Poesía,

3 poemas de la poeta colombiana Elizabeth Torres

Elizabeth Torres

(Bogotá, Colombia, 1987). Poeta, artista multimedia y traductora. Autora de más de 20 libros de poesía en Español, Inglés, Danés y Alemán, con los cuales ha viajado por Asia, Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Elizabeth reside en Dinamarca, donde dirige la galería Red Door y una revista cultural bajo el mismo nombre, así como el podcast Red Transmissions y un proyecto que colecciona archivos de audio en las voces de poetas de todo el mundo, titulado the Poetic Phonotheque. Es parte del comité organizador Litteraturcentrum SVU, Suecia – y trabaja como escritora, traductora y coordinadora cultural en los países Nórdicos: www.madamneverstop.com


Mintaka

He dejado en mi cama azul señales de tus astros:

Desde el primer contacto
hay un aro dorado colgando de mi cintura.

En las tardes llueve y mis ciudadanos agradecen
se desnudan, hacen mapas, construyen canoas…
el sol delira y se hunde en mi pecho.

Puedo hablar de los manantiales
de los bajos arbustos donde se guardan mis aves
la ruta aguamarina que no ha sido descubierta
el paso a un mundo secreto
donde Gaza echa gotas en sus heridas y se levanta firme!

En las olas los sobrevivientes de la guerra
guardan sus historias de amor
los niños hacen barcos de papel y se visten de corales.

Alguna imagen de mí sobre la roca fría
decantándose
pero esto ya lo sabes.
No te demores tanto, dices…
En consecuencia el tsunami.

.

State of Affairs

He aquí la linea fronteriza.
La raya en vertical donde cruzamos hacia el fin del mundo.
De ahora en adelante una brusca neblina
carcomiendo las secuencias de cada instante nuestro
rabia en los huesos
un rogar incesante por máquinas del tiempo.

Atrás las fiestas de los girasoles
atrás, allá muy lejos, las anclas de tu barco
y más allá el refugio maternal y la ternura
y en el fondo de la tierra un gran secreto:
nosotros ya no volvemos.
Nosotros ya nunca fuímos.

Cruzamos de la mano a la noche permanente
el vértigo
son otros los que miran, no saben qué decirnos,
no, acá la soledad es la respuesta
a nuestro delirio de poseerlo todo.

Ya ves, he aquí tu presentimiento
tu risa interrumpida
tu manantial de sueños ahora inalcanzables
la casa se partió por la mitad
la cama se volvió un bosque de animales extintos
el cuerpo un jarrón roto en el que el amor desborda
entre respiro y respiro
lentamente
y después, la nada
(que no nos toque nunca por favor el olvido).

He aquí la espera intermitente de los días
un acechante pánico
agobiante entrar
y salir
por la memoria de los vivos.

.

Que no nos encuentre la muerte

Aprendí a ser río
para guardar tu colección de piedras.

Aprendí a vestirme de oveja
pero también a afilar mis colmillos
a hablar del viernes como altar
donde descansan todas las penas
a depositar mi confianza en pequeños ataúdes
para que no se note la catástrofe
a contar al revés, como en caída
con listas en los bolsillos
para que no nos encuentre la muerte
sin pan, sin ajo, sin jugo de naranja,
sin detergente para lavar los días
sin crema de dientes
sin dientes.

Me acostumbré a invertir plegarias
sólo en deidades de papel o arena
que saben deshacer sus templos cuando fallan
y jamás se atreverían a morder.

Aprendí a ser marejada
cántaro, sed, tsunami,
sé un silencio certero como ojo de huracán
pero también
sé averiar mis barcos al borde de una flor.

Si jugamos al escondite y sigues contando
si al leerte las manos te dieron la ruta equivocada
si en este poema ves un pozo
y se te antoja beber de él
ten paciencia.

Voy aprendiéndome y dejando esquirlas
por si sigues en mi perdida
y aunque el bosque más cercano
aún no sepa mis nombres
recuerdo cómo rendirme
a sus pies.

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