Manuel Tejada Loría es un misterio: ha decidido publicar muy poco, y sin embargo es considerado por quienes lo hemos leído como uno de los poetas más solventes de su generación. Contribuye a su mística el hecho de que no tiene un solo libro como autor individual. Lo hemos leído en poemas sueltos, libros colectivos, y lo hemos escuchado en escasas lecturas grupales. Hemos visto una o dos entrevistas en las que habla, mesuradamente, del papel del poeta en el mundo. Se ha conservado voluntariamente como un secreto a voces.
En 2016 un libro suyo, Inmóvil en el viento, fue ganador del premio Internacional de poesía Mérida, y la publicación es parte del premio. Como suele suceder con casi cualquier libro en casi cualquier parte, la edición se ha retrasado. Esperando que todo se solucione y que el libro conozca su propia portada, Carruaje de pájaros presenta este adelanto para los impacientes.
Manuel Iris
De Inmóvil en el viento
I
NOTICIA DE UN NAUFRAGIO
El peor naufragio es no partir
Amyr Klink
*
La franca aspiración del ave por ser pez.
La ciclópea mirada de la luz
remojándolo todo.
La brisa sin pausa de un andar profundo.
Y este mar.
Y estas olas golpeándome, irrepetibles.
Fusionado al mineral del tiempo
soy esta arena desparramada. Este sargazo
que en medio del pecho finge una herida.
O soy también esa misma herida.
La arena y el sargazo.
La nube pasajera y una gaviota.
Los labios salinos besando este instante.
Y este mar. Otra vez
el mar.
*
No sé si el mar me expulsa a cada ola
o me llama.
Anquilosado en la orilla del no ser
con el sargazo en la saliva de mi vocación
invado los atardeceres de esta playa
que de salitre muere
cada vez.
No sé si el mar extiende
sus dedos de espuma incapaz de asirme,
o me expulsa con su salinidad de los espacios
propios de la tempestad.
Algo de mí,
un botón, una nariz, una sandalia,
el crayón con que solía escribir mi nombre en
las paredes de los barcos, la galleta que escondía
en el bolsillo inquieto del pantalón, algo,
algo se perdió para siempre en el naufragio.
No sé respirar más. Ya no es el viento
lo que me traspasa.
*
Murió por agua, dirán los pescadores.
Será de sol que se llenaron sus pulmones,
de erráticos adioses sus manos, de sílabas procaces
sus oídos, de silencios su mirada,
y de escamas la lengua de su corazón.
Porque la luna tiene escamas
como las aves del mar
y las sirenas.
II
HUMO Y ESPUMA
HOJA SUELTA DE BITÁCORA
Fumo descaradamente con una intención de olvido
de olvido de mí mismo,
por supuesto
todo lo que en tránsito se ha ido pegando a mí
a cada célula, cada latido, cada silencio.
Es absurdo intentar desaparecer
en humos y en aliento, en voces que dicen
“hasta mañana”, “buenos días”, o que también
no dicen sino callan
lo sé
pero insisto. Fumo descaradamente,
sostengo en la garganta el humo, como sin ello
cada recuerdo;
y escupo: toda mi volatilidad se disuelve
en el aire abrupto del mediodía.
Hoy. Ahora. Mientras escribo
un cigarro arde en mí. Una luz incandescente
me prolonga, humo y estupor sin orillas.
Y yo no debo fumar. El noticiero lo ha dicho
una mañana como otras mientras ataba mis cordones
y un leve chillido en el fondo del pecho
me recordaba a mi abuelo muerto y desconocido,
con su tanque de oxígeno a un lado de la cama,
con una tos que hubiera hecho estallar
los tímpanos del mundo entero. Yo
no debo fumar. Así lo ha dicho el médico mientras
medía en muertes mi escasa cintura,
y escuchaba mis pulmones a través de mi espalda
con su estetoscopio frío pidiéndome que dijera
la palabra “uno” y respirara: “uno”, y exhalara
otra vez pero sin humo. No, yo
no puedo seguir el destino de tantos millones
de marinos que mueren de sed y olvido; yo no
quisiera seguir gastándome la respiración
en lentas caminatas al handpunch hasta mi vejez
o hasta que el corazón se quiebre, colapsen
mis pulmones, o un cangrejo habite en mi garganta.
Ahora mismo late una cajetilla en mi bolsillo izquierdo.
Quiero olvidarme de mí, idílica intención. Yo
que suelo aparecer ante los espejos,
fumo:
tanto es mi descaro.
SEXTANTE
Voy a hablar de la altura de tu sonrisa.
De tu forma peculiar de estar en el mundo
como arrojada para que en ti florezcan
algo más que vida, este verso.
(Tú creerás que lo mío es retórica
que mi verso es oficio
y que son los años que pesan sobre mí
lo que me hace escribir).
Pero yo voy a hablar de tu sonrisa y de su altura,
porque he descubierto que en sus bordes
hay algo de estrella, de océano y de escama,
que hay marinos fumando su locura
al escucharte sonreír
y naufragios grabados en la cuenca lunar.
(Tú afirmarás que mi oficio es también
robar rosas, asimilar espinas, sorber
la tintura y el color de juventudes).
De tu sonrisa hablo con el sol atravesando
nubes pasajeras, cielos teñidos de luz.
Del rojo de tus labios a la noche
hay un paso que me haría caminar sobre
el agua, habitar las olas que distantes
mueven la barca del cuerpo absurdo.
(Tú afirmarás que por mis venas transita
la rabia y el desdén, la inverosímil lascivia
de horas pasadas, el trágico destino
de los puertos en cada marino roto).
Hay un oleaje en ti que trasforma el viento.
Existe en el aroma de tus imaginados pasos
la esencia irregular de tempestades, y
ante tu semidesnudez, naufrago o naufragio,
comprendo mi quebranto.
III
AMOR FATI
COLIBRÍ
A todo lo de ayer tengo que morir. Cada día.
A veces en el trayecto de un botón
hacia el ojal de mi camisa. Otras
basta el silencio, un semáforo en rojo,
o el timbre de tu voz cuando me dices
“buenos días”, y morir
a todo lo de ayer, te digo,
te escribo, te naufrago, te muero y me revivo,
a todo lo que antes solía emparentar
tristes días, nubes grises y siempre he sido yo
mirándome desde enfrente
nunca desde adentro;
siempre he sido el miedo,
nadie más el dolor y la angustia,
siempre he sido el miedo
desde adentro. Por eso muero
cada día a lo de ayer, como si el instante
y estas alas, este minuto inmóvil
frente al fuego.
jose benjamin
julio 2, 2019me recuerda a Reinaldo Arenas, hay metáforas idénticas, sabes en «Celestino antes del alba», al final todos somos islas. Manuel