Poesía,

Cuatro poemas del libro Madre lluvia, de José Antonio Santano

JoseAntonioSantano

Introducción

Citas de José Ángel Valente, de Pablo García Baena y Antonio Colinas, destacados poetas españoles, son el pórtico de esta obra que cierra un importante ciclo en la producción de Santano. Y un verso marca el camino y puede servir de resumen de este libro: “la lluvia origen anega la memoria”. La lluvia, tantas veces referente de sentimientos y premoniciones –“Monotonía de lluvia tras los cristales” en Machado o “Me moriré en París con aguacero” en la voz de César Vallejo– es aquí la protagonista absoluta y sirve como leimotiv de la memoria del poeta, cuya única compañía es el sillón de orejeras en el que se sienta la madre y que asiste como testigo mudo de un mundo triste, dolorido y silencioso que, marcado por la soledad, recita el autor a modo de letanía.

Santano se transporta de nuevo a su Iponuba natal para hacer un viaje iniciático guiado por la memoria al mundo cruel de la postguerra que tuvo que sufrir su madre, a quien va dedicado el libro, y cuyas secuelas tuvo también que soportar el poeta.

Poesía comprometida, de alto contenido social y gran contención expresiva, introduce al lector “En aquella postguerra/de impíos generales/ y de obscenos tecnócratas” Pero por encima de todo es el libro de la lluvia, la lluvia madre e inefable en multitud de formas y presencias. La lluvia personificada, la lluvia confidente, la lluvia que llama, la lluvia protectora o la lluvia de angustia. Es como si la lluvia que cae despertara la memoria del poeta y, una vez éste consciente de su poder, la transfigurara y la personificara para convertirse en la fiel acompañante y consejera del autor por un lado y en testigo presente y constante de la realidad que denuncia el poeta por otro.

Desde el punto de vista formal, los poemas se construyen por medio de una sucesión de versos, entre los que predomina el heptasílabo, que, a manera de letanía, se engarzan como un poema río en una sucesión de imágenes del dolor y de la derrota que, en ocasiones, provocan la sorpresa del lector y que, sin duda, perfeccionan los logros conseguidos por el autor en otros poemarios. Un libro, en suma, que significa un paso definitivo en su trayectoria poética y que, sin duda, se encuentra entre los más valiosos de su producción.

Alfonso Berlanga Reyes


Es otoño y el olivar en calma
detenido
en la infinitud del horizonte.
Es otoño y no hay hojas amarillas
en los senderos del parque,
en los inmensos jardines de la casona,
en los estanques no hay hojas
ni secas ni amarillas,
todo es silencio y soledad.
En otoño
los amantes se sueñan
y un temblor de cuerpos
se oculta en la noche
por la lluvia invocados
y la negrura del miedo,
solo la carne se agita,
se empapa de lujuria,
late el corazón acelerado,
como si a salirse fuera
de su caja de música,
pero el tiempo no existe
no existe el agua que humedece
los cristales,
ni la voz del viento en su rugido,
tampoco los relámpagos,
ni el metal de las veletas,
nada existe ahora
que la vida retoña al vientre
maternal
de la liberadora madre lluvia,
nube gris de otoño
presagio de otra luz
y otros silencios,
de otra tierra
en cenizas y olvido viva.

.

Inefable lluvia madre
lluvia en los párpados,
en la profundidad del iris,
en la tristeza de las manos
al filo de la noche
y los espejos que miran
hacia dentro,
a lo más oscuro del vacío
y no saben de nombres
ni sombras
ni de rosas ni silbos;
lluvia en las entrañas de la tierra
en el centro mismo de la nada
abisal en su figura de espectro,
verbo que se abre único,
en las alas al mundo
y alcanza la plenitud de las horas
que dormitan en la sala,
donde ausente reposa el cuerpo,
la cabeza ligeramente caída
sobre el sillón de orejeras,
refugio y rutina de los días
que poco a poco se suceden
monocordes como esa melodía
de los atardeceres de otoño
con sonido de muerte
en las campanas de la iglesia.

.

Madre lluvia
que humedece las mejillas
y sabe a sal y sangre
y a derrota
después de aquel temblor
primero y naciente
llegado el invierno a los caminos
y a los campos de olivos,
como si nada existiera
en la alcoba
desolada en su ausencia,
repetida y fría como el hielo
que se hospeda en la mirada
que otea el horizonte
y nada ve y todo extraña.
En el sillón inmóvil
se deja seducir por los silencios
y poco a poco los ojos cierra
de cansancio
porque el dolor, como un cuchillo,
se adentra de nuevo en las entrañas
y líquida la sangre
como un río
corre calle abajo
desde la Plaza hacia Moral y Llana,
el aire detona en los oídos
y la homicida mano en la pistola
detenida en las sienes
aprieta el gatillo
y la tierra ensordece en ese instante,
y una vez y otra se repite
esa horrible ceremonia,
ese incomprensible rito
de bárbaro culto a la muerte
y a los muertos que muestran
en la Plaza apilados
un único agujero en el cráneo,
santificado genocidio,
verano abrasador
donde luego
laureados y marciales mílites,
engendros del miedo
impusieron su pérfida paz.
Madre sangre de lluvia
en las calles desiertas,
solo el grito del aire
coreando la farsa
y en tus ojos de lluvia
madre lluvia el silencio.

.

Agua madre callada
en la cárcel del tiempo,
en las noches de siembra
que en el hijo viviera,
en los barrios obreros
cuando el miedo se hospeda
en la casa y el pecho
de la madre que a solas
del dolor es refugio
coreada oración
en sus hondos adentros.
Pero tú bien lo sabes…
aquellos delatores
cainitas en su nido
inoculando a diario
su veneno y su atroz
delirio nacional
de vino y de banderas
con patria violación
de temerosas sirvientas
cautivos campesinos
abajo en lo más sucio
y miserable
solos
en la tortura aún
anónima y terrible
por los días gloriosos
de muerte en las cunetas
allá en el camposanto
o en la plaza del pueblo,
allí nido de víboras
de letal mordedura
con mano alzada al frente
de una paz nacional
acuartelada y bruta,
pero tú bien lo sabes
que todo fue codicia
desatinado odio.
Ritual de silencios
en la estrecha cocina,
murmurar de cazuelas
de espantosa demencia,
contagiada la sangre
que recorre la noche
y el terror de que el timbre
al alba sea un grito
y el hijo una estatua
entre guardias civiles
una cruel despedida.
Madre lluvia de angustia
que se abisma al vacío
del crecer de los hijos,
unos quedos, inmóviles
de continua oración
con los ojos al cielo
esperando el milagro
de la vuelta al silencio
redentor del castigo,
otros libres en cambio
insumisos y locos
defensores del orden
de la justa medida
del común de las cosas
para todos la vida.


(Baena, Córdoba, España, 1957). Es Graduado Social por la Universidad de Granada, Técnico Superior en Relaciones Industriales por la de Alcalá de Henares y Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería. Es autor de Canción Popular en la Villa de Baena (1986), Profecía de Otoño (Sevilla, 1994, Premio Internacional de Poesía “Barro),  Exilio en Caridemo (1998, Premio de Poesía “Ciudad de El Ejido”),  Íntima heredad (1998, Accésit Premio Internacional de Poesía “Rosalía de Castro”). La piedra escrita (2000, Finalista Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de Poesía), Suerte de alquimia (2003, Finalista del Premio Andalucía de la Crítica 2003), Lunas de oriente” (2018), y varios títulos de poesía. Igualmente, es compilador de la Antología de Poesía Iberoamericana Actual (2018). Poemas suyos han sido traducidos al gallego, catalán, vasco, inglés, francés, italiano, alemán, búlgaro, rumano, ruso, árabe, portugués, griego y chino. Su blog personal es: www.elolivardelaluna.blogspot.com

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