Ensayo,

La poesía actual como archivo vivo & una muestra brevísima de mujeres poetas

8M

Me encomendaron esta reflexión hace semanas. La consigna era sencilla, en apariencia. Escribir sobre mujeres que escriben. Era sencillo. Me pasé días y noches repasando a las mujeres que he leído, a las que conozco pero no he leído. Sería sencillo. Tenía que pensar en un método para comentar lo que habían escrito. Escribí una lista de nombres que aumentó y aumentó. La tarea iba a ser titánica. Haría falta más de un mes. No podía excluir a ninguna. Todas merecen ser leídas, comentadas. Pero delimité el corpus. Decidí que escribiría sobre poetas mexicanas. El propósito seguía siendo colosal.

No recuerdo cuándo me percaté de la ausencia de mujeres en las programas de estudio, en las antologías, en las conversaciones literarias. No guardo el día y la hora en mis recuerdos. Sé que lo noté, me pareció extraño. Después llegó Joanna Russ para explicármelo todo en Cómo acabar con la escritura de las mujeres. Ella notó la ausencia en el contexto de la literatura anglosajona. Cuando nos percatamos de la ausencia es natural darnos la tarea de investigar. Nos pasa a muchas, cada vez más; buscamos referentes, modelos autorales. Así llegué a interesarme por las mujeres reales, que como yo, escribieran y me hablaran desde sus cuerpos, desde sus experiencias, mujeres que me ayudaran a entenderme.

Desde entonces procuro leerlas con cariño y atención, incluso más que a mis compañeros (disculpen, amigos). Aquí abro un paréntesis para hacerme cargo de lo que voy a decir. La crítica literaria que promuevo es la afectiva, que renuncia a la objetividad, que no se escuda en la validación hegemónica. Lo que viene en este texto es asumido enteramente por mi experiencia como lectora, como mujer y como poeta viva que sobrevive en este país.

Vayamos al punto. Escribir es un ejercicio que denota vitalidad. Sólo pueden hacerlo personas vivas y las personas vivas son organismos que interactúan con sus ecosistemas. Estar vivo significa estar en comunicación y, de ser posible, en comunión con otros seres vivos. Pero vamos, en un país como el nuestro, donde impera la muerte y las borraduras, escribir resulta ser una osadía.

Si echamos un vistazo afuera, justo ahora y sin importar la fecha en que lean esto, el panorama es desolador. La personas estamos apuntalando el mundo con lo que resta de humanidad para que no se derrumbe. No quería ser pesimista, tampoco quiero ser deshonesta.

Ante todo, el arte se sostiene. Y lo que aquí nos convoca es la poesía, porque la poesía se escribe, se publica y la sostenemos. Es parte de ese ejercicio de apuntalamiento que sugerí antes. El género menos atendido por los grandes mercados editoriales sobrevive y a decir por mi círculo de amistades: “goza de buena salud”. No esperaban que dijera lo contrario, ¿o sí? Vamos, que el año apenas empieza.

Ustedes dirían lo mismo después de haber pasado tantos días leyendo y buscando a mujeres que escriben en México. La cantidad es impresionante, la diversidad riquísima, el tratamiento estético no tiene parangón, la multiplicidad temática agotaría cualquier intensión que buscara clasificar.  

Un fenómeno poético rotundo es lo que abraza el panorama en México. No olvidemos las limitaciones, los inevitables sesgos. Pido disculpas de antemano. Hay autoras con las que comparto afinidades estéticas y si no aparecen en esta muestra es probable que se hayan perdido en el paraje de mi memoria, aunque intente ser plural, la totalidad resulta inabarcable. También puede ser que haya excluido a las compañeras con las que no he tenido la suerte histórica de coincidir todavía para intercambiar libros. Me excuso de antemano porque de una u otra forma estoy cayendo en lo que tanto critico: la exclusión.

