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Columnas

Necrológicas literarias,

El que escribe y sabe cosas. Despedida para Álvaro Uribe.

Si bien había leído dos de sus deslumbrantes novelas, no fue sino hasta que leí Caracteres, editado por Alfaguara, que me revelé a mí mismo como un alto admirador de Álvaro Uribe. A pesar de mis intentos no pude localizarlo por correo, ni por teléfono para hacerle llegar mi admiración y agradecimiento por aquel libro tan fuera de serie.
No es un secreto, me gustan las cosas raras, y los libros no son la excepción. Me interesan sobre todo los géneros que no lo son, las intersecciones literarias, los proscritos del canon, los marginados de estatus dominante de la literatura y el mundo literario (que no son lo mismo).

Necrológicas literarias,

Recuerdo presente para conjurar una presencia

Suena Chopin. Yo toco la puerta del apartamento, y él abre. Veo dos cosas: la cantidad de libros que son telón de fondo de la escena que comienza, y el brazo blanco y velludo de quien me recibe. No sé por qué me llama la atención su brazo, los libros sí. Hay un piano. Él dice: pasa. Suena Chopin, ya lo dije; y no es que yo lo sepa en ese momento, sino que él, mi anfitrión, lo dice justo después de decirme que pase.

Columnas, Constelaciones,

Comentario de un talmudista adivinatorio al Shabbat 30b

En el fragmento 30b del Shabbat, en el que se explica la inclusión, a pesar de sus aparentes contradicciones, de Qohéleth (Eclesiastés) y de  Mishlei (Proverbios) a los Ketuvim, dentro del Tanaj (Biblia hebrea), asoma —como de pasada— en la completa periferia del contenido principal, una cierta finalidad del trabajo humano, que a riesgo de adivinatorio, me atrevo a comentar. Ante la pregunta que abre Qohéleth, ¿qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?, el Talmud responde, desde la escuela de Rabí Yannai “que el hombre no saca ningún provecho de lo que halla bajo el sol, pero sacará provecho de lo que existió antes que el sol”.

Necrológicas literarias,

Enrique Servín, mago

La misma madrugada en que la comunidad literaria esperaba el anuncio del nuevo premio Nobel, escuchamos de la muerte de Enrique Servín. Siempre dule cuando un bueno se va, pero cuánto más duele la muerte perpetrada a manos de la delincuencia. ¿Dónde está el valor de la vida hoy día? En qué rinción no hemos de replegar los que creemos todavía, como Servín creyó, que la palabra vale; que el amanecer con sus colores todavía merecen la pena madrugar. Incansable luchador del derecho a la lengua, a la subsistencia de la lengua

Columnas, Constelaciones,

Recordar

En el presente —que hoy pasa, y es, y fue—, aparece el tiempo como un despeñadero, precipitarse, caer en el movimiento de la inmovilidad, en el presente total que nunca desaparece, la única realidad que podemos sentir en el cuerpo. Recordar, entonces, significa recuperación hacia el presente. Vivimos en un “desmoronamiento silencioso” del recuerdo, como lo describe Salvador Garmendia: “…le pareció que ya no había presente sino la inmovilidad de las cosas llenas de un tiempo apaciguado y simple.

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Violeta: el color de la nostalgia en los ojos de Samperio

Tras una borrachera de mil sitios, de madrugada, mi primo Julián y yo caminábamos en la colonia Del Valle. Yo era un recién llegado; Julián, un músico en busca de sus primeras grandes oportunidades (quién iba a pensar que tocaría la batería, años después, en uno de los programas más famosos de la tele, luego sería reemplazado por un fantoche apodado Rudi, que aguantó la denigración del conductor). Vamos a casa de mi tío, vive aquí cerca –dijo–. A mí me daba pena molestar a un viejo a esas horas nomás por

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Réquiem para una coincidencia

La vida es una cadena de azares que te llevan a lugares insospechados, lugares hermosos (algunos) y otros aterradores.

Una novia que no va al teatro y tú, necio de vocación, te vas solo; sales de la función molesto por la pavada que viste, vociferando, y ahí, justo a tu lado, te planta una enorme palmada don Vicente Leñero, y te dice: te invito un café y me cuentas de tu enojo. Tú te cagas, quieres conocerlo en otras

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¡Cochi!

“Usted no es de acá”, me dijo la mujer mientras me entregaba los tacos de menudencia, cochito y camarón con huevo, en el quiosco ubicado entre Palacio de Gobierno y el Palacio Federal. Juré ser más tuxtleco que el pozol, criado en el barrio del Niño de Atocha. “Tiene usted cara de chilango, y su playera está chistosa” (chilango + playera chistosa = chilango chistoso). Volví a jurar mi “tuxtlecanía”, y de la playera también, con la leyenda: “Soy feo… pero sé cocinar”.