Sobre la realidad también se escribe
Joan Didion
Antes del boom de los medios digitales, encontraba en las revistas información que en libros y periódicos eran impensables: Tips para evitar el dolor menstrual y atravesar la secundaria; ensayos sobre la importancia de conservar un grupo de amigas, tests sobre el tipo de estudiante que era, entre otras cosas que en un fragmento de mi vida fueron trascendentales.
Trascendental es una palabra grande y complicada en significado y escritura. Implica redescubrimiento, revolución, ruptura, innovación, invento, sociedad. Yo tengo mi propia lista de cosas trascendentes: la siesta después de comer, mi rutina de lavado de ropa los domingos, las tardes en el mar con mis amigas, enviar un ensayo a tiempo. Cosas que no cambian nada, solo mantienen el orden, a veces lo reparan.
A los hombres les encanta inventar cosas que después no van a mantener. Históricamente, las mujeres han sido las responsables de que la trascendencia se reafirme en el cotidiano a través de la educación, la crianza, los cuidados, la gestión comunitaria. Todavía hay quienes piensan que el espacio privado es una banalidad, pero las mujeres organizadas han sabido hacer revoluciones mundiales sin matar a nadie.
Porque en lo privado también hay mucho poder. Las mujeres han politizado las cocinas y las recámaras ¿por qué no habrían de hacerlo también con las revistas femeninas?
Durante muchos años las “cosas de mujeres” fueron percibidas como eso y no como lo que realmente son: conocimiento científico, salud, seguridad pública o legislaciones. No tenían un sitio en la prensa o la escritura académica, y sin embargo, textos al respecto han formado parte de las publicaciones desde hace siglos.
La periodista chihuahuense Trinidad Orcillés dijo una vez que escribir en el siglo XX, el siglo en el que ella vivió, era una forma de mostrar a la mujer como locuaz, ilustrada y cabal en un espacio en el que casi nunca encontraban la censura, y como ejemplo citaba a Sor Juana y Josefa Ortíz.
“Si cantamos entusiastamente a la ciencia, a la virtud, al hogar y a la patria, en los hechos comunes de nuestra vida y en nuestras relaciones mutuas, no sienta bien descubrir vaciedad, ni antagonismo, ni descuido por los asuntos domésticos, ni menosprecio e indiferencia de trascendencia social”, escribió en la revista La Mujer Mexicana en 1915.
***
La primera revista donde publiqué fue 15 a 20 cuando tenía 17 años. Mi mamá y yo viajamos a la Ciudad de México, donde fue la premiación del concurso de cuento en el que gané segundo lugar. Escribí un cuento sobre el amor apocalíptico que no tenía trama, solo una serie de escenarios y diálogos que me hicieron sentir que tenía algo que decir, aunque todavía no sabía cómo. Por dos días fui una verdadera escritora, pues la posibilidad de dedicarme a esto se había materializado aunque sea de manera fugaz.
Aún así, por muchos años, ese ardor incipiente de escritora me dio vergüenza. ¿Cómo decir entre el círculo literario de mis amigos que me publicaron en una revista en una edición cuya portada fue Zac Efron “Más guapo que nunca y estrenando peli”, y que antes de mi cuento hay una galería de fotos de moda para la noche de graduación con planas de joyas y zapatos?
Pero yo tenía 17 años y el mundo que me rodeaba era ese: escuela, zapatos, películas de adolescentes. ¿De qué otra cosa iba a leer y escribir?
Luego, leí a Joan Didion. Una de las más grandes referencias del periodismo narrativo estadounidense que participó a los 22 años en un concurso de Vogue cuyo premio era trabajar en la revista. Escribió sobre los celos y el amor propio abrigada por páginas sobre maquillaje.
“La ironía siempre es importante en una revista de moda. Probablemente no fue casual que todo comenzara en Vogue, un lugar donde la moda importa tanto como la vida y la vida, ya saben, tiene mil intentos de color. Sobre la realidad también se escribe”, dijo Didion en una entrevista.
Era 1956 cuando comenzó a escribir en Vogue y en gran parte del mundo las revistas para mujeres estaban en su mejor momento, un año después se fundaría Claudia: la revista de la mujer moderna en Argentina, una publicación determinante en los cambios políticos de ese país y en la renovación de la identidad de las mujeres argentinas en los años sesenta.
La investigadora Elvia Montes de Oca Navas dice en su ensayo La Mujer Ideal según Las Revistas Femeninas que Circularon en México. 1930 – 1950 que “a través de la lectura y la escritura, las mujeres se descubren a sí mismas frente al otro, aun si se acercan solo a las revistas femeninas”.
***
Desde 1870, en México hubo revistas feministas donde las mujeres hablaron de política con y sin el permiso de los varones y el Estado. La Siempreviva en Yucatán fue una de las primerísimas publicaciones hechas para mujeres y por mujeres (probablemente la primera en México), que se levantaba contra la subordinación de género.
Obvio, había gente como el escritor José Esquivel Pren que decía que las literatas y poetisas “violaban las leyes sociales un punto menos que las actrices, quienes representaban el colmo de la impudicia”. Pero ya nadie sabe quién es ese José y el nombre de Rita Cetina (quien era su contemporánea) está por todas partes en el estado. Hablando sobre trascendentalidad.
Rita fue una de las fundadoras de la Sociedad Literaria La Siempreviva que se constituyó en junio de 1870 como parte de un proyecto editorial y educativo. La revista se imprimió quincenalmente durante dos años, con un total de 43 números publicados.
De acuerdo con la historiadora Piedad Peniche, La Siempreviva hablaba de ideas, sueños, esperanzas femeninas y valores religiosos pues tenían que esquivar la censura “alternando literatura romántica y creativa con la poesía religiosa que se creía propia de su género”. Escribían ensayos sobre la esperanza y la humildad con referencias bíblicas, pero también hablaban de la Ilustración, la ciencia y el mundo.
Rita enunciaba la necesidad de una “maternidad republicana” y la historiadora opina que es posible que este concepto haya sido “un necesario puente imaginario entre la educación juarista, hermandad y ciudadanía, para hacer digerible en su medio social el concepto amplio, que era general entre las pensadoras feministas constructoras de instituciones de educación superior”. Una manera de enganchar a un público con el pensamiento de la época.
También era un sitio donde las escritoras podían publicar sin necesidad de la validación de los intelectuales varones. Hablaron de política desde la poesía y colaboraron con otras revistas de la época. Hay un poema de Rita Cetina titulado “A nuestro sexo” que muestra el sentido de hermandad entre las colaboradoras:
Sacudid la inacción,
alzad la frente,
levantad con orgullo la cabeza,
y podremos decir con entereza
que alcanza cuanto quiere la mujer.
Escribir y leer entre mujeres era una afirmación a las ideas progresistas que compartían y una estrategia para involucrarse en asuntos públicos. Las autoras, explica Peniche, se infiltraron en la moral de una época y llegaron a las mujeres yucatecas. La Siempreviva era una “utopía de una identidad colectiva, juarista, liberal y cristiana” que continuó como institución hasta la década de 1920 “cuando el espíritu de La Siempreviva se enraizó en la acción política y social de una extraordinaria mujer, Elvia Carrillo Puerto”. Pero esa es otra historia, o a lo mejor la misma sobre la trascendencia.
Incluso revistas mucho más abiertas a pronunciarse feministas, como La mujer moderna de Hermila Galindo de 1915, defendía a las mujeres, hablaba de feminismo, revolución y sexualidad, pero entre sus páginas seguía habiendo artículos de cocina, belleza y espectáculos.
Hermila creía que la división entre lo público y lo privado era mucho menos marcada de lo que se pensaba y se sigue pensando hasta nuestros días.
***
Compré una Vanity Fair hace un par de días porque en la portada está C. Tangana y porque hace mucho tiempo que no compraba una revista de moda y espectáculos. Me sorprendió que quien dirige esta publicación es un hombre y que las primeras dos columnas sean también de hombres. No me sorprendió tanto que uno de los artículos empezara con la frase: “Cada verano Giorgio Armani embarca en su yate, el Maine, y zarpa hacia Menorca”. Pasé la mayoría de las hojas pensando “¿Esto a quién le importa?”.
Más adelante hay una entrevista a una mujer trans que comenzó su transición a los 50 años de edad, una mujer con muchos privilegios pero que había tenido que esconder su identidad por más de la mitad de su vida. Sé que Vanity Fair no es, como tal, una revista para mujeres, pero la línea editorial es muy similar a la de otras revistas como Cosmopolitan o Vogue que han sido encasilladas como tales.
Conozco las críticas que acusan a estas publicaciones de tokenismo y asimilación cultural, es decir, integrar simbólicamente a un grupo de personas y reducir o absorber su identidad dentro de la comunidad y cultura dominante. En la mayor parte estoy de acuerdo con esta postura, pero también creo que es un poco ingenuo obviar el hecho de que la cultura pop y el espectáculo impactan en la estructura social y tienen el poder de normalizar historias que en muchos contextos siguen siendo excluidas.
Así como las revistas de mujeres fueron espacios en los que se infiltraron lo trascendente y lo revolucionario conjugando el mantenimiento del status quo. Otras muchas veces, fue solo para sostenerlo. Ambas cosas son trascendentales, una sostiene el mundo tal y cómo es, mientras la otra intenta cambiarlo.
Elvia Montes de Oca Navas lo explica mejor en su estudio: “Las mujeres, gracias a las revistas femeninas, aprendieron a clasificar modelos masculino-femenino, y formaron parte de su mundo representando roles estereotipados, irreconciliables y excluyentes donde la biología determinó el destino de los géneros entre sí diferentes, condiciones suficientes para “legitimar” la represión y la subordinación de un género respecto al otro”.
No volvería a leer las revistas que leía de joven. Sé que en ese tiempo ya existían publicaciones mucho más críticas, feministas y politizadas pero lo cierto es que difícilmente hubiera llegado a ellas si no fuera por este “puente imaginario” que me permitió llegar a otras publicaciones, plumas y autoras. Que me hizo parte de un mundo que, como ya dijo Rosario Castellanos, es un mundo de hombres donde se leen y publican entre sí.
La reivindicación de las revistas para mujeres me parece tan importante como la urgente renovación de las revistas de hoy hacia contenidos más responsables y antipatriarcales. Muchas revistas de actualidad se han acomodado a las estrategias de las primeras periodistas y editoras, combinando contenidos sin ninguna determinació; también hay, felizmente, las que han dado un paso más allá en el periodismo feminista con métodos innovadores que no dejan espacio al status quo.
Hace más de 150 años las escritoras y periodistas se arriesgaron, ¿no les debemos, al menos, el intento de arriesgarnos también?
(Campeche, 1993). Periodista y escritora. Reportera de investigación en México para Volcánicas. Codirige la revista Memorias de Nómada en Yucatán, medio que pertenece a la Coalición LATAM, una red de 10 medios independientes de América Latina. Ha publicado reportajes y artículos de opinión en Animal Político, Pie de Página, Este País, Nexos, Sin Embargo MX, Agencia Ocote, entre otros. Forma parte de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas de Distintas Latitudes. Tiene una columna semanal en el periódico La Jornada Maya. Es autora del libro de poesía Notas de Jardinería (Cuadrivio, 2020).