Carta antiestridentista a Maples Arce
(Monterrey, Nuevo León; 1971). Tras graduarse del Máster en Español por Ohio University, fue profesor fundador de la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes, en Mérida, Yucatán, donde laboró por cuatro años. También impartió dos semestres del Seminario de Escritura Creativa en la Universidad de Quintana Roo. Actualmente coordina el plantel Centro Histórico del Centro de Idiomas del Sureste. Es autor de varios títulos de poesía y ha recibido dos premios nacionales, dos regionales y dos estatales. En sus libros, publicados e inéditos, transita del poema lírico al narrativo, de la tradición a la ruptura, del amor a la sátira (mejor reír que llorar) y viceversa.
Un punto muerto. Punto. No has sido ni serás
más que un chirrido estático en carteles estelares
—con tu foto de estrella literaria—
cuyo eco en los versos de tus imitadores
aún destroza los nervios de este humilde lector.
En la tarde planchada de tanto sol a cuestas
(equidistante a cada tosido de la Tierra),
centenares de miles de mofles se desangran:
esta ciudad de baches hambrientos de neumáticos
se hunde en sus asfaltos, chapoteando en esmog.
Y la asfixia, lo mismo que un verso estridentista,
se enreda en telarañas de los cables eléctricos
y, mientras voy franqueando las grietas en la acera,
la frente me florea al golpear un medidor.
La estridencia del blanco revienta en mis pupilas
—¡Que vivan Chernobyl y Fukushima,
Il Duce, Marinetti y Maples Arce!
Saquemos del museo la silla eléctrica
para poner en ella a Chico Mendes
(¿dices que ya está muerto?)—
que me pasen al menos unos lentes de sol.
Mis tímpanos afloran al paso de una moto
purista en humaredas de buen pequeño dios.
Yo departí tus versos
pero en aquellas páginas
diametralmente eléctricas,
tus prismales palabras me oprimieron el cuello
y un sueño quijotesco de turbinas eólicas
me diluyó tus páginas de lámina de asbesto.
Hoy saben tus metáforas más plásticas que nunca,
y suenan como esbozos de colegial copión:
Huidobro se decía descendiente del Cid.
Marinetti, de Zeus: humildes como tú.
Y aquellas academias que tanto aborrecieron
a los tres los endiosan en sus antologías
en cuya refractada sombra de mausoleo, sus huesos
invernosos piden calefacción.
Un alza de voltaje:
la estrella estridentista revienta fulminada,
con mi televisor.
Silencio.
La comisión eléctrica te pasa la factura.
En la noche terrible,
torcerle el cuello al cisne
no gastó un kilovolt.
Nicanor Parra aún vive de sus antipoemas,
Sabines —más leído que cualquier vanguardista—
se regodea en la anécdota, baila en lo antipoético,
a pesar de tus cuatro manifiestos
que ya tengo apilados para la cartonera,
en tanto la Victoria aterriza en Samotracia
y Chopin aún consuela a los polacos de hoy.
En efecto, la cosa ya es distinta:
el amor y la vida
son medioambientalistas
y está penalizada la agresión auditiva.
El planeta está harto de los estridentistas.
O por lo menos, ya estoy harto yo.