Poesía,

Cuatro poemas de Roxana Elvridge-Thomas

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Foto: Pascual Borzell.

Poeta, ensayista y directora teatral. Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales en poesía y ensayo, así como becas en México y España en poesía. Ha publicado nueve libros de poesía y dos de ensayo, además de múltiples artículos y capítulos de libros en torno a la poesía y el teatro. Ha sido traducida al inglés, francés, portugués y árabe.Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


POEMAS

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MUJER QUE GOZA AL PENETRAR EL HUMO
Vierte al fuego las resinas.
Inunda el claro con  vapores de maderos, secreciones, asaduras.
Se pierde en ese pliegue que se orada en la montaña al elegir los animales, las breas, flores, juncos, pulpas, raíces olorosas.
Danza jubilosa entre el humo.
Aspira.
Impregna los muslos, los pezones.
Siente penetrar por sus resquicios ese aroma que satura su delirio.
Regresa a la aldea cuando se ha extinguido la emulsión.
Pasa al lado de ese hombre que la embriaga aún más que sus mezclas vaporosas
y él se prenda del aliento que la envuelve.
Se entrega, rendido, a ese cuerpo ahumado,  perfumado.
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VOZ
En la roja mordida del viento,
en la arista que punza las yemas,
en la sangre vertida,
en la entraña aromada de incienso,
en el dulce tósigo hirviente,
en el pétalo, en la savia, en la cruel amapola.
En el ritmo que prende furioso,
en el lánguido hablar del oboe,
en el gozo, en el llanto, en el fuete certero,
en el bosque incendiado
llega, palpitante, hambrienta,
la voz que se cuela en el cuerpo,
que inunda memoria y sentidos,
que escuece caminos, que duele.
Que es un enjambre de peces lejanos,
que es parte del aire y la piel y los ojos.
La lengua espera su acero,
el oído pena por ella, muere apartado
de esa voz lejana y dulce,
en tuétano metida.
(Para Fernando Gómez Pintel)
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ÍCARO
Afán por la inasible e insaciable pira.
Vértigo de espada ardiente que me imanta, arriba, más arriba, al centro mismo del embudo que embate el arrojo, la quimera, y doblega con un soplo los alardes.
Ímpetu doblado, vuelvo a la jugada.
Engaño al que dirige los ataques, celoso de mostrar algún secreto.
Solazo mi deseo con los atisbos de un cosmos alterno, henchido de misterios.
Ya gusto sus destellos, ya siento la escritura a otros vedada, ya vienen a hurtadillas sus rumores.
   Dilatan maravillas mis anhelos.
   Vuelca el tropel de aguijones la escasa ruina de mi cuerpo henchido.
   Caigo, sí, pero ahora sé el secreto.
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ANA DE LANCASTER IMPRECA
Maldito, 
dijiste,
y tus palabras lacraron el silencio.
Juraste
y la tierra se inflamó de estrías.
Su sangre infecta corre ahora por la tuya.
El semen imprecado te anega cada ocaso.
Tálamo de injuria a la que ceda en tu recinto.
Tiemble todo ser ante tu cólera.
Tiemblen las alturas y sus ciclos.
Fulminen tus entrañas con sardonia,
yo misma la pondría en tus ojos, tus oídos, tu prepucio,
en las narices y los labios.
Veré con alegría hervir tu carne,
 heder pútrida lechilla de tu centro. 
Después de un último alarido, cesarás con rictus no deseado,
sonriendo para siempre por tu muerte.
Fulminen igualmente a tu consorte.
.
Crujieron tus denuestos,
fieros soles desangrados
y al acto se pudrió tu brazo izquierdo
como el suyo.
El vientre de tu hogar fue calcinado,
los muros se infectaron de alacranes
y los árboles llagaron en su rostro tus insultos.
Yaces ahora entre sus brazos
eres fétida, infeliz y detractada
por tu lengua que añora su inminente sepultura.
(Para Julio César Toledo)

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