Volvamos a lo que significa ser personas vivas, según Adriana Cavarero, citada a su vez por Cristina Rivera Garza en Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación, a un organismo vivo también lo define su vulnerabilidad. Entendemos la vulnerabilidad como la capacidad para estar siempre al borde de la muerte. Luego entonces, existir en la vida sabiendo que de un momento a otro podemos ser personas no vivas nos hace presas del miedo contante. La angustia puede ser paralizante. Si además sumamos que el ambiente en el que vivimos está inmerso en violencia, significa que sobrellevando la existencia entre el horror y la parálisis. Sin embargo hay que voltear a ver a los otros, recuerden la comunión natural y biológica entre los organismos vivos, de la que hablaba antes. Acá se abre un paréntesis: la escritura. Ese sistema que nos moviliza, nos desenfoca de la muerte para que al conocer a los otros nos conozcamos también. La escritura, nos dice Rivera Garza, nos invita a estar-en-común, dialogar y encontrar las afinidades en los otros.

Vivo entre diversas comunidades, una de ellas es la de las escritoras. Continúo en la línea de Rivera Garza porque también pienso que las escrituras vivas producen presente, nos ayudan a entender de qué manera se configura la realidad en la actualidad. Y estoy segura de que todo lo vivo intercambia algo con su ecosistema. Mi ecosistema son las mujeres, las mujeres que maternan, que cuidan, que enseñan, las mujeres que leen, las mujeres que escriben.

Apuntalar el mundo con humanidad también nos invita a cambiar algunos códigos. Pensar, por ejemplo,  en la literatura como archivo aunado a su carácter estético. No quiero volver a decir que la creación de las mujeres se ha borrado. No es que antes no existieran mujeres escribiendo, es que nos las ocultaron. Ahora que tenemos mayor presencia como autoras, podemos pensar en la recepción de lo que escribimos. Entonces, lo que las mujeres escribimos en la actualidad, además de un ejercicio estético, es un registro histórico, no sólo por la cantidad de escritoras que acaparan el panorama, sino porque su escritura es la materialización de la vulnerabilidad.

Con lo anterior estoy atendiendo la invitación de Emanuella Borzacchiello, quien incita abiertamente a ampliar el concepto de archivos y sobre todo a construir toda clase de repositorios que alojen los trabajos de las mujeres para lograr una enunciación colectiva, porque si “cada archivo está vinculado a la persona que lo produce y se convierte en documento y narración de la sociedad” entonces la recopilación de literatura escrita por mujeres recupera el sentido de intercambio comunitario y contribuye a la preservación de la memoria colectiva.

Hay que tener claro que no somos precursoras. Lo subraya Joanna Russ también. En todas las épocas hubo mujeres que escribieron. Somos herederas entonces. Es gratificante pensar la creación poética como un camino abierto por donde anduvieron mujeres antes de nosotras y andarán las mujeres que vienen. No quiero dejar de mencionara a las poetas de generaciones anteriores que siguen activas en los medios literarios, algunas de ellas son: Dolores Castro, Coral Bracho, Silvia Tomasa Rivera, María Baranda, María Rivera, Socorro Trejo, Citlalli Guerrero, Adriana Tafoya, Hortensia Carrasco, Roxana Elvridge Thomas, Carmen Nozal, Refugio Pereda, Chary Gumeta, Claudia Hernández del Valle Arizpe, Briceida Cuevas Cob, Leticia Luna, Kyra Galván, entre muchas otras que se me van del teclado.

La consigna era sencilla. Escribir sobre mujeres que escriben. Pero no quería caer en el pecado de las antologías. No quería inventarme un criterio de selección, porque el juicio en el que más confío es el de difundir y compartir la energía, el talento y el trabajo que hacen con el lenguaje todas mis compañeras. La selección se ajustó al tiempo y al material que tenía a la mano. A continuación doy paso a esta muestra para que sea usted, querida persona lectora quien juzgue y goce la fuerza poética con que la escriben algunas mujeres que comparten tiempo y vida conmigo.

Adriana Ventur


DRAUPADÍ DE MORA

si uso sostén
se me marca la línea de las tetas
si uso pantalón
se me marca la línea de la barriga
si no uso nada
soy una marca en la línea del paisaje
*
obelisco
monumento con inscripción

puede ser lápida
escritura cuneiforme
alabanza y chúpasela
registro
archivo de la nación

puede ser
una huella en el negativo

nuestra piel muerta
el cabello que soltamos al caminar
el hueco de un cuerpo
en el colchón
nuestra grasa en la pared
un hilo de sangre

***

JIMENA JURADO

Anomalía
Pensemos en un mundo, en un mundo baldío.
hay una cosmonauta
sembrando su silencio entre los surcos,
se echa bajo la noche, se vuelve centinela
y siente cómo crecen sus preguntas
sobre la hierba que ha brotado de pronto.
Pensemos otra vez en la astronauta.
Algo relumbra y surge a la distancia, agigantado:
una montaña sobre el iris.
Ahora, hay una montaña por destino.

Entonces, se aproxima, se abre brecha.
Atrás la hierba sube, todavía.
Y entre tanto, se abrevia la tierra prodigiosa.

II
Ahí es donde se ciernen sus ojos boquiabiertos,
apenas un raudal de arena,
apenas nada.
¿Qué impreca detrás de la escafandra?
¿Qué enuncian sus labios maldicientes?
A las faldas del monte, al temblor de sus pasos,
la estructura se parte.

Pensemos entonces en sonidos:
el crujir de un terrón, un grito,
un deslizarse entre submundos,
la
c
a
í
d
a
:
sus piernas se han hundido en tierras malvas (ese musgo
que reabría la turgencia),
como si la montaña antes montaña
desdoblara su punta para tornarse
caverna o súbito cimiento.

Pensemos:
una montaña que es una cueva
(¿Qué es una montaña
que es una cueva?)

Ahora, ella yace al fondo.

***

PATRICIA ARREDONDO

Caza
A los pies de los carniceros
la pureza de la sangre
mezclada con agua
y mugre no importa.

Cuando no tuvimos nada
para sacrificar, recorrimos los pasillos
del mercado, sorteando los charcos:

rastramos a olfato y mirada
miembros fuera de sus cuerpos,
cabezas y rosas recién cortadas,

hasta que, tras una cansada búsqueda,
paramos entre los gritos de otras mujeres
en un sitio donde reclamamos
uno de esos cadáveres como nuestro.

***

YELITZA RUIZ

Nunca me pensé como madre,
hasta que relevé a la mía en sus labores
después de renunciar a un trabajo de corbata
para quedarme a contemplar cómo le ganábamos
un día a la semana para librar otro año.
Nunca pensé en tener hijas
hasta que supe que no había cura,
fue paulatino,
se aliviaron los óvulos,
en cada consulta,
en cada quimio.
No es cierto que nacemos con la vocación,
es falso que el útero palpite por falta de uso.
A mí la maternidad me llegó con la muerte,
me llegó sin pedirla,
y no sé qué hacer con estas ganas
de ver a mi madre
naciendo de nuevo entre mis piernas.

***


INGRID BRINGAS

Cristo es una mujer
Una mujer trans
que bajó desnuda de una cruz,
Cristo de todas las mujeres
que corren huyendo de árboles de navidad arrancados

De hombres blancos que rezan por ella
su cuerpo es el cuerpo de todos
encerrado en una maleta vieja dentro de un Greyhound

Una mujer es Cristo
huyendo de rostros idos
de ruinas y olvido

Cristo es una mujer que grita
frente a hombres que leen la biblia
y lloriquean en navidad con villancicos de Bing Crosby

Inmaculada y anónima
una mujer trans huye
como Cristo con un par de clavos en las manos

Pidiendo la resurrección
nombrada por Eva y Lilith

Cristo es una mujer
que devora Norteamérica
esperando una reverencia de puntillas
herida en el costado.

*
En alguna parte del mundo, quizás hay otro muro
y otra distancia entre nosotras.

***

ADRIANA DORANTES

La saciedad es individual,
in-compartida.
Como un instinto primitivo, busco y anhelo su encuentro.
La satisfacción de la saciedad: mecanismo descompuesto.
Silenciosa como huésped amable, habita en mí para sembrar el temor y la vergüenza.
Cuando debería ser un placer encumbrado en el nivel más alto del goce,
sin endorfinas de por medio
—satisfacción pura—,
para mí es motivo de vergüenza.
Mi saciedad me trastorna, me reta.
Desearía poderme saciar con dolor y lágrimas,
que el estómago estuviera lleno y sin demandar alimento.
Comer es transgredir.
Es un pecado condenado desde hace siglos,
—aunque haya sido por un dios que se transmuta en pan y vino.
Soy un número: estadística.
Las operaciones matemáticas pertinentes me colocan en un cuadro alarmante
que me convence de ser un error en el mundo.
A solas me duelo por las veces en que me he sentido satisfecha.

