Narrativa,

Tincho

Clubes

Esa zurda era envidiable, amenaza constante en la portería adversaria. No era Platiní, ni mucho menos Maradona, pero las canchas del Seguro Social en la Balbuena no han conocido a otro jugador de ese calibre. Una saeta, un depredador del área. Hijo de panaderos, Agustín Ramírez Carbajal, alias Tincho, vistió durante tres temporadas la playera del Deportivo Santa Rosa en el campeonato local. En la década del noventa no hubo rival que no conociera su sello. Dotado de un gran carisma y de picardía en el drible, Tincho alcanzó la gloria entre patadas y gritos. Había que verlo, en sus pies estaba el temple de los elegidos, la poesía del vértigo. Un día, un caza talentos del Club Irapuato fue a visitarlo a la Panadería La providencia, el negocio de la familia. La noticia fue una bomba, hubo incredulidad, conmoción y en algunos esperanza.

«Un vistazo a sus habilidades, solo un trámite para ver el desempeño del chamaco, nada del otro mundo», fueron las palabras del profe Belisario, heraldo del club fresero.

Pero Tincho, por aquel entonces, también tenía otro gran amor. Emelina era el nombre de aquella joven mesera que conoció una tarde en el bar Las Nereidas. Madre soltera y originaria de Oaxaca, Emelina obtuvo la atención de Tincho en el mismo instante en que le sirvió una cerveza. Después nació el romance, visitas constantes al bar, flores, citas para ir al cine, canciones con dedicatoria en la estación de radio, encuentros fugaces en hoteles de la Guerrero: el juego de los amantes.

En julio de 1994 dos tragedias marcaron el balompié: Roberto Baggio, portento de jugador, erraría el penal decisivo en la final del mundial de Estados Unidos frente a Brasil; y en otro lugar, sumamente distante, el joven Agustín Ramírez Carbajal sería sentenciado a 30 años de prisión en el Reclusorio  Norte de la Ciudad de México.

Verdad de Dios que Tíncho nunca tuvo mal carácter, profesaba, a medida de lo posible, la fe católica. Pero ese día el azar y la calamidad entraron con los tachones por delante.

La mañana del 20 de mayo de 1994, el profe Belisario  presenció el partido entre el Atlético Santa Fe y el Deportivo Santa Rosa. El resultado: 3 a 1 a favor del Deportivo. Dos goles marcados por Tincho, un disparo fuera del área y un penal cobrado al estilo Panenka fueron suficientes para convencer al viejo Belisario. Agustín Ramírez Carbajal era entonces la nueva contratación del Club Irapuato, destacado contendiente en la liga de ascenso del futbol mexicano.

Para celebrar ese momento, todo el equipo se dirigió hasta el bar Las Nereidas y formaron una procesión que cantaba por las calles, entre ellos iba el nuevo mesías.

Uno nunca se explica ciertos designios de la vida, las malas jugadas del destino, pues incluso el amor más puro tiene su dosis de desgracia. Por eso la mano que empuñó aquel envase roto para muchos no fue la de Tincho, sino la de un desquiciado,  un profanador de cuerpos que con toda alevosía se adueñó de los impulsos del virtuoso. La sangre cubrió aquella playera tan parecida a la del Real Madrid, ésa que tantas veces fue empapada de sudor y esfuerzo.

Dicen, quienes los vieron, que el primer insulto vino de la mesa de al lado, otros en cambio, mencionan que los gritos y empujones sucedieron de repente, como un incendio. Lo cierto es que después de la decimocuarta cerveza y la tercera botella de ron, la razón se pierde.

¿Qué fue lo que tanto enojó a Tincho como para demoler su paciencia e ir a embestir a un desconocido con los restos de una botella? Versiones hay muchas: la primera, y la que se tomó como oficial, fue que un tipo intentó propasarse con Emelina, que incluso llegó a golpearla. Otros dicen que fue en defensa propia, y hay quien afirma que él tan solo defendió su honor, pero lo único cierto es que las canchas de La Balbuena jamás volverán a presenciar los dribles y los goles de Tincho, esos ahora son historia.

Licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la UNACH. Es autor de los libros: "Cuentos para matar corderos" (2014); "Héroes y leyendas" (2015); "El jardín de Goebbels" (2016), publicados por la editorial Public Pervert; y "Bajo los pies de Judas" (Editorial Tifón, 2018). Ha colaborado en revistas como Punto de Partida de la UNAM y Paso de Gato.

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