La vida es una cadena de azares que te llevan a lugares insospechados, lugares hermosos (algunos) y otros aterradores.
Una novia que no va al teatro y tú, necio de vocación, te vas solo; sales de la función molesto por la pavada que viste, vociferando, y ahí, justo a tu lado, te planta una enorme palmada don Vicente Leñero, y te dice: te invito un café y me cuentas de tu enojo. Tú te cagas, quieres conocerlo en otras circunstancias, pero tu enorme bocota y el azar ya hicieron lo suyo. La noche se alarga y te invita, porque le enterneces, a su casa, el sábado siguiente. Tú te vuelves a cagar. Te presentas con peinado de primer día, y vino. Y de pronto, azar y todo, estás en un jardín con él y otros. Sí, otros grandes, importantes, pero tú te haces bolas y ni sus nombres te aprendes. Pero uno de ellos te mira, parece que le enterneces también, es un buen tipo y te considera en la charla (los otros te ignoran, ve a saber si por azar o por sangrones) se encuentran en la cocina donde tú tomas aire para no salir despavorido ante el asombro de estar entre gigantes. Él, Nacho le dicen (aunque hay otro del mismo apodo), te da una palmada y suelta un chiste que además (a carcajadas lo sobre festeja) es un palíndromo! Esto lo hace notar él, porque tú, por azar o por pendejo, ni lo notaste ni entendiste el chiste. Pero sientes su humanidad y la ternura se extiende ahí también. Es un gran tipo, te dices camino al metro. Te han invitado para el siguiente fin de semana. El miedo es menor, la ternura de Leñero crece, la amabilidad de Nacho también. La siguiente vez Nacho trae un libro para ti, te lo regala: ¿es el azar? No, qué va, o sí, cómo que un escuincle esté en esta casa tan linda -aunque con muchos crucifijos-, entre estos. La dedicatoria del libro que te lleva, dice: celebro el azar que nos reunió…Tú te preguntas si ese libro lo escogió entre decenas para ti, por azar o porque algo supo que ardería en tu interior cuando lo leyeras. Ardió, como (también) la dedicatoria lo anunciaba. La vida que es azar deshizo aquella suerte de asistir a la reunión de los gigantes. Y pasaron otros azares hermosos y otros terribles.
Por la misma causa conoces (años pasados, en otras latitudes) a una persona que es amigo de ese Nacho de entonces, y te manda saludos con él, y una nota del gusto de saber que has escrito un libro, que por azar llevaba consigo ese amigo común que los ha juntado vía un pedazo de papel.
Un día (de esta misma semana) ves la foto de ese Nacho a lado de una mujer que por azar conoces (aunque antes ya admirabas): Ana García Bergua, y del poeta que con menos azar conoces menos. El azar que te reunió, hace años, con el que has dicho más de una vez que es tu amigo te ha separado también, te ha hecho no coincidir en ninguna feria ni en ninguna sala de espera de aeropuerto. Pero tienes un número telefónico y piensas en llamarle: ¿por qué no? Pero te parece abusivo y fuera de lugar y lo dejas pasar. Hablas el jueves de una novela de ese Nacho, lo citas, y hasta te molestas cuando tu interlocutor habla mal de ese libro. El viernes prestas Amphitryon, por la certeza de que le gustará a ese alumno, no hay azar ahí. A estas alturas crees que la vida no es (más) una cadena de azares sino la versión de una broma pesada que alguien repite. La muerte es pura certeza, no hay suerte ni alternativa; es y está para nosotros desde siempre, permanente y sin decibeles que la modulen. Así te enteras hoy que Nacho se mudó para allá, por el azar que da la red, por la verdad que aguarda cada paso que das o diste desde el día en que afuera del Galeón viste esa porquería de obra: porque la muerte, tan verdad como única, acaricia el doméstico andar de los que vamos en busca de sentido por esta vereda de monstruos y horrores, y a veces también alcanzas a celebrar un encuentro; no el mío con Nacho sino el que hoy habrá, si es que no hay mucha burocracia de ultratumba, entre Leñero y él.