de percheros.
Un cofre que salió de algún naufragio
guardaba ropa y libros, una olla, dos sartenes.
Una dócil mantarraya se tendía por mantel.
La jibia y el calamar se disputaban
las sobras de tu plato.
La estufa era un volcán.
Y tu cama era una colcha de esponjas y de quelpos.
Huéspedes de aquella casa, las ballenas
no llamaban a la puerta.
Entraban sin avisar. Recorrían a sus anchas
los desvanes y los sótanos
de esta casa transparente,
de esta translúcida casa
sin paredes y sin techo.
Ballenas irremediables.
Enormes las ballenas como una cascada sin fondo.
Como un sueño amable y evidente.
Como submarinos que se repiten y repiten en el sueño.
Desde el camino que desciende hacia la playa
las viste pasar. Más de una vez. Su sólida lentitud.
Su cargamento. Secreto como el secreto de sus cantos.
Desde la arena has llamado a las ballenas,
con palabras humanas y ademanes que ellas no podrían comprender.
Pero las has llamado. No importa que no te miren. Que no te escuchen.
Lo importante es la fe de tu llamado.
¿Es aquella roca un arrecife
o una ballena que se ha dejado ver, calladamente, entre lo oscuro?
Un tiburón guardián ladra a lo lejos.
La noche, ella misma una ballena indescifrable,
cae como un alud de plastilina
sobre los ademanes, lo oscuro, las palabras.
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OFICIO DE BALLENEROS
Estaba amaneciendo en el traspatio de este mar. Se alzaron arpones y cuchillos.
Se alzó el mástil salado
(taladro en la cara azul del mar que es la cara azul y pajarera de los cielos).
La ballena se estremece y cruje
como un mapa envejecido.
El arpón es un leopardo rojo y hondo,
el emisario de no sé qué belleza,
de no sé qué deseo
que no puede decirse con palabras.
La ballena es una sombra trabajosa junto al casco,
la ojera de este cielo, la cáscara del mar, un fruto a medio abrir.
Es una botella echada al mar esta ballena.
Un saludo. Algo pariente de las algas y los cuerpos.
(Una estatua partida en dos. Algo como un temblor se escapa en la hendidura. Algo así).
Y ya. Al mediodía el sol. Y un océano leve está prolongándose a lo lejos.
(Y de un modo secreto nos parece que esta llaga,
añadida a la llaga que es el día,
sólo por un momento dejó entrever aquel perfil
que se adivina en cada niebla.
Una isla evidente en que posar atentos ambos ojos.
Una evidencia dura, un duro espejo
que devuelve cada mueca. Una arruga en la frente
y en la boca un soplo amargo.
Como un músculo aterido
que quiere desprenderse de los huesos.
Algo así).
.
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SILUETA DEL VIAJERO
Esto que se muestra, la silueta del viajero,
es una nube o la línea de una nube. Y en la punta de la línea,
un lápiz afilado. Y en el lápiz una mano así, sin callos,
una mano infantil que lo sostiene. Y un avión o una bicicleta
o ambas cosas —“bici-avión”— se ofrecen al viajero
—“es otoño y sopla el viento: volará”—. Hay veleros que con menos
han rasgado el tapete de las aguas. Y cuervos que volando así tan fuerte
en puros círculos levantan un huracán del suelo o dos. Un avión de velas
viento en popa es la silueta del viajero. Y parece
que el viaje será largo y el calor aprieta. Pero hay agua en la mochila del viajero.
Y frutas para el resto del camino. Y un reloj en su muñeca —“son las tres”— da las tres en punto de la tarde.
—“Por la noche volverá. Están pensando en él. Lleva un broche en su camisa.
Se lo puso la mano más querida. No lo quitarán de ahí hasta que el viaje
lo traiga de regreso sano y salvo. Hay que saber volver”—.
Renato Tinajero estudió filosofía en la Universidad Autónoma de Nuevo León y pedagogía en la Universidad Metropolitana de Monterrey. Es autor de poemas, cuentos y ensayos, profesor universitario y coordinador de talleres literarios. Entre sus libros se cuentan Yorick, Fábulas e historias de estrategas, El mal de Samsa, Adiós al dodo y Todas las ballenas. En el año 2012 fue becario del FONCA en la especialidad de poesía. En 2017 obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes.