Memoria del agua
Cuando el agua despierta se estira dentro de su piedra.
Es
las venas de una mano,
el relámpago del cielo,
la raíz de un eucalipto besando la tierra,
el diente de leche floreciendo.
Primero el agua.
La memoria guardada en una piedra tocó su corazón.
Para ser quietud,
cada amanecer, le canta al cristal de su cuerpo.
El canto es el hilo de agua donde beben los animales.
La paz que se funde desde el cielo.
Cuando el hombre olvidó su origen,
los cielos dejaron de llorar.
Le dieron la espalda a la cosecha para mostrar la miseria.
Las mazorcas se quemaron dentro de sus cuerpos.
Abandonaron la abundancia del valle, cuenta el abuelo.
Solo el agua conservó la memoria:
alojó su corazón en lo duro de la piedra
para no contaminarse con el ansia del mundo.
El abuelo lloró de pie sobre una piedra.
Miró los surcos secos y la tierra agrietada:
……….el valle era un conejo herido
……….con la piel reseca y la mirada rota.
Solo la sal del llanto rebotó en la roca
y el corazón del agua despertó:
……….sacudió la luz de una semilla que extendió sus alas desde dentro
……….para pintar de verde el horizonte.
Antes de los cedros,
……….la sequía era un sueño de lo que no se nombra.
Caía arrancando las hojas,
pudriendo la raíz,
carcomiendo los cuerpos.
Era la maldición que tocaba el alma hasta matarlo todo.
Se repetía su sentencia.
La sal del llanto traspasó la piedra.
El agua estiró los brazos.
La memoria brotó.
El cuerpo transparente recorrió los valles.
Primero, la piedra.
Luego, el agua.
La memoria guardada dentro de su cuerpo:
……….la gota de lluvia,
……….la lágrima,
……….la vida.
El agua tiene memoria, reza el abuelo
entre el bullicio de las piedras que ruedan en Chancalá.
Es la luz que no se nombra,
las noches sin guardar.
Del libro La casa que fuimos, 2021.
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Liudmila
(Testimonios desde la clínica Schúkinskaya)
I
Una mariposa entró al cuarto. Sus alas enfriaron mi cuerpo. Con sus limpísimas patas tocó mi frente. La palabra —como un nervio reventando la carne—, sonó. No hacen falta trompetas (ni blanquísimos ángeles), hoy a todos nos tragará la luz.
II
Mi patria es su cuerpo lleno de ámpulas, la baba que le escurre, sus ojos marchitos. Mi patria son los dedos que le quedan, su respiración hendida y la tos que lo agita; es mi nombre en sus pesadillas, los roetgen que me regala; la niña en mi vientre que nunca verá a su padre vuelto una masa deforme y que, quizá, nacerá con la muerte en tiempos de verano.
III
Su nariz es un hilo rojo donde el mar Egeo baña los muslos de Kárpatos. Su piel se marchita bajo lo blanco de las sábanas. «¡Quiero una manzana!», dice, mientras en mis manos queda un montón de cabello. Vasia ríe y yo, con el estómago vuelto un nudo, le doy un poco de leche para matar su angustia.
IV
Antes de perder el cabello tenía la barba abundante y un bigote dorado como la luz del sol. En sus ojos cabía el Báltico y el vaivén de sus olas. Las gaviotas de Ross descansaban en sus arqueadas cejas y de su torso se desgarraba un tigre impreso con las fauces abiertas. No recuerdo ya si ocurrió de noche o al amanecer, pero se convirtió en un ser desdentado, con las alas marchitas y una herida que lo rasga como las lenguas del sol desde dentro.
V
Prípiat fue testigo de nuestras manos enlazadas: mi corazón agitado y sus zapatos que se clavaban como un hacha a los maderos tratando de sostenerme. Fueron testigos sus tirantes que se adherían a su espalda de donde solía guindarme para que me paseara entre las miradas de todos. ¡Éramos felices, Vasili!, sin el hollín gruñendo en tu vientre, sin el vaho bufando por tus ojos.
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Chernobyl
Una nación vio llover negrura de su cielo.
(Su corazón era un grafito que lo quemaba todo).
Semidesnudos,
los hombres apagaban el incendio
sólo con las manos.
Nadie les dijo que esa lluvia negra
era el soplo de un ángel con la risa sorda,
nadie les dijo
que serían devorados por la luz.
Del libro Al amor también lo devoró la luz, 2020.
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Evocación de la infancia
En las calles empedradas
el ronquido del coloso avanzaba lento y torpe.
Al volante,
un rostro desfigurado nos veía.
Éramos tan pequeños
que no comprendíamos el odio
que encerraban sus ojos.
Mamá daba la voz de alerta.
Corríamos.
Mis hermanos, a sus pocos años,
avanzaban dando tumbos tras de mí.
El árbol en el centro de la casa nos resguardaba.
Había días grises
que, pese a los duendes
que contaba el abuelo habitaban la huerta,
cruzaba agitado a pedir ayuda.
Había otros en que los golpes y el llanto de mamá
nos hacían contar números en voz alta
: eran un conjuro,
el cuento de terror
que siempre nos contaban.
Nunca fue cariñoso.
Sus palabras, avispas iracundas.
La casa, un sitio adolorido
: grande y triste se perdía
bajo los árboles.
Yo era un niño con los sueños rotos,
con el deseo de tener un padre
que lo cargara entre sus brazos,
uno que le diera un beso
y se sintiera orgulloso,
como si de verdad hubiese deseado
que naciera.
Siempre que papá llegaba a casa estaba cansado.
Su vuelo le agotaba las alas.
Estaban prohibidas las risas.
Mi amor consistía en dejarlo dormir,
perderme sobre las ramas de la chincuya
o los naranjos,
y circundar los cielos
con grandes papalotes.
Con los ojos en el horizonte,
cobijado por el Ajkabalná,
soñaba ser como mi padre
que se montaba
en feroces bestias
y las domaba
para desandar el mundo.
Nunca acabamos
la casa del árbol, padre.
La dejamos inconclusa
como aquella plática
cuando murió el abuelo
……….: las palabras se agolparon en tu pecho,
se quedaron ahí.
Nunca acabamos
de contarnos,
tampoco,
cómo tu padre fue asesinado.
Eso era todo de tu infancia,
como lo eres tú en la mía.
Porque de algún modo
……….: somos pertenencia.
Del libro Evocación de la infancia, 2018.
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Mi madre tejía pesadillas: es lo que sé.
Bordaba velas en los barcos.
Tejía para olvidar que tuvo un nombre
que la marcó hasta ser La Santa,
la que no conoció el amor
y repartió su sexo para castigar su cuerpo.
Tatuaré su nombre para que no la olviden.
Mi madre tejía pesadillas.
Con sus descalzos pies
cruzaba la fila de botes.
Era la playa a la que los náufragos siempre acudían.
Me gustaría contarte, madre
que he conquistado el mar.
Mi nombre es Francisco y he sido marcado
por la voz de una vieja
que me sembró los miedos de la noche.
Me gustaría decirte
que soy más que la bestia desalmada
que ellos creen
……….: un mar sin rumbo,
un vagabundo de sal a la deriva.
Del libro Bitácora del capitán Francisco de Ulloa, 2017.
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Partitura del amante desesperado en una central de autobuses
Seguiremos ignorándonos,
regurgitando anémonas en nuestro mar de asfalto,
eligiendo el veneno más letal,
escupiendo amor en las aceras de ciertas cantinas.
Seguiremos ignorándonos hasta el cansancio,
hasta hilvanar la broma final
para que los excesos eyaculen
una taquicardia de barcarolas,
un vaivén de histerias.
Debe ser así,
pues de otro modo nos daríamos asco.
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De desafíos, desórdenes mentales y conquistas
que no aparecen en los libros de historia
Deja de latirme en las entrañas,
desclava tu arritmia corazón/avispa,
……….escúpeme en la cara.
Deja de latirme en las encías,
no seas dolor de muelas.
Ven a la tierra, bebamos.
Deja que te toque el clavicordio,
que sobe con neuralgias tus inflamadas venas.
Corazón,
no hay traumatismo que duerma,
ni sistema infinitesimal que me consuele.
Lo sé,
aquí detuve desde el primer impacto
……….en este corazón alfiletero.
Del libro De corazones y cardiopatías, 2014.
(Yajalón, Chiapas, México, 1979). Licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericana y Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública. Ha publicado los libros Laberintos, Donde termina el país de las maravillas, De corazones y cardiopatías, Bitácora del capitán Francisco de Ulloa, Evocación de la Infancia, Al amor también lo devoró la luz y La casa que fuimos. Su obra ha merecido el Premio Nacional de Poesía Rodulfo Figueroa 2017, Premio Juegos Florales San Marcos Tuxtla 2019 y Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Esclante 2019. Poemas suyos han sido publicados en antologías nacionales, en centro y sudamérica, así como en diversos medios electrónicos dentro y fuera del país.