La poesía es y seguirá siendo una ventana que nos permita ver la inmensidad de la belleza, pero también una máquina reveladora de momentos, pasajes y hechos no precisamente bellos.
Es, pues, —también— un grito de denuncia, una puerta azotándose furiosa, un manotazo lleno de coraje. Y así, con esa desgarradora y dolorosa voz, nos ha legado testimonios poéticos, dentro de los episodios más despiadados de la humanidad, como en la masacre de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968, en Ciudad de México.
Hoy, 2 de octubre de 2019, a 51 años de la matanza de centenares de jóvenes estudiantes, en Carruaje de Pájaros conmemoramos esta fecha con la poesía de tres de nuestros más grandes poetas chiapanecos: Rosario Castellanos, Jaime Sabines y Juan Bañuelos.
Fernando Trejo
ROSARIO CASTELLANOS
Memorial de Tlatelolco
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
Para que nadie viera la mano que empuñaba
El arma, sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.
JUAN BAÑUELOS
No consta en actas
1
A Octavio Paz
Oh, bebedor de la noche, ¿por qué te disfrazas ahora?
¿Todo es igual acaso? ¿Tengo que repetir
lo que el augur grabó en el silencio de la piedra
curtida por el viento?
“…esparcidos están los cabellos,
destechadas las casas,
enrojecidos sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas
y en las paredes están salpicados los sesos;
masticamos salitre, el agua se ha acedado.
Esto ha hecho el Dador de Tlatelolco,
cuando nuestra herencia es una red de agujeros”.
¿Todo es igual que ayer, entonces?
¿Ensartaremos cráneos como cuentas
y se ha de repetir lo que el augur
grabó en el silencio de la piedra?
¿Con coágulos de sangre escribiremos México?
Yo el residuo, el superviviente, hablo:
los comienzos de los caminos
están llenos de gente.
No haremos diálogo con la Casa de la Niebla
2
(Alguien)
Mañana hace mucho tiempo
oiré olvido y celebraba míos
para saberlo alguien que transita
inventando un destino.
Esto no es incoherente, como puede creerse.
Es un pueblo, digamos, ya que el bosque es más fuerte
que los rayos y el hacha.
En cualquier momento, no será extraño,
de aquí en adelante la ira,
el llanto, la indignación, la fiesta,
dirán: “mírenlos”, indicarán: “son ellos”.
De cada frente estudiantil que sangre
irrumpirá el fulgor de los que nada tienen,
y no serán perdidos de vista
porque tienen su edad hasta este punto
que son los desollados
que buscan su piel bajo la luz
de un rostro semejante.
Yo
vagué por la Calzada de los Muertos
sobre un pueblo petrificado.
De pronto aquellas piedras
que mañana hace tiempo,
con hectáreas de cólera movieron
el horizonte.
Hoy
vivo en las imágenes del día
y en el fruto que forman el espejo y la niebla.
Todo anda, repta, vuela,
el corazón es pez a la deriva
y el mismo paralítico desplegará sus alas.
¿Qué importan las granadas de gas
al borde del estruendo en las manos rapaces?
Ah, soldados, granaderos, hermanos inmundos
si fueran distintos en un país distinto
en donde la pobreza
afinada como un instrumento peligroso
no los hiciera doblemente abyectos.
Ay,
pueblo aturdido con discursos disecados
como pájaros muertos.
tu llanto no es el mismo de otros siglos,
es llanto de gases lacrimógenos
(industrial y en conserva).
Y los que han concebido la inquietud en sueños
cuando amanece cumplen
con el Poder entre sus manos
TRAS-TRAS-TRAS-CLIC-CLIC-BLAM
Oh patria,
fosa común
donde estamos con la mitad del cuerpo adentro,
la otra mitad se ha puesto a caminar
con el verano de las llamas.
Todos estamos sujetos a investigación.
La sombra da la misma piel a cualquier muro.
Sin embargo,
yo deletreo la luz si encuentro la mirada
no en el temblor del sueño, sino en el que despierta.
¿Y si después de todo, mexicano? ¿Qué de qué?
La esperanza es pesada si su lecho es de muertos
que quisieron, un día, volcar soles
sobre nuestros párpados
(continúa en el poema 10)
10
(sigue del poema 2)
Oh pueblo mío que entras en el día
como aquel que tiembla cuando conoce el amor.
Siempre tuve palabras a medias,
hoy las tomo enteras de tu profundo pozo.
Alguna vez la conocí en el mapa,
ahora toco a la patria en carne viva.
Giro sobre sus goznes de miseria
y a su boca de paralizado allego
la retama del odio,
el atolón de cuajo adolescente,
el frenesí craneano atravesado
por la lluvia del ametrallamiento.
Época de ostras y avestruces
(izquierdistas muriéndose de oídas
o reaccionarios sollozando estiércol),
pero también tiempo de tapires.
Los padres han sido vencidos.
Han tardado en venir. Nunca partieron.
Cuando los escorpiones
cerraron por dentro las puertas de la patria,
nuestros hijos suplieron la impaciencia;
nosotros enrojecimos de cólera, impotentes,
y no supimos presentir la hora
en que ellos volverían a su casa
con las huellas de la tormenta.
Lo que ha empezado va muy lejos:
con su cabeza sin reposo, siempre
llega el futuro derribando puertas.
Capital de la hoguera:
Zacatenco, la Ciudadela,
Ixtapalapa, Casco
de Santo Tomás
y Tlatelolco.
Úvula viva que arremete
contra toda coartada de lenguas proditorias.
Bajo el trismo del miedo,
sobre un cardumen de azoteas,
las banderas olímpicas
puestas con especial cuidado
no ocultarán el crimen.
Aquel que tranquilamente va de compras
aún ignora que una bala le espera
al doblar una esquina.
Mexicano,
recela del que habla resignado,
del que tiene un cansancio
en toda la extensión de su palabra,
del que frente a paisajes de cuellos sin cabeza
agradece el diminuto abanico de un aplauso.
Cuídate, mexicano,
de los que orinan alrededor de tu quejido.
¿Por qué hablo de esto y esto si es tan bella
la estación que se inicia y un castaño
se mece al lado de mi casa,
mientras la brisa y la quietud se duermen
en el color de su corteza?
¿Qué puedo hacer si la furia y el duelo
están metidos en mis versos, en mi pan,
en mi plática, en mi sueño?
Silencio,
que las paredes oyen para la policía.
Y nadie hable de un río con su tarde,
porque el látigo del centurión
silbaría entre estas líneas.
Hemos dado un pase de glaucoma
por las calles tatuadas de Nonoalco
Mis palabras salen perforadas.
Son los últimos disparos de la noche.
Oh, ciudad mía,
ciudad montada sobre tanques,
sobre un gargajo de cuartel.
JAIME SABINES
Tlatelolco 68
1
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)
Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo;
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y Justicia Social.
A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.
2
El crimen está allí,
cubierto de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
alrededor las voces, el tránsito, la vida.
Y el crimen está allí.
3
Habría que lavar no sólo el piso; la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
La bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.
4
Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.
Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.
Tenemos Secretarios de Estado capaces
de transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.
Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.
5
En las planchas de la Delegación están los cadáveres.
Semidesnudos, fríos, agujereados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
espera no encontrar el suyo:
«Vaya usted a buscar a otra parte.»
6
La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Qué Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el «Metro»
porque el progreso no puede detenerse.
Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que constituye la patria de nuestros sueños.
Maria
octubre 2, 2019Gracias por comparrir estos poemas
José Viguera
octubre 3, 2019Los hijos de puta celebrando su orden en la desmemoria