(La soledad se parece a la saciedad,
es igualmente individual,
in-compartida).
Una voz dentro de mi cabeza es el juez.
He hecho mal.
No merezco la saciedad.
Los gordos no merecemos la saciedad.

***

CRUZ ALEJANDRA LUCAS

Silankgna kinap
Silankgna wá kinap
laa lakgsputlh.
Makatsininan pi winti naniy
laa min tantliy
kchastutati kinchik.

Tía grillo
Al morir la tía
retornó en grillo.
Ahora ella anuncia la muerte
al ejecutar su danza
en las cuatro esquinas de la casa.


Canto de Guajolotes
Piw piw piw piw (canta bebé guajolotito)
Chaw chaw chaw chaw (canta la mamá totola)

Piw piw piw piw (canta bebé guajolotito)
Chaw chaw chaw chaw (canta mamá totola)
Kgolo´kgolo´kgolo´kgolo´kgolo´kgolo´(canta papá guajolote)

***


BEATRIZ PÉREZ PEREDA
Mi perra encogió una pata
y empezó a cojear
Es una pata delantera
replegada al lugar donde pienso está su corazón
No hubo dramas
accidentes o rodada por las escaleras
Tampoco peleas con otros de su especie
no quejas
no ladridos
La doctora dice que no hay fractura
quizá un cartílago inflamado
un mal congénito
un desastre por ella misma propiciado
su imprudencia que la hace correr cada día
hasta estrellarse contra el mundo
La vida es irónica
la felicidad
esa forma de imprudencia
es una señora adusta que no se soporta a sí misma
se mete el pie
porque bien sabe que la felicidad total
(esa idea)
no existe
y hay que ser moderadamente feliz
para no tentar a la desgracia

O ser como mi perra
y correr sin culpa ni cálculos
estrellarse contra otros cuerpos
otros sueños
contra el muro alto y transparente de la vida
y sin quejas replegar la pata hacia el corazón
hasta que la curiosidad o el hartazgo nos dé la fuerza
para correr de nuevo

***

IRMA TORREGROSA

Tenía diez años la primera vez que quise besar a un niño. Se llamaba
José Carlos o Jorge Carlos. Después de mancharnos los dedos con pintura
moldeamos un beso de plastilina atrás de una palmera durante el recreo.
Mamá nunca supo de mi obra maestra. Conservé el beso tanto como pude
hasta que un día lo perdí por romperle la boca una niña que me dijo
tartamuda.

Llamaron a mis padres y no fueron. Mi abuela llegó a hablar con la maestra
y con la directora, mientras yo buscaba –inútilmente– mi beso entre los
juegos de chácara y le declaraba la guerra a mi peor enemigo que nunca tuvo
el nombre de un país.

No volvería esa semana a clases. La abuela miró todo el desorden y levantó
mi mochila con ligereza. Vente, dijo. Caminamos, entonces, hacia la salida
tratando de sortear una hilera de flores rojas, que aún frescas, cruzaban el
patio de la escuela.

***


LORENA HUITRÓN

Las madres sueñan con baños sucios
y cadáveres
de amigos conocidos,
sueñan con fiestas, supermercados,
sueñan que bailan con su sombra,
abriendo el pecho y descalzas,
en algún pueblo africano.

Dura poco el episodio.
Despiertan en la madrugada.
Las madres ya no pueden dormir,
entonces piensan
en los pasillos oscuros de la casa,
les da miedo.
Se aguantan las ganas
de ir al baño,
se colocan en posición fetal,
aprietan la frente
a la almohada,
cierran los ojos,
se aferran a los bailes africanos,
al cuerpo haciendo jirones al viento.

El aire, dicen, si se inhala,
da un bocado de soledad.
La música, también dicen,
es un apretón de manos de la vida.
Las madres recogen
las ilusiones de sus sueños,
se tragan la idea de libertad
antes de que sus hijos despierten.

Sienten su cabeza
amarrada a un ladrillo.

***

ALEJANDRA ESTRADA

La niña de ocho años quería una bicicleta
El padre de pocas palabras dijo no: la bicicleta no es un juguete para señoritas. Pobre padre, no sabía que algún día iba montar no una bicicleta sino el cuerpo de un hombre que me iba a llevar a lugares en los que él no podría cuidarme. Padre no sabía que me treparía a la espalda de un hombre y cabalgaría todas las noches, no sabía que rodaría entre las sábanas sucias de un motel. Padre no sabía que amar y andar en bicicleta son lo mismo, pero en diferente postura.

***

MICHELLE PÉREZ-LOBO

Mamá gata
Mamá era una gata que nos enseñó a repartir los pezones equitativamente:
el de mayor flujo para el débil, el más hinchado entre dos,
los mordisqueados fuera de servicio hasta sanar;
mamá que siempre era leche.
Al arañarla podíamos sentir sus costillas,
hileras de estambres protegiendo ese motor
creado para bombear el alimento hasta nosotras.
Mamá que tapizaba su tráquea de nuestros pelos, que se comía nuestras lagañas
con la solemnidad de un ritual;
mamá que lamía todos nuestros rincones, a todas horas,
hasta dejarnos mansas.
Mamá que nos mordía los hocicos para mostrarnos
la diferencia entre la venganza y el juego.
Mamá que cazaba insectos, los llevaba con la boca de un lado a otro
y luego nos permitía rematarlos.
Mamá gata que murió durante meses
para introducirnos suaves ante el mundo.

***

ELISA DIAZ CASTELO

Orfelia piensa en una vieja navidad
Caminamos juntos entre los pinos
que crecieron de la noche a la mañana
en las banquetas. Había ido a recogerte al inframundo.
Te esperé en la parada del camión y, hasta eso,
llegó a tiempo. A nuestro alrededor florecía
un ecosistema extraño: puestos de navidad
uno tras otro. No veíamos dónde terminaban.
Tomamos el atajo del mercado
pero los árboles lo habían rodeado todo.
Se extendían sobre las calles, las bloqueaban.
La casa nunca estuvo tan lejos. Todo era angosto.
Íbamos de la mano, yo delante tuyo, inmersos
en las luces estridentes de los villancicos
y el olor a polvo y pino de los bosques.
Las esferas giraban desahuciadas y huecas.
Íbamos lento. Tú avanzabas
al ritmo de tu herida. Habías olvidado
el nombre de los colores. Tu mano,
sin embargo, tenía la temperatura exacta
de la felicidad. El bosque
había trasplantado su frío. La noche,
delgada como las voces de los muertos,
raída por el ruido y por las luces.
Hablamos en voz baja. Fuimos niños
y olvidamos pronto el camino de vuelta.
Porque todas las señales aparecen dos veces
o deberían: Caronte había dejado su barca
para vender nacimientos a destajo,
usaba una vieja prenda que decía: “Alguien
que me quiere mucho me trajo esta camiseta
del Averno”. Escuchamos
el romperse apagado de una esfera.
Estábamos contentos. Absurdos.
Rodeados de árboles sin raíces
que se morían lento a nuestro alrededor.
Lo sabíamos, pero era fácil olvidarlo.
En algún punto volteaste a verme y no pasó nada.
En algún punto, los árboles desaparecieron, primero
ocultos bajo una pesada lona verde.
Y luego para siempre. Quedaron sólo
la banqueta pelada y el asfalto.
El bosque itinerante se ha marchado.
Nosotros no llegamos muy lejos.
Eso es todo. A veces
conciliamos el sueño.

***

IVETH LUNA FLORES

Allá va mi poema en ese camión
o la dejé tirada en la regadera
o se la di de comer a las hormigas.
Mi poema se quedó varada en casa
porque afuera no hay poesía
dice: A la vuelta de la esquina
mandíbulas gigantes
cuelgan de los panorámicos.
Quieren convertirme en su sirvienta
con una pistola en mi cadera
quieren que limpie su ruido
con una bala penetrando
el lado izquierdo de mi mano.
Veo que mi poema recoge su vestido
y lo mete en el refrigerador
dice: No te asustes
cuando los pedazos de vidrio
aderecen tu comida.
Mi poema suda mucho
si un militar sereno
ausenta la belleza
del vestido y del encuentro.
Veo a mi pequeña poema
cocinando frente a Word
cree que va a parir
pobrecita no recuerda
que ayer se le vino la niña.

***

YOLANDA SEGURA

como la vez que nos besamos para despedirnos:
una mujer esperaba en el semáforo, nos vio y volteó la
cara para hacer como que no existíamos:

regresó para mirarnos otra vez.

entonces risas y más besos. te quiero.
que tengas buen día.
*
todas las palabras que conozco para hablar de tu sexo
son lugares comunes: molusco, fruta, fuente, origen,
vulva: los verbos: penetrar: friccionar frotar: tus
pezones: semilla, fruta: otra vez: fruta importada: miel:

***

MARILLEN FONSECA

Papá es un hombre inventado.

Lo inventé a los 6 años
cuando aprendí a escribir
la palabra “padre”.
Inventé su cuerpo
para ocupar una silla vacía
en festivales escolares.
Creí en su existencia
para justificar el llanto de mi madre
por las noches.

Papá es muy parecido a Dios:
para explicar la propia existencia
fue necesario crearlo.

***

MINERVA REYNOSA

Primer paisaje (fragmento)
mamá siempre gritando como siempre gritando
en el filo de los oídos que no la escuchan
que no la hacen
una pared de 21 años que se sale con la suya
y sí aunque gritando
ella escoge irse casino apodaca 1994

y no hací mucho que cantaba sus canciones
[aunque soy pobre todo esto que te doy vale
más que el dinero porque sí es amor]
tal vez era su primera cita o su segunda
[baby]

al contrario sin gritar más que muda mudísima
mi hermana de 21 años se pue para aporranch
o apodaca
allá donde vive lupe
sí lupe
el mismísio lupe
el de bronco

mamá siempre tiene que hacer un lío

mi hermana se fue con moi a ver a selena
y es que somo pseudo pochos
y se nos nota el suspenso
la frontera
herida abierta
aunque nunca tuvimos visa
ni pasaporte
ni nada
y 12 años después por primera vez crucé la
línea desde la esquina más transitada de
américa latina
otra historia
en ese entonces
1994
en el rodeo de media noche
mi hermana se fue con moi a ver el concierto
de selena
mi hermana de 21 años
[con tanto amor con tanto amor]
se declaraba independiente
desde la minúscula mitras norte
en la intensísima ya cuadratura del regio

***


BRENDA RÍOS

Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa solemos ir
de pared a pared volteando la cabeza para no creer de nuevo.
Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa odiamos
salir de viaje. No vaya a ser que en la distancia podamos definir un país
que se deja y confundirlo con amor nacional. Detestamos las
nacionalidades.

Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa nos senta-
mos en las casas ajenas y lloramos quedito, educadamente, por gratitud

ante la puerta abierta.
Solemos caminar demasiado, no sabemos meter dinero a los bancos y
vivimos al día a día con lo suficiente.
No importa la edad que nos posea, tenemos este aire de que acabamos
de llegar, de despertar, de amar al desconocido, de besar a alguien bajo
los puentes;
apreciamos la buena comida, el vino escaso,
somos agradecidos a falta de otras costumbres menos bárbaras.
Tenemos una voz suave como recién nacida que hace que los demás se
inclinen para escuchar.
Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa nos ves-
timos con todos los colores, no nos gusta que nos miren en blanco y

negro; arrojamos centavos en las fuentes pero olvidamos después tantos
deseos incumplidos… los parques, las iglesias, las glorietas arboladas son
nuestros lugares favoritos, también el mar pero está lejos y uno tiene
que quedarse cerca por cualquier cosa, por si llueve, por si hace calor,
hay que estar disponible: la casa que no tenemos, que nunca hemos
tenido, puede que se caiga sobre nosotros y hay que estar preparados.

***

IRMA PINEDA

Diidxa’ stiaya’
Guzá nandi´lade binni
cadi nácabe naulu´yuuba´
Biitu zapandú ti guinda´naxhi guichaiquelu´
Bicaa laa guiechaachi
Naxiñarini bitiee ruaalu´
Biree lu guidxi
Bizeeque xha´un´ra zalu´
ti guini´ladilu´
pabia´nabani ludxi
ni ga´chi´lade ñeelu

 

Consejos de una tía

Debes andar erguida entre la gente
que nadie piense que te agobian los pesares
Muele el chintul para aromar tu pelo
Adórnalo con flores de mayo
De rojo sangre ilumina tu sonrisa
Pasea por las calles
Mueve las caderas al caminar
para que tu cuerpo hable
de cuanta vida tiene esa lengua
que se esconde entre tus piernas